Hoy en día la educación se ofrece como solución para todos los problemas sociales y, sin embargo, la educación misma es vista como uno de los problemas más graves del presente. No sabemos muy bien en qué consiste educar hoy y los resultados saltan a la vista. Los niveles de instrucción de los estudiantes decaen y algunos de los principales beneficios sociales que atribuimos a la educación (paz social, igualdad de oportunidades, compromiso cívico) no comparecen por ningún lado: crecen la violencia, la desigualdad social y la anomia. Este estado de cosas ha sido objeto de muchos análisis, pero no es fácil encontrar una reflexión que vaya a la médula misma del problema, identifique sus causas y ofrezca una alternativa consistente. Es lo que ha hecho el joven filósofo francés François Bellamy con este libro, que ha tenido un notable éxito en su país.
Bellamy se pregunta por qué fracasa la educación y responde con contundencia: porque ha renunciado a transmitir la tradición cultural. Las raíces de este error, que se manifiesta en muchas de las políticas educativas todavía vigentes, las encuentra en tres autores franceses: Descartes (s. XVII), Rousseau (s. XVIII) y Pierre Bourdieu (s. XX).
Descartes lamentaba que el ser humano no naciera ya adulto y dueño de su razón porque, durante los años de su infancia y dependencia, va siendo lastrado con el fardo de la tradición cultural que dificulta el futuro desarrollo de su razón.
Rousseau, por el contrario, defiende que lo deseable sería que el ser humano se mantuviera siempre como niño porque la cultura recibida lo corrompe, al alejarlo de la naturaleza. En todo caso, ambos coinciden en señalar que la educación basada en la transmisión de una tradición cultural atenta contra el individuo.
Finalmente, Bourdieu, por su parte, sostiene que la clave de la dominación social es el capital; pero no solo el capital material, sino también el cultural, que se transmite en las familias, linajes y medios sociales. Para el sociólogo marxista, que tanta influencia tuvo en las políticas educativas a finales del pasado siglo, el problema no se puede paliar con becas y programas de igualdad, sino solo acabando con la transmisión de la cultura, porque “la verdadera causa de la marginación de las clases populares es la dominación de la cultura de las élites en el interior de la escuela y en los criterios de selección”.
Frente a esta visión de la educación, que considera la transmisión de la cultura como fuente de la alienación, Bellamy defiende justo lo contrario y explica que “el ser humano es, por naturaleza, un ser de cultura: es a través del encuentro con lo que otro le transmite como lleva a cabo su humanidad”. Como la carencia constituye la estructura misma de nuestra relación con el mundo, necesitamos recibir del otro lo que completa nuestras propias facultades. Sin los demás, ningún ser humano puede realizarse, ni siquiera pensar. De ahí que los padres, al transmitir valores y costumbres a sus hijos, no limiten su autonomía, sino que “les ofrecen la condición esencial para que nazca y crezca su libertad”.
El libro está muy bien escrito; es claro, riguroso y persuasivo. No aspira solo a ofrecer una reflexión más sobre la crisis de la educación, sino una alternativa inspiradora para padres, profesores y responsables de las políticas educativas. Me parece uno de los libros sobre educación más valiosos que se han escrito en lo que llevamos de siglo.