Vilnius. El pasado 28 de mayo falleció en Kaunas el Card. Sladkevicius, el segundo cardenal en toda la historia de la Iglesia lituana. Con él desaparece uno de los mayores defensores de la fe y de la unidad del pueblo lituano frente al dominio comunista.
Vincentas Sladkevicius nació el 20 de agosto de 1920 en la región de Kaisiadorys (Lituania). Ordenado sacerdote en 1944, trabaja primero como vicario y luego como párroco.
Fue nombrado obispo auxiliar de Kaisiadorys en 1957, contra la voluntad del régimen soviético. El control de los seminarios y de los organismos eclesiásticos por el gobierno y el KGB era continuo y angustioso. En 1959 fue retirado de sus cargos y enviado a un pueblo cercano a la frontera con Letonia. El régimen lo mantuvo allí durante 23 años y, pese a su exilio, multitud de fieles acudían a su parroquia desde diferentes puntos de la geografía lituana en busca de consejo y consuelo espiritual. Continuó, sin embargo, su labor de formación de jóvenes seminaristas y siguió ordenando sacerdotes, sin el permiso, por supuesto, del gobierno soviético.
En una sociedad entonces dividida por la lucha y la tensión política y cultural e incluso religiosa, Vincentas Sladkevicius fue elemento de unidad, de caridad con todos, de comprensión y perdón, y así entendía el cristianismo: como la religión del Amor: «El prójimo es toda persona: lituano y no lituano, creyente y no creyente, bueno y malo». En tal situación política, a finales de los 80, en la transición hacia la independencia, fue guía espiritual de unión entre todos. Bien lo muestran esas imágenes en que el Card. Sladkevicius, recibiendo a los dos líderes enfrentados de la independencia lituana, los abraza y, en un gesto muy significativo, junta sus cabezas diciendo: «¡Qué bueno sería que vuestros espíritus estuvieran bien unidos!». «Podemos definirlo -declaró el presidente de Lituania, Adamkus- como una señal indiscutible, en el siglo XX, de moral, de servicio a Dios, a la verdad y a la humanidad. Tener tal persona en nuestra sociedad es un gran regalo para nosotros».
Desde su exilio, el obispo Sladkevicius impulsó la publicación de las Crónicas de la Iglesia católica de Lituania. En esas crónicas se narran las persecuciones que sufrían los fieles católicos por el KGB, las violaciones de los derechos humanos de las cuales eran víctimas, y otros testimonios y hechos que, una vez recopilados, se imprimían en secreto y eran enviados al extranjero para dar a conocer la verdad de la situación en Lituania. Intentar cruzar la frontera con algún volumen de las Crónicas era peligroso. El KGB arrestó a varios colaboradores de las Crónicas, pero esta publicación siguió difundiéndose clandestinamente hasta que desapareció la censura.
En 1982, Sladkevicius fue nombrado por Juan Pablo II administrador apostólico de la diócesis de Kaisiadorys. En 1987 fue elegido presidente de la Conferencia Episcopal lituana, y ese mismo año se le comunicó que Juan Pablo II deseaba otorgarle el capelo cardenalicio. Sladkevicius interpretó este gesto de la Santa Sede como un honor a toda la nación lituana por su fortaleza durante esos tiempos de persecución y contrariedad.
Fue arzobispo de Kaunas de 1989 hasta su retiro, en 1996. En 1993 recibió a Juan Pablo II en su visita apostólica a Lituania. Una visita que dejaría una huella profunda en muchos corazones y un sobrenombre significativo para el cardenal lituano: «El cardenal del monte de las Cruces», en alusión al lugar donde los lituanos plantaban cruces en testimonio de fe durante la época soviética.
En el telegrama de pésame enviado al actual arzobispo de Kaunas, Juan Pablo II describe así al Card. Sladkevicius: «Sacerdote de fe íntegra y piedad ferviente, a pesar de que durante muchos años se le impidió ejercer su misión episcopal y estuvo confinado, nunca se dejó intimidar, dando siempre ejemplo de confianza inquebrantable en la Providencia divina y de fidelidad leal a la Sede de Pedro».
Pablo Verdejo