Accidentes laborales, un coto masculino

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Contrapunto

Cuando las estadísticas de trabajo distinguen entre varones y mujeres suelen reflejar la situación desaventajada de la población femenina: como media, las mujeres ganan menos que los hombres, sufren más el paro, ocupan la mayoría de los empleos a tiempo parcial, están subrepresentadas en los puestos de dirección… La conclusión suele ser que hay que emprender políticas positivas para corregir la desigualdad. Bien. Pero hay otra estadística laboral donde la desigualdad por género es clamorosa, por fortuna para las mujeres: los accidentes laborales.

De los 10.866 accidentes laborales graves registrados en España en 1998, el 89,7% correspondió a varones y el 10,3% a mujeres; y de los 1.075 accidentes mortales, en el 97,2% de los casos la víctima fue un hombre, y solo en el 2,8% una mujer. Es cierto que la tasa de actividad de los varones es mayor que la de las mujeres (63,5% contra 39,7%). Pero eso no justifica la desproporción entre los sexos reflejada en la siniestralidad laboral. Y esta desproporción apenas es advertida.

La perspectiva de género nos ha acostumbrado a pensar que al examinar un fenómeno hay que ver si afecta de modo diferente a varones y mujeres, pues esto contribuye a entender mejor el mundo. Si aplicamos este enfoque a la siniestralidad laboral, hay que concluir que los varones están haciendo los trabajos más duros y arriesgados. La construcción es el sector más peligroso, con 270 víctimas mortales (todos varones); entre los trabajadores de los transportes terrestres ha habido 143 víctimas (todas varones, menos una); en la agricultura, de las 121 víctimas, 116 eran varones y 5 mujeres; e incluso en la aparentemente tranquila hostelería, los varones sufrieron 302 accidentes graves y 17 mortales, frente a 116 y 2 en el caso de las mujeres.

Ciertamente, el ideal en este caso no es que sufran accidentes tantas mujeres como hombres, sino que unas y otros gocen de seguridad en sus trabajos. Pero, si la situación fuera la inversa, ya se habría dicho que era una prueba más de la injusta discriminación laboral de las mujeres que clama al cielo. En cambio, esta hemorragia de vidas humanas, en su gran mayoría masculinas, no parece haber despertado una sensibilidad especial hacia el problema.

También merecería la pena que la opinión pública prestase más atención a las condiciones en que se desarrollan esos trabajos peligrosos. La prensa está llena de historias sobre el estrés de la mujer trabajadora, sobre sus dificultades de acceso a los puestos directivos o sobre las diferencias de trato respecto a los hombres. No vendría mal que al lado hubiera también algunos artículos sobre esos hombres que se dejan la vida en el trabajo.

Ignacio Aréchaga

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