Contrapunto
El gobierno del presidente electo George Bush será el más multirracial y de mayor presencia femenina de la historia de Estados Unidos. ¿Se puede ser políticamente más correcto? Sin embargo, no ha logrado satisfacer a todos, como cabía esperar. Algunos de los designados parecen muy incorrectos. A Linda Chávez, nombrada para la cartera de Trabajo, el corresponsal de El País (Madrid, 5-I-2001) la define así: «Una hispana machista y contraria a las minorías».
Si el periodista hubiera descrito a alguien como «palestino proisraelí y contrario a la independencia de su pueblo», cabe imaginar que se habría sentido obligado a añadir alguna aclaración. Pero su retrato de Chávez no requiere ninguna, a su parecer, y queda escrito como si fuera la cosa más natural. Sin embargo, la etiqueta implica que Linda Chávez es una mujer hostil a la dignidad y derechos de las mujeres, y además contraria a las minorías, de las que ella forma parte. Es, entonces, enemiga de sí misma. O tal vez sea una traidora: un topo machista en el sexo femenino, una agente de la xenofobia infiltrada en una minoría.
Si estas paradojas no provocan la reflexión, debe de ser porque se da por supuesto que hay una manera única de defender los derechos de las mujeres y de las minorías. Linda Chávez se opone a la enseñanza bilingüe y a la discriminación positiva, y considera que la proliferación de demandas por acoso sexual ha abierto «una caza de brujas contra los hombres»; cosas que, ¡por favor!, en estos tiempos no deberían oírse de labios de una señora. Al confrontar tales posturas con el molde mental predefinido, se obtiene un diagnóstico infalible: Linda Chávez es machista y contraria a las minorías. Amén.
¡Quién pudiera tener todo tan claro! Da tanta seguridad disponer de definiciones exactas que permitan valorar inequívocamente la realidad social y ser intérprete auténtico de los signos de los tiempos. Pero la realidad es más compleja que los principios y los tiempos discurren por delante de nuestras interpretaciones. Olvidarlo es exponerse a caer en prejuicios que abortan el pensamiento.
Rafael Serrano