La energía nuclear está siendo abandonada en muchos países desarrollados. En Estados Unidos no se autorizan nuevas centrales desde 1978, el año anterior al célebre accidente en la de Three Mile Island. Pero el nuevo plan energético nacional del presidente George Bush prevé dar un fuerte impulso a esta fuente de energía. La propuesta ha provocado numerosos comentarios, de los que seleccionamos algunos publicados en la prensa.
El capítulo del plan de Bush que contempla relanzar la energía nuclear en Estados Unidos contrasta con la política predominante en el resto de Occidente. En Europa no quedan otros entusiastas de la energía nuclear que los franceses, que obtienen de esta fuente el 80% de su electricidad (y, por eso mismo, no se plantean ninguna expansión). La tónica general europea es la congelación y posterior abandono del recurso al átomo. Suecia ha decidido incluso parar sus 11 centrales sin esperar a que agoten su vida útil. El año pasado, el gobierno alemán acordó con las compañías eléctricas un plan gradual para cerrar las centrales nucleares, que culminará en 2018.
Además, la expansión nuclear propuesta por Bush supone un notable cambio de rumbo con respecto a la línea seguida hasta ahora en el propio país. Aunque Estados Unidos tiene casi una de cada cuatro centrales nucleares activas en el mundo, su tasa de electricidad de origen nuclear (20%) es baja en comparación con la de Europa (35%). Aunque la central nuclear más reciente de Estados Unidos se puso en marcha en 1996, hace más de veinte años que no se proyecta una nueva.
Recientemente ha crecido la producción de energía nuclear en Estados Unidos, como hace unos meses señalaba la publicación especializada Chemical & Engineering News (Washington, octubre 2000). El artículo, titulado «¿Nueva vida para la energía nuclear?», destacaba este resurgir, tanto más notable cuanto que solo cinco años antes se consideraba que la industria atómica norteamericana estaba destinada a morir. Pero el renacimiento se limitaba a que las centrales han mejorado su eficiencia, de modo que ahora funcionan al 88,5% de su capacidad, y a que se estaban renovando los permisos a las centrales existentes (cinco de ellas ya han obtenido autorización para funcionar veinte años más). La misma revista añadía: «Es improbable que en los próximos tiempos alguien vaya a poner unos cuantos miles de millones de dólares para construir una nueva central en Estados Unidos»…
El plan de Bush cambia el panorama. El proyecto de una expansión nuclear, contra la tendencia general en Occidente, suscita varias cuestiones, empezando por la seguridad.
Seguridad
El mero riesgo de accidente con escape radiactivo es, para algunos, motivo suficiente para no construir nuevas centrales nucleares. Así piensa Paul L. Leventhal, presidente del Nuclear Control Institute (Estados Unidos), que expone su postura en The New York Times (17-V-2001). Aunque el público no se entere, señala, los accidentes menores son frecuentes. En los últimos 16 meses, en las centrales de Estados Unidos ha habido que parar reactores en ocho ocasiones por fallos de los equipos, ya viejos. También un editorial del New York Times (29-V-2001), aunque reconoce que se ha avanzado mucho en seguridad, precisa que, en caso de fallo, se requiere la inmediata y acertada intervención del personal para evitar una catástrofe. «La energía nuclear [es] una tecnología cruel e implacable, que no puede tolerar fallos de los equipos ni errores humanos». Sin embargo, añade el editorial, las nuevas centrales serán más seguras.
Lo mismo opina The Economist en un editorial (19-V-2001): «La preocupación por la seguridad, aunque comprensible, no equivale a una condena contra la energía nuclear. Al contrario: en las dos últimas décadas, la industria nuclear ha aprendido mucho sobre cómo hacer que las centrales funcionen con seguridad. La tecnología actual ya es madura y bien conocida. En conjunto, las centrales nucleares son hoy seguras y están bien gestionadas, al menos en Occidente».
Los especialistas insisten en que la peligrosidad de las centrales nucleares ha de ser calibrada en comparación con otros riesgos. El año pasado, el premio Nobel de Física Jack Steinberg aportaba algunos datos, con ocasión del cierre de la central de Chernóbil (El País, Madrid, 16-XII-2000). Allí tuvo lugar «el único accidente nuclear grave en las tres décadas de utilización comercial de la energía nuclear». Se produjo una nube radiactiva, pero «la exposición a la radiactividad a más largo plazo que para los humanos supuso Chernóbil fue aproximadamente 1/500 de la causada por la radiación natural (…) y la radiación médica en el mismo periodo». A consecuencia directa del accidente «murieron entre 50 y 150 personas, depende de cómo se cuente». Son pocas bajas, anota Steinberg, comparadas con las que causa la producción y transporte de otras fuentes de energía. En las minas de carbón chinas mueren varios miles de obreros al año. En Estados Unidos, los accidentes de automóvil causan unas 50.000 muertes anuales.
En cuanto a los accidentes comunes en las centrales, el ingeniero español Fernando Mejón Zarraluqui señala que no son motivo de alarma. «Es corriente la información de haberse parado una determinada central nuclear por una avería, pero esas averías son las mismas que tiene cualquier central térmica (lo que no es noticia), independiente de la parte radiactiva de la central. Es como si se dijera que el mejor automóvil del mundo ha tenido una avería y ésta consistía en el pinchazo de una rueda» (Balance y Perspectiva, Madrid, abril-junio 2000).
Residuos radiactivos
The Economist dice que la energía nuclear «constituye en sí misma una innegable, aunque remota, amenaza ecológica que durará milenios», el tiempo que siguen siendo radiactivos los desechos de las centrales nucleares. «Es verdad -anota el New York Times– que el combustible nuclear usado se ha venido almacenando en los depósitos de las centrales durante décadas, sin que haya habido problemas. Pero los depósitos se están llenando, y los críticos no están dispuestos a que se expanda la energía nuclear sin que haya una idea clara de dónde almacenar los residuos».
En cambio, James A. Lake, ingeniero especialista en reactores nucleares y presidente de la American Nuclear Society, considera exagerado el temor a los residuos (Washington Post, 13-V-2001). «El combustible nuclear usado es posiblemente el desecho mejor controlado del mundo», dice. Por una parte, no es tan abundante: «Los residuos generados por las 103 centrales de Estados Unidos a lo largo de toda su vida útil alcanzarían una altura de menos de 4,5 metros sobre una superficie similar a la de un campo de fútbol».
Steinberg señala que, si se aumentara en gran medida la producción de energía nuclear, «la radiactividad producida por los residuos sería sustancialmente mayor que la de todas las fuentes naturales de radiactividad juntas». Pero los residuos no suponen peligro si están aislados en depósitos seguros, como así ocurre. Ahora bien, «el temor a la viabilidad a largo plazo del almacenamiento de residuos nucleares es la preocupación que frecuentemente sacan a colación quienes se oponen a la energía nuclear. Estoy más dispuesto a creer a mis amigos expertos nucleares que consideran que el método es seguro, y en cualquier caso, prefiero la posibilidad de causar problemas a unas poblaciones que puedan vivir dentro de unos 100.00 años, y no los peligros que estamos causando para nuestra progenie tan solo dentro de 50 ó 100 años, si seguimos con el ritmo actual de empleo de combustibles fósiles».
Reciclado
Una solución adicional, añade Steinberg, sería reducir la cantidad de residuos reciclando el combustible usado. Además, recuperando el uranio y el plutonio presente en los desechos, el residuo que queda está compuesto de materiales cuya radiactividad dura decenios o a lo sumo siglos, no milenios. Se puede repetir la operación una y otra vez hasta agotar el poder energético del combustible. Así, señala Lake, hacen en países como Francia, Gran Bretaña o Japón; pero no Estados Unidos, donde el reciclado está prohibido desde los tiempos del presidente Carter, por el elevado costo y por temor a que el plutonio recuperado -que se puede usar para fabricar armas atómicas- caiga en malas manos.
Con respecto al costo, Lake sostiene que resulta difícil comparar el reciclado con el uso único, pues es imposible calcular cuánto cuesta exactamente mantener depósitos radiactivos que han de durar miles de años. Pero, según datos de Francia, añade Lake, cabe pensar que el reciclado no es más caro.
Armas nucleares
En cuanto al peligro de proliferación nuclear, Lake señala que «ni una sola vez se ha desviado a fines militares material nuclear obtenido a partir de combustible comercial usado, por el elevado costo y la dificultad técnica que entraña, así como por la estricta vigilancia de la Agencia Internacional de la Energía Atómica». Sin embargo, Leventhal cita informaciones, no confirmadas, según las cuales la bomba que experimentó India en 1998 se había hecho con plutonio producido en los diez reactores del país, no sujetos a inspección internacional (así dice George Perkovich en su libro India’s Nuclear Bomb).
También el editorial del New York Times advierte del «peligro de que los programas nucleares civiles puedan servir de tapadera para actividades militares clandestinas». En último término, pregunta Leventhal, «¿es razonable confiar en que millones de kilos de plutonio, separados de residuos de centrales, se pueden guardar a buen recaudo, cuando ocho kilos es todo lo que se precisa para fabricar una bomba?».
Las centrales nucleares no emiten dióxido de carbono (CO2), el principal gas de efecto invernadero, de modo que son más limpias, en ese aspecto, que otras fuentes de energía. Sin embargo, usar más energía nuclear, a la postre reduciría poco las emisiones de CO2. La razón es que la energía nuclear solo se usa para generar electricidad. Y, como señala Leventhal, «dos tercios de las emisiones de CO2 (…) provienen del transporte u otras fuentes distintas de la producción de energía eléctrica». Dado el coste de los distintos combustibles, añade el New York Times, «la energía nuclear sustituiría principalmente al gas natural, que es el menos contaminante de los combustibles fósiles». Más difícil es que sustituya al carbón, muy contaminante, que en Estados Unidos es la fuente del 52% de la electricidad (proporción muy elevada, en comparación con la mayoría de los países desarrollados).
En cualquier caso, advierte Leventhal, el efecto invernadero es un problema mundial. «Harían falta 3.000 centrales nucleares en el mundo -diez veces el número actual- para sustituir todas las centrales alimentadas con carbón. Y así solo se reduciría en un 20% las emisiones de CO2«. Por eso, según The Economist, «el efecto invernadero es un argumento a favor de la energía nuclear; pero no justifica un renacimiento nuclear», sino solo seguir usándola en medida similar a la actual.
Rentabilidad
Tanto el New York Times como The Economist dudan que fuera rentable la expansión nuclear propuesta por Bush. Que las centrales nucleares tengan el rendimiento energético más elevado no significa que sean más baratas. Habría que reducir el muy elevado costo inicial, lo que puede lograrse fabricando centrales en serie, con un mismo diseño que pueda ser aprobado de antemano, dice el diario neoyorquino.
Es verdad, como reconoce The Economist, que la industria nuclear ha aprendido a gestionar las centrales de modo económicamente eficiente. Pero, «como en el caso del avión Concorde, eso solo vale a condición de olvidar los costos de capital». Y, sobre todo, «las centrales nucleares siguen dependiendo de fuertes subsidios, en gran parte ocultos». El semanario menciona dos, vigentes en Estados Unidos: subvenciones para el manejo y vertido de residuos, y limitación de responsabilidades civiles en caso de accidente (ley Price-Anderson, a la que también se refiere el New York Times). Quítense esas protecciones, y la proliferación de nuevas centrales nucleares no sucederá, porque no será rentable. En fin, tanto The Economist como The New York Times creen que la energía nuclear no sería competitiva en condiciones de libre mercado, sin esos subsidios.
Energías alternativas
¿Se podría recurrir a otras fuentes de energía limpias que no tengan los inconvenientes de la atómica? Según The Economist, en vez de alentar una proliferación de nuevas centrales nucleares, «sería más sensato implantar un impuesto sobre el carbón, lo que pondría a otras formas de energía, como la solar o la eólica, en pie de igualdad con la nuclear».
Sin embargo, no parece fácil. Las energías limpias y renovables siguen siendo de bajo rendimiento y muy caras. A propósito de esto, Ronald Brownstein aporta una idea en Los Angeles Times (28-V-2001). En la actualidad, las energías renovables (solar, eólica, geotérmica, biomasa; no se incluye la hidroeléctrica) se encuentran en un círculo vicioso: como son demasiado caras, no pueden tener mercado suficiente; y sin suficiente mercado, no pueden generar las economías de escala que las harían más baratas, rentables y competitivas.
Pero eso, dice Brownstein, es lo que suele ocurrir con las nuevas tecnologías. En ese caso estaban los microchips a principios de los años 60, hasta que la NASA y el Pentágono decidieron usarlos. Con ese primer mercado seguro, la industria pudo reducir los costos de fabricación e investigación, y «al cabo de tres años (…) el precio bajó lo suficiente para atraer a los primeros clientes comerciales». Gracias a eso, los microchips se aprovechan hoy en numerosos artículos de uso común.
Lo mismo puede ocurrir con las energías renovables si el gobierno se compromete a comprar de esas fuentes una parte (el 2,5%, según un decreto de Clinton) de la electricidad que gasta. Brownstein lamenta que el plan energético de Bush no haga referencia a ese objetivo.
La energía nuclear en cifras
- En el mundo funcionan 435 centrales nucleares, repartidas en 30 países, que suministran el 17% de la producción eléctrica total (datos definitivos de la Agencia Internacional de la Energía para 1999).
- Los países de la OCDE producen el 86,9% de la energía nuclear del mundo. Los países de la antigua URSS producen el 7,9%. Los países asiáticos que no pertenecen a la OCDE (India y Pakistán, excluida China), el 2%. Las naciones europeas no pertenecientes a la OCDE, el 1,6%, proporción igual a la del resto (China, Latinoamérica y Sudáfrica).
- Estados Unidos es el país con más centrales (103) y mayor producción (727,9 TWh o teravatios-hora anuales). A continuación figuran Francia (59 centrales que producen 375 TWh al año), Japón (53 centrales, 306,9 TWh), Alemania (20 centrales, 160,4 TWh) y Rusia (29 centrales, 110,9 TWh).
- La clasificación es muy distinta si se hace por el porcentaje de electricidad de fuente nuclear:
1. Francia 80,0% 2. Lituania 73,1% 3. Bélgica 57,7% 4. Bulgaria 47,1% 5. Eslovaquia 47,0% 6. Suecia 46,8% 7. Ucrania 43,8% 8. Corea del Sur 42,8% 9. Hungría 38,3% 10. Armenia 36,4% El hecho de que en los primeros puestos figuren varios países del centro y este de Europa se debe a la herencia de la política soviética, muy favorable a la energía nuclear. Otros tres países del antiguo bloque oriental (Eslovenia, República Checa y Rumania) tienen centrales nucleares.
Estados Unidos (20%) ocupa el puesto número 18; a continuación está Rusia (14,4%). Alemania (31,2%) es la 14 y España (31%), la 15. En último lugar está China (1,2%). - La energía nuclear solo aporta electricidad. Si se tiene en cuenta el consumo total de energía en el mundo, la atómica suministra el 6,7%. Ocupa, pues, el quinto lugar, después del petróleo (35,7%), el carbón (23,3%), el gas natural (20,3%) y los combustibles renovables (madera, biomasa, desechos…: 11,2%). La energía nuclear solo supera a la hidroeléctrica (2,3%) y las otras (solar, eólica…: 0,4%).
- En 25 años (1973-1998), la producción mundial de energía nuclear ha subido un 1.071%, mucho más que la de las otras fuentes. La proporción de energía nuclear dentro del suministro total era el 0,9% en 1973. De entonces a 1998, la nuclear ha pasado de ser la sexta fuente de energía a ser la quinta, adelantando a la hidroeléctrica (1,8% en 1973, 2,3% en 1998).
- Pero en esos 25 años el consumo mundial de energía subió un 57%, y la nuclear no ha aportado más que el 16,8% del incremento. El aumento de 1973 a 1998 ha sido suministrado sobre todo por el gas natural (27%), el carbón (20,5%) y el petróleo (19,5%). Sin embargo, el petróleo y el carbón proporcionan hoy una parte de la energía total (35,7% y 23,3%, respectivamente) menor que en 1973 (44,9% y 24,9%).