Películas de China, Hong Kong y Taiwán triunfan en todo el mundo
El éxito de taquilla, la avalancha de premios y las diez candidaturas a los Oscars de Tigre & Dragón, la última película del taiwanés Ang Lee, están popularizando por fin el cine chino, abonado desde hace años al palmarés de los grandes festivales, pero confinado hasta ahora en los restringidos circuitos de arte y ensayo. Este triunfo ha coincidido con el estreno de los últimos trabajos de los grandes cineastas chinos: los ya veteranos Zhang Yimou –Ni uno menos y El camino a casa– y Chen Kaige –El emperador y el asesino-, y el nuevo maestro, el hongkonés Wong Kar-Wai –In the Mood for Love (Deseando amar)-. Es, pues, un buen momento para desentrañar las claves de una cinematografía de altísima calidad artística y que ha conseguido universalizar un sencillo humanismo de hondo calado.
Hasta que Sorgo rojo, la primera película de Zhang Yimou, ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 1988, muchos pensaban que el único cine que se hacía en China, Taiwán y Hong Kong era el de artes marciales. Y ciertamente fue ese género el primero en llegar a Occidente, a través de las populares películas de Bruce Lee y otros karatekas chinos, como Jackie Chan o Jet Li. Esta tendencia ha marcado el cine de acción de la última década, sobre todo a través del hongkonés John Woo (The Killer, Blanco humano, Broken Arrow, Cara a cara, Misión: Imposible 2), cuyo cóctel de acción trepidante, cine negro y estética recreación de la violencia ha influido en su compatriota Tsui Hark (En el ojo del huracán), en Tarantino y compañía, y en muchos títulos mediocres -como Los Ángeles de Charlie-, hasta alcanzar un notable nivel artístico en Matrix y Tigre & Dragón.
Maestros del melodrama
De todos modos, el éxito de la película de Ang Lee tiene raíces más profundas, pues también ofrece una buena síntesis de la fórmula melodramática desarrollada en la República Popular China, sobre todo por Zhang Yimou y Chen Kaige. Estos directores, junto con Zhang Junzhao y Huang Jianxin, fueron los mejores discípulos del veterano Wu Tianming (Vida, El viejo pozo, El rey de las máscaras), descubridor y protector en los años 80 de la renovadora Quinta Generación de la Escuela de Pekín. Tianming, demasiado académico, nunca alcanzó la altura narrativa, formal y antropológica de sus aventajados pupilos. Sin embargo, sentó las bases de su esmerado estilo formal -sobre todo en el empleo poético de la luz y el color-, de su rigor interpretativo -de gran sobriedad verbal y elocuentes silencios-, de su vigor dramático y de su atractivo humanismo, sorprendentemente universal.
«El pueblo chino tiene una larga tradición de respeto a valores como la moral, la integridad, la cortesía y las relaciones humanas -señaló Wu Tianming en 1995-. Pero hoy día, en que el dinero es el rey y la codicia su compañera, no queda sitio para la moral. Nuestra nación, ejemplo de civismo, se ha convertido en campo de muerte. En tiempos como éste, las personas con conciencia social tienen la misión de abogar por la compasión humana».
Tradición y modernidad
Esta declaración de principios de Tianming desvela quizá el quicio sobre el que giran todas las grandes películas chinas de la última década. Si la crisis de valores ha llevado a muchos cineastas occidentales al escapismo hedonista, al cínico exabrupto soez o a la bondadosidad pueril, los directores chinos están demostrando una sorprendente hondura moral, que les lleva a rescatar valores de entidad de su rica tradición cultural y religiosa, para integrarlos después con las aportaciones de la modernidad. De hecho, hasta el occidentalizado Ang Lee, antes de retratar la China antigua en Tigre & Dragón, ya mostró en Sentido y sensibilidad su interés por las pautas morales imperecederas de la obra de Jane Austen.
En el cine de artes marciales esta interacción se limita al enaltecimiento del honor y la lealtad. Pero en los grandes melodramas, el diálogo entre lo viejo y lo nuevo ha dado lugar a una rica visión del hombre, que ha evolucionado además desde un fatalismo determinista hasta un optimismo cada vez más enérgico. «Siento la necesidad de decir a la gente que desesperarse es perder el tiempo -señaló Yimou en 1994-. Ya hay demasiadas películas que se limitan a mostrar una historia de tristezas».
El individuo frente al sistema
Esta evolución se ha concretado en una progresiva confianza en la acción del individuo íntegro frente a las costumbres sociales tiránicas, corruptas o conformistas, el gran tema de casi todas las películas chinas recientes. Y esto, sea en la época que sea -la agitada China del siglo XX ha ofrecido por sí sola abundantes argumentos-, y sea el opresor el sistema político de cada momento o ciertos poderes fácticos, como la mafia, atacada con dureza en La Joya de Shanghai, de Yimou, y en Luna tentadora, de Kaige. El caso es destacar que los grandes cambios sociales pasan por la regeneración ética de las personas.
Como es lógico, esto ha provocado numerosos incidentes con la censura comunista, que ha visto actitudes contrarrevolucionarias hasta en las críticas al primer emperador chino. De todos modos, el éxito internacional de estos cineastas ha obligado al régimen de Pekín a abrir poco a poco la mano. Por eso, Yimou y Kaige han rechazado numerosas ofertas para trabajar en Occidente, y continúan rodando en su país natal. Como dijo Yimou en 1997, «en China hay muchas historias que no están contadas y que esperan a que alguien las cuente».
Familia y matrimonio
En todo caso, en el cine chino reciente el individualismo se enmarca siempre dentro de un aprecio muy nítido hacia la amistad, la buena vecindad y el sentido de comunidad, y de una exaltación casi generalizada de la familia, mostrada como un núcleo esencial de solidaridad e impulso social. Así puede apreciarse en Qiu Ju, una mujer china, ¡Vivir! o El camino a casa, de Yimou; Tierra amarilla, de Kaige; Comer, beber, amar, Sentido y sensibilidad y Tormenta de hielo, de Ang Lee; El Club de la Buena Estrella, de Wayne Wang; La cometa azul, de Lan Fenzheng; o La ducha, del joven Zhang Yang.
Ciertamente, algunos films chinos han mostrado también las sombras de las relaciones familiares -por ejemplo, El maestro de marionetas, del taiwanés Hou Hsiao Hsien-, o han tonteado con una visión permisiva de la homosexualidad, como El banquete de bodas, de Ang Lee, o Happy Together, de Wong Kar-Wai. Pero son muchos más los que han mostrado el peligro de reducir el amor a lo sexual -Semilla de crisantemo y La linterna roja, de Yimou- y los que han defendido el valor del matrimonio frente a las irresponsables experimentaciones modernas. Basta citar títulos como Pólvora roja, pólvora verde, de He Ping; Foreign Moon, de Zhang Zeming; Keep Cool y El camino a casa, de Yimou, o la magistral In the Mood for Love, de Wong Kar-Wai.
Mujeres de armas tomar
Curiosamente, en una sociedad patriarcal, muchas películas chinas muestran a mujeres llevando el peso de esas relaciones matrimoniales y familiares. De modo que han ido perfilando un sugerente nuevo feminismo, muy distante del apolillado feminismo radical, aún en boga en cierto cine occidental. Esta encendida defensa de la dignidad de la mujer explica que Yimou haya lanzado al estrellato a actrices como Gong Li o Zhang Ziyi, o que Ang Lee, tras ganarse el título de director feminista, se haya atrevido en Tigre & Dragón a elevar a la actriz Michelle Yeoh a la categoría de heroína, algo poco habitual en un género machista como el de las artes marciales.
En una entrevista que le hice durante el Festival de San Sebastián 2000, el propio Ang Lee me sintetizó las razones de su interés y el de casi todos los directores chinos por los personajes femeninos. «Me pareció que presentar a mujeres como protagonistas aportaba al género un ángulo más profundo y atractivo, pues domina en él lo emocional sobre la pura violencia. Además, yo crecí en una familia muy conservadora, dominada por el hombre machista; pero allí me enseñaron a respetar a las mujeres y al mismo tiempo a aprender de ellas. Por otra parte, desde siempre, cuando los artistas chinos se sentían oprimidos, utilizaban mujeres como protagonistas de sus obras. Según los cánones tradicionales, un poeta representaría su propio drama interior retratanto a una mujer sola que espera en casa a su marido. Según un canon más moderno, como en Madame Butterfly, cuando un hombre se siente mal escribe como si fuera una mujer. Eso mismo pasa cuando un hombre oriental se enfrenta al mundo occidental: se siente como una mujer frente a la masa» (1).
Educación trascendente
También cabe destacar en las películas chinas recientes la presentación de la enseñanza como un impulsor social de primer orden. De hecho, la alta misión del maestro -implícita en El camino a casa, de Yimou, y en Adiós a mi concubina, de Kaige- es el tema central de películas como El rey de los niños, de Kaige; El rey de las máscaras, de Wu Tianming; o Ni uno menos, de Yimou. En todas ellas se defiende un modelo de educación integral, que asigna a los profesores la obligación de transmitir no solo conocimientos, sino también un sólido entramado de valores éticos que permita a la gente ejercitar su libertad frente a la obcecación en el mal, la corrupción del poder o el creciente consumismo materialista que invade China.
Quizá por culpa de la censura comunista, en este modelo educativo suelen faltar referencias nítidas a la religión, al menos en los cineastas de la República Popular China. Estos se limitan a mostrar con respeto las diversas tradiciones religiosas de su país -como la veneración hacia los antepasados- o encriptan sus posibles aperturas hacia lo trascendente en complejos símbolos, como las bellas marionetas que conserva la familia de ¡Vivir!
Acercamientos al cristianismo
Sí cabe encontrar un cierto acercamiento al cristianismo en las películas de los directores de Hong Kong y Taiwán, como Wong Kar-Wai, Wayne Wang o Ang Lee, estos dos últimos formados en Estados Unidos. En este sentido, Wang se esfuerza siempre en integrar los valores cristianos en la cultura tradicional china. Y Lee, además de afrontar con lucidez las contradicciones occidentales en Sentido y sensibilidad y La tormenta de hielo, hizo un limitado pero interesante retrato del cristianismo en China a través del personaje de la hija mayor de Comer, beber, amar, una tímida profesora convertida al cristianismo. En esta línea, el propio Ang Lee se ha distanciado del aderezo taoísta que impregna Tigre & Dragón.
En todo caso, el cine chino contemporáneo ha conseguido atravesar fronteras y ganarse al público y a la crítica occidentales. Y lo ha hecho hablando con sencillez y sensibilidad de lo que siempre han hablado los grandes del séptimo arte: de la profunda dignidad del ser humano, de sus bajas pasiones y sus virtudes, de su capacidad de superación y su fuerza interior, del sentido del trabajo, del oculto valor del sufrimiento y el arrepentimiento, de su esperanza incluso contra toda esperanza, y de su incontenible afán de libertad, solidaridad y compasión.
Jerónimo José Martín_________________________(1) Entrevista de Jerónimo José Martín a Ang Lee. Cinerama, nº 99 (febrero 2001).