¿Quiere Ud. hacer amigos? ¿Conoce los siete hábitos de la gente altamente efectiva? ¿Sabe que las mujeres son de Venus y los hombres de Marte? Cuestiones de este tipo son planteadas en los libros calificados de autoayuda, un cajón de sastre hoy en auge. Aunque la moda proviene de Norteamérica, donde algunos libros de autoayuda se encuentran entre los más vendidos de no ficción, la tendencia traspasa fronteras y géneros.
El concepto de autoayuda (self-help) tiene su origen y desarrollo en Estados Unidos. Bajo dicho epígrafe, por ejemplo, Amazon.com, una de las librerías de Internet de más éxito, clasifica 18.600 títulos en lengua inglesa, divididos a su vez en dos grandes apartados, los libros de autoayuda en general y los referidos a la autoestima. En España o Francia se utiliza otro término, «desarrollo personal» para libros del mismo género.
¿Se trata de libros sobre contenidos determinados? ¿O, más bien, de un estilo al escribir sobre cualquier tema? Algo de las dos cosas. Los libros de autoayuda pretenden proporcionar al lector orientación general e indicaciones prácticas sobre el modo de afrontar los conflictos y problemas que pueden darse en su vida, sobre todo en los ámbitos de las relaciones afectivas, sociales y profesionales.
Desde la psicología al «management»
Así, como autoayuda se consideran desde los libros de Daniel Goleman sobre inteligencia emocional hasta los de Dale Carnegie (en la línea de Cómo hacer amigos e influir en las personas), pasando por los de Louise L. Hay (del tipo Usted puede sanar su vida), Kovacs en el ámbito de la psicología o educación, S. R. Covey (Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva), John Gray (Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus o Consigue lo que quieres, valora lo que tienes), Wayne W. Dyer (Tus zonas erróneas) y un largo etcétera de autores procedentes de ámbitos tan variados como la psicología o la gestión empresarial, sin olvidar la fuerte influencia del New Age y hasta del esoterismo.
Pero, aunque el tono de los libros de autoayuda sea eminentemente práctico, algunas de las obras acaban ofreciendo, de forma abierta o sutil, algo más: una visión del hombre. Junto a títulos valiosos con buenas dosis de sentido común, el género responde en otros casos a ciertas notas desafinadas de la cultura actual. Es más, la afición, más americana que europea, a la autoayuda genera un tipo de lector y ha influido notablemente en el ensayo de divulgación.
Afalta de razonamiento, prácticas
Cuando tantas personas adultas sienten la necesidad de recurrir a los libros de autoayuda, cabe pensar si no está fallando ese bagaje de ideas y hábitos que uno debería adquirir en la infancia y la juventud para desarrollar luego una sabiduría práctica. Generaciones a las que se ha impartido una educación abierta a todos los criterios y con valores nebulosos, sin desarrollar la capacidad de razonar, acaban recurriendo a algo tan «dogmático» como un conjunto de prácticas que hay que seguir.
Sin embargo, si algún valor tienen muchos libros de autoayuda, es recordar principios tan fundamentales como las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres (es el caso de Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus, y toda su corte de libros sobre el mismo tema) o insistir en la importancia de educar las emociones y la voluntad (los títulos de Goleman y de otros muchos). Resulta significativo que uno de los libros más leídos del género, Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, tenga originalmente el subtítulo inglés de Restoring the Character Ethics («Restaurar la ética del carácter»).
En la misma línea, muchos títulos aprovechables basan la autoayuda en la adquisición de hábitos. Y es que, más que orientación, lo que quizás haga falta hoy es temple para hacer lo que hay que hacer.
Libros que sustituyen personas
Por otro lado, la literatura de autoayuda parece cuajar a la perfección en el tejido fuertemente individualista de muchas sociedades. En cierta medida, parte de su éxito puede entenderse ante la evidente soledad que produce el debilitamiento del entramado familiar y social o, simplemente, el ritmo de vida actual, competitivo y veloz.
No se trata solo de la falta de alguien que escuche y aconseje, sino también del eclipse de determinadas figuras que desempeñaban un papel importante en el campo de la orientación vital. Estas figuras pertenecían no solo al ámbito familiar (maridos o mujeres, padres, madres, hermanos), sino también al social (amigos), al profesional (colegas y hasta jefes) y, por supuesto, a otros: desde maestros hasta médicos y sacerdotes o, en su caso, rabinos y pastores.
El vaciamiento de la credibilidad de muchas de estas figuras o la confusión de sus papeles ha llevado en muchos casos a sentirse defraudado. No todo está en los libros, pero hoy tiene mayor credibilidad en el campo sentimental una autora de best sellers que una madre que conoce al dedillo a su hija y, en general, la vida. Por eso, el auge de estos libros debería estimular a quienes naturalmente están llamados a orientar a que no abdiquen de su función, ya que, en definitiva, la autoayuda es asesoramiento externo, no verdadera autoayuda.
La vida como problemaAnte la profusión de títulos es fácil detectar que muchas obras otorgan una importancia inusitada a asuntos nimios. Quizá porque la subsistencia está resuelta, hoy se tiende a magnificar los roces inevitables de la convivencia o la simple aceptación de uno mismo, que suelen ser problemas leves, excepción hecha de patologías y circunstancias serias. Tal y como señala Paul Watzlawick en El arte de amargarse la vida, sería oportuno reconocer que convertimos lo «trivial en desmesura y lo cotidiano en insoportable».El auge de la autoayuda quizás refleja también la mentalidad de individuos cada vez más centrados en sí mismos, que dan una importancia desorbitada a cuestiones como un desengaño amoroso, una pelea en el trabajo o una simple metedura de pata. Lo que antaño se resolvía mucha veces de modo informal en el ámbito familiar o social, con el suficiente tiempo para escuchar o hablar (pero no demasiado, para no sacar las cosas de quicio), hoy provoca una literatura exhaustiva. Así, puede ser interesante indagar en nuestras «zonas erróneas», como propone Wayne W. Dyer, «para combatir las causas de la infelicidad». Pero quizás algunos lectores sean incapaces de leer 313 páginas para concluir con lo que uno ya sabe si es que se conoce mínimamente o tiene amigos de verdad.El sesgo utilitarista
Otra de las claves de algunos títulos de autoayuda es el sesgo utilitarista. Este rasgo es lógico si de lo que se trata es de proporcionar herramientas muy determinadas para fines concretos, pero es un poco más serio cuando lo que se acaba ofreciendo es cierta visión de la vida y de la persona.
Demasiado a menudo se propone el bienestar o el beneficio material, el reconocimiento social, el éxito profesional o afectivo, como una consecuencia inmediata de actuar de tal o cual forma o de adquirir una determinada perspectiva vital. No se cuenta con el azar o, si uno es creyente, con la providencia. Libros por lo demás tan interesantes como Inteligencia emocional, de Goleman, sin mencionar a los de la escuela de Dale Carnegie, contienen el germen de una fuerte tradición que identifica el éxito material o la competencia social con el hacer bien las cosas.
Sin guía ética -bien es cierto que no lo pretenden-, las técnicas se pueden quedar en eso: hábiles prácticas para sobrevivir, incluso para manipular a los demás, pero no para ser mejor persona. En esta línea, las múltiples propuestas bien intencionadas en torno a la autoestima, como por ejemplo la de John Gray con su afirmación de «el mundo no creerá en usted si usted no cree en sí mismo», sirven igual para un cabeza rapada que para Einstein.
Sentirse o ser mejor
No es casual que la autoayuda haya nacido en el ámbito norteamericano, donde la búsqueda de la felicidad es casi un imperativo constitucional. Sentirse mejor, sentirse bien, ha llegado a sustituir hoy incluso a la obsoleta pretensión de querer ser mejor. Evidentemente, sentirse bien es una legítima y natural aspiración. Pero hoy esa aspiración llega a absorber y borrar todas las demás. Por eso es explicable el éxito de obras como la de R. Holden Las claves de la felicidad, cuyo subtítulo ofrece nada menos que «Recetas infalibles para obtener un bienestar inmediato».
Quizás porque el género es fundamentalmente norteamericano, no son pocos los libros en los que la vida espiritual, y en concreto la oración, están presentes. Sin embargo, aun con excepciones, también aquí lo espiritual aparece teñido de cierto utilitarismo. Así, la oración es concebida, más que como un encuentro personal con Dios, como una práctica para conseguir algo (a veces no se sabe bien de quién, de un ser personal o del universo entero que «conspirará para hacerlo realidad»…). En otros libros, rezar es una cuestión de fusiones o fluidos al estilo de la New Age. En esta última línea merece mención especial uno de los autores más vendidos, D. Chopra, autor -entre otros libros- de Conocer a Dios.
La autoayuda en algunos títulos pretende ofrecer unas claves de «mejora» de carácter fundamentalmente externo, que resultan insuficientes para quienes buscan un desarrollo personal arraigado en virtudes. Por ejemplo, el amor a uno mismo y a los demás en el que, con buenas intenciones, insiste Louise L. Hay, acaba sonando más al We are the world, we are the children de Michael Jackson que a una propuesta que exige cierto esfuerzo y sacrificio. En otros casos, la autoexigencia que se preconiza, al final para en una fría autodisciplina.
Recetas y soluciones mágicas
Aunque algunas obras de autoayuda ofrezcan una visión panorámica con cierto cuerpo teórico, el género deriva en la mayoría de los casos a un conjunto de prácticas que seguir. Incluso no es extraño encontrarse a veces una suerte de principio o solución mágica a modo de mantra que aplicar ante los más variados problemas, ya sea el «fluir» de M. Csikszentmihalyi o el llamado pensamiento positivo propuesto por Norman Vicent Peale.
El aplicar recetas no resulta algo malo en sí, siempre que se vean en su concreto contexto. Otra cosa es si éstas acaban reduciendo o absorbiendo el horizonte de las relaciones afectivas, por poner un ejemplo. Por esa razón, los libros de autoayuda suelen ser más útiles para asuntos del tipo «Cómo gestionar mejor nuestro tiempo» que si ofrecen «Arregle su matrimonio en 15 días». Por lo mismo, suelen ser más recomendables los libros de autores procedentes de la gestión empresarial (desde el excelente Covey hasta De Bono, aunque este último no se califique como autoayuda). Quizás el verdadero desarrollo personal no implique tener un recetario, sino más bien criterios y hábitos.
Contagio a otros géneros
El estilo de la autoayuda no solo ha traspasado fronteras geográficas, sino que también ha contagiado a otros géneros de ensayo. Divulgar bien, algo en sí muy difícil, es hoy tarea doblemente ardua. Para triunfar en el mercado editorial o, simplemente, para publicar, hace falta en muchos casos adoptar ese tono simple, en ocasiones simplista, de dar recetas más que principios o razonamientos. Y si por un lado resulta evidente la necesidad de que algunas cabezas de prestigio sean más asequibles al escribir, no estaría mal que otras consideraran al lector un ser inteligente.
La influencia de la autoayuda es por otro lado muy significativa en los medios de comunicación, sobre todo en las revistas femeninas, cúmulos de recetas y no solo culinarias.
Con todas sus carencias, excesos y títulos prescindibles a pesar de sus altas ventas, el género tiene en definitiva buenas obras que ofrecer. Se trata de elegir bien a autores y contenidos y, sobre todo, no limitarse a ser un lector de autoayuda. En líneas generales, algunos sectores de mujeres, especialmente las jóvenes, son extraordinariamente receptivas a la autoayuda.
Quizás sea oportuno poner de moda el acudir a fuentes diversas de orientación, desde las personas con capacidad para ello hasta otro tipo de referencias. Quien está pertrechado con un sólido equipaje moral, racional e intelectual, tiene quien le escuche y aconseje y, sobre todo, sabe ejercitar su libertad, es raro que encuentre en la autoayuda algo más que puntuales títulos de interés. Y los mejores libros de este género son los que contribuyen a formar personas de criterio, no adictos a los libros de autoayuda.
La sabiduría de los antiguos para problemas de hoy
Frente a la proliferación de libros de autoayuda de corte psicológico y, sobre todo, los excesos de una sociedad adicta a la terapia, el filósofo Lou Marinoff ofrece en su libro Más Platón y menos Prozac (1) una reflexión original y muy divertida. La filosofía puede ser la respuesta a muchos problemas personales que no son patologías.
La primera precisión sobre el libro de Marinoff es que el autor marca convenientemente las distancias entre psicología, psiquiatría y filosofía para colocar a cada una en su ámbito propio. Recupera así el campo original de la filosofía recordando que ésta no es solo una disciplina académica, sino que tiene su raíz en la vida misma y está abierta a todos. «La gran verdad sobre la filosofía (y este es un secreto bien guardado) es que todo el mundo puede ejercerla», afirma con humor.
Es más, muchos problemas personales no son patologías que necesiten medicación o terapia al uso, sino filosofía: «Si su problema está relacionado con la identidad, los valores o la ética, lo peor que puede hacer es permitir que alguien le endilgue una enfermedad mental y le extienda una receta. Ninguna pastilla hará que se encuentre a sí mismo, que alcance sus metas o que obre como es debido». Lo mismo es aplicable al indagar sin fin en el pasado de uno o a la autoayuda. En la misma línea, señala también cómo algunos problemas sociales y políticos necesitan más un enfoque, y en su caso debate, filosófico y menos la habitual jerga sociológica, es decir, menos estadísticas o sondeos de opinión y más pensamiento.
Lo que Marinoff defiende es que cada persona acabe siendo su propio consejero filosófico. Propone para esto el llamado proceso «PEACE», acrónimo de los cinco pasos para enfrentarse con ayuda de la filosofía a problemas existenciales. De modo resumido sería el siguiente. En primer lugar, hay que plantearse correctamente el problema, identificarlo. El segundo paso hace referencia a expresar las emociones. Estas dos primeras etapas suponen enmarcar el asunto, algo que la mayoría de las personas hacen de forma natural y es, habitualmente, lo que cabe esperar de la ayuda de psicólogos y psiquiatras. La tercera etapa supone analizar las opciones. La cuarta implica dar un paso atrás y contemplar la situación en su conjunto: es el campo más filosófico, puesto que supone integrar y adoptar una determinada postura. De esta forma se acaba en el equilibrio.
Marinoff relata a continuación nueve casos procedentes de su consulta, explicando cómo el pensar filosófico (concretos autores y textos) tiene algo que decir en casos tan variados como conflictos matrimoniales o intergeneracionales, la crisis de la edad madura, el trabajo y un largo etcétera.
El autor termina explicando cómo, más allá del asesoramiento personal, proliferan en EE.UU. y otros países nuevas formas de filosofía práctica. Entre ellas, además del asesoramiento empresarial (ver servicio 101/00), destacan los grupos formales e informales donde se debate, de modo filosófico, cuestiones actuales con una sola regla: la urbanidad. Esta es una de las partes más interesantes del libro, ya que estos «cafés filosóficos» u otras modalidades ponen de manifiesto que es posible recuperar tanto la reflexión como el debate en términos muy distintos a los que habitualmente nos proponen los medios de comunicación. Pensar está al alcance de todos, lo cual es una buena noticia. Quizás tras el libro de Marinoff surjan otros muchos que echen mano de otras herramientas tradicionales que los humanos teníamos para enfrentarnos a la vida, como son la buena literatura, el cine o el teatro.
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(1) Lou Marinoff. Más Platón y menos Prozac. Ediciones B. Barcelona (2000). 397 págs. 2.200 ptas. T.o.: Plato Not Prozac!: Applying Philosophy to Everyday Problems, Harpercollins, Nueva York (1999), 308 págs.