Años 50. La protagonista es Ada Harris, una señora de la limpieza londinense, viuda, de unos 60 años. Un día que ve un traje de noche de Dior en el armario de una casa en la que trabaja, se siente arrebatada por el deseo de comprarlo. Con ese fin juega a las quinielas, y le sale bien, apuesta en el canódromo, y le sale mal, y sobre todo ahorra tenazmente durante unos años hasta que reúne todo el dinero necesario. Viaja entonces a París, con cierto temor hacia los franceses, gente de la que desconfía, y se presenta en la casa central de Christian Dior. Allí, a pesar del desconcierto que provoca, es bien acogida por la gerente, Madame Colbert, que, al fin, le consigue un pase para que vea el desfile de la colección de primavera.
La señora Harris es todo un personaje: tiene una visión optimista y providencialista de la vida, se siente orgullosa de proporcionar alegría y satisfacción con su trabajo, habla con descarada soltura pero al mismo tiempo es afectuosa en sus reacciones… El relato va ganando interés según avanza y, también, adquiriendo acentos de cuento de hadas: la bondad y el entusiasmo de la señora Harris, que corresponde a la amabilidad con más amabilidad, consigue arreglar varios entuertos con igual eficacia que la mejor hada madrina. No interviene mucho pero, frente a la heroína, es un buen contraste su amiga, la señora Butterfield, cuyo lema es que “si no esperas nada de nada, luego no te llevas un chasco”.