Cumplido un año largo de intifada, el escritor palestino Edward Said, profesor de la Universidad de Columbia (Estados Unidos), explica cuáles son, a su juicio, los obstáculos que impiden el fin del conflicto (El País, Madrid, 27 octubre 2001).
«Los medios de comunicación occidentales -dice Said- no han transmitido en absoluto el dolor y la humillación aplastantes que impone Israel a los palestinos con sus castigos colectivos, la demolición de sus casas, su invasión de las áreas palestinas, sus bombardeos aéreos y sus asesinatos».
«La posición israelí es totalmente irreconciliable con lo que desea el Estado judío: paz y seguridad. Todo lo que hace no garantiza ni la una ni la otra». El reciente recrudecimiento de la violencia era de esperar. «Israel ha estado asesinando líderes y militantes palestinos (más de 60 hasta la fecha) en los últimos meses, y no podía sorprenderle que sus métodos ilegales provocaran antes o después una represalia de la misma especie».
Ahora, los atentados en Nueva York y Washington han introducido un elemento nuevo. «Israel y los que le apoyan tienen miedo a que Estados Unidos les venda, mientras insisten, de forma contradictoria, en que Israel no es la cuestión en la nueva guerra». «Sin embargo, en el Washington oficial, George Bush y Colin Powell han dicho sin ambigüedades más de una vez que la autodeterminación de Palestina es una cuestión importante, incluso central».
Pero el terrorismo islamista, señala Said, tiene otras raíces. «Se suele afirmar que los atentados suicidas con bombas son el resultado de la frustración y la desesperación, o que son producto de la patología criminal de fanáticos religiosos. Pero no es correcto. Los terroristas suicidas de Nueva York y Washington eran de clase media, estaban muy lejos de ser analfabetos y eran perfectamente capaces de una planificación moderna y audaz, así como de una destrucción aterradoramente deliberada». Los terroristas son productos de la educación que se imparte en Palestina y otros países árabes. «Este anticuado aparato educativo ha producido unos extraños fallos en la lógica, y en el razonamiento moral, una escasa valoración de la vida humana que llevan a brotes de entusiasmo religioso de la peor especie o a una adoración servil al poder».
¿Cuál ha de ser la respuesta palestina? «Nuestra defensa contra las políticas injustas es moral. Primero debemos ocupar el territorio moral y después promover la comprensión de esta posición en Israel y Estados Unidos, algo que no hemos hecho nunca. Nos hemos negado a la interacción y el debate, llamándolos despectivamente normalización y colaboración». Tal reacción moral consiste en «una resistencia basada en los principios, en la desobediencia civil bien organizada contra la ocupación militar y el asentamiento ilegal, y un programa educativo que fomente la coexistencia, la ciudadanía y el valor de la vida humana».
A la vez, tienen que recomenzar las negociaciones entre Israel y Palestina, para salir del actual callejón sin salida. Según Said, se puede avanzar poco a poco, sin pretender lograr todo de inmediato; pero a condición de que desde el principio se remedie «el gran fallo de Oslo: la clara formulación del fin de la ocupación, la creación de un Estado palestino viable y auténticamente independiente y la existencia de la paz por medio del reconocimiento mutuo. Estas metas tienen que ser definidas como el objetivo de las negociaciones, una luz que brille al final del túnel».
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Más optimista se muestra Kenneth Stein, estadounidense y judío, asesor que fue del presidente Carter, en una entrevista de Lluís Amiguet para La Vanguardia (Barcelona, 14 noviembre 2001). «El Estado palestino es cosa hecha -afirma-, hasta Sharon lo ha reconocido en voz alta. Era impensable que Sharon lo admitiera hace cinco años».
Además, la futura nación Palestina «será un Estado democrático y honesto. No olvide que la elite palestina es la mejor y más educada del mundo árabe». Si la autonomía palestina no se ha correspondido con ese modelo hasta ahora, es por el cerco a que está sometida. Los palestinos, dice Stein, «necesitan sacudirse de encima a los israelíes. Una vez que los israelíes los dejen tranquilos en su propio territorio, Palestina avanzará y será un pequeño gran país».
Stein cree que se llegará a una solución, porque ambas partes no tienen otro remedio. «Los unos tienen lo que desean los otros. Los palestinos pueden dar seguridad y paz a Israel, e Israel puede darles ese territorio para su Estado. Si pactan, los dos tendrán lo que quieren. Si no, solo les quedará horror y guerra sin fin. Los palestinos jamás podrán destruir el Estado de Israel, e Israel jamás podrá absorber a tres millones de palestinos. Así que tienen que repartirse la tierra entre los dos Estados».
Pero es necesario poner remedio desde ahora a la pobreza de los palestinos. «Sus condiciones de vida son lamentables. La paz hay que pagarla. Hace falta una inversión de 3.000 millones de dólares anuales para que los palestinos tengan motivos para amar la paz y tengan también algo que conservar».