Juan XXIII es conocido como “el papa bueno”, querido y recordado por su cordialidad y capacidad de diálogo; así como por la inesperada iniciativa de convocar un Concilio universal. En este libro de Loris F. Capovilla, secretario particular de Juan XXIII desde 1953 hasta el fallecimiento de este papa, se nos da una visión profunda y cercana de la vida de Angelo Giuseppe Roncalli, como hombre y como romano pontífice. Esta obra es fruto de conversaciones entre el autor y Ezio Bolis, sacerdote y director de la Fundación Papa Juan XXIII.
Siembra de paz basada en la doctrina
Algunos de los rasgos que destacan en la vida de Roncalli son la fortaleza y la exigencia. Capovilla, amigo y confidente de Juan XXIII, se dirige a él de esta manera: “os han llamado ‘papa bueno’. Erais bueno, es cierto, pero no por ello acomodaticio ni débil. En vos la bondad se conjugaba con una decidida profesión de fe, con el respeto de la tradición, con la confianza de poder atraer a las almas hacia el territorio de Dios”. El autor recuerda a Roncalli como “el joven clérigo que apuntaba en su diario las severas disposiciones conciliares en materia de vestimenta y conducta, el capellán que atiende y consuela a los heridos de la Gran Guerra, el sacerdote que afronta con entusiasmo la aspereza de la posguerra, el obispo cosmopolita que gestiona con competencia las tensas relaciones diplomáticas de una Europa profundamente turbada por la Segunda Guerra Mundial, el pontífice sonriente y al mismo tiempo consciente de los males del mundo”. Por otra parte, la vida privada del papa manifestaba una profunda piedad, de la que el libro nos ofrece algunos detalles como este: “Angelo Giuseppe Roncalli solía confesarse con una obstinada regularidad y una extremada delicadeza”.
La traumática primera mitad del siglo XX y la posterior Guerra fría son indispensables para entender el afán de Roncalli por el diálogo, la reconciliación y la fraternidad entre los pueblos. Una materialización de esta búsqueda fue su encíclica Pacem in terris, promulgada el 11 de abril de 1963. Un documento que Ezio Bolis sintetiza así: “la paz entre los hombres exige la verdad como fundamento, la justicia como norma, el amor como motor, la libertad como clima”.
Juan XXIII y Juan Pablo II
Haciendo memoria del cónclave que eligió el 28 de octubre de 1958 a Juan XXIII, Capovilla sostiene que “ Roncalli poseía las únicas dotes que permiten superar cualquier obstáculo e innovar la realidad condicionada por el pecado: una ilimitada confianza en Dios, una extraordinaria disponibilidad a dejarse guiar por el Espíritu. Igual que entonces, puede que todavía hoy a muchos les resulte difícil admitir que en Juan XXIII salía a relucir la sencillez, y no la simpleza, la misericordia, y no la mansedumbre, la disponibilidad, y no la credulidad, el candor, y no la ingenuidad, la espontaneidad, y no la impulsividad, el abandono a la Providencia y no al fatalismo, la valentía intrépida y no la temeridad, la esperanza inquebrantable y no la ilusión”.
Las guerras mundiales socavaron profundamente los principios de convivencia cimentados en el cristianismo. Para Ezio Bolis “entre la posguerra y finales de los años cincuenta, el mundo asiste a una fortísima y rápida transformación en distintos ámbitos”. Juan XXIII aplicó la doctrina cristiana de siempre a aquella situación. Este papa, sin ruptura con el Magisterio anterior, “supo captar la velocidad de nuestra época y volver a poner en circulación de forma más acentuada el lenguaje de Cristo”, explica Capovilla. El anuncio del Concilio, prosigue el autor, “invitó a que abriéramos los ojos a una preocupante realidad, a la que había que atender con remedios radicales”.
El 25 de enero de 1959 Juan XXIII anunció el Concilio Vaticano II. Ante las preguntas e inquietudes que suscitó el Concilio, Capovilla afirma: “(…) creo que la demostración de la eficacia de aquella experiencia trascendental se halla, aún más que en los textos laboriosamente preparados durante aquellos días, en el testimonio de los papas que sucedieron a Juan XXIII, en el impulso ecuménico y misionero de sus pontificados”.
Respecto a Karol Wojtyla, el futuro papa polaco, se nos recuerda que fue uno de los primeros obispos que apoyó la causa de canonización de Roncalli. El autor relata un significativo suceso de Juan Pablo II, del que fue testigo: “acudió a las Grutas vaticanas para rendir homenaje a los restos mortales de sus predecesores (…) Al llegar ante la tumba de Juan XXIII, Juan Pablo II apartó el reclinatorio y se arrodilló obre el suelo desnudo, con la cabeza y las manos apoyados en el sepulcro. Aquel singular gesto de veneración y gratitud se me quedó grabado. Es como si lo hubiera hecho adrede para recordarnos el error que tantas y tantos habían cometido, veinte años atrás, al no recibir con fe intrépida a aquél maestro inesperado”. Ahora, ambos papas son canonizados juntos (27-04-2014).
A finales del verano de 1962, Juan XXIII dio los primeros síntomas de un cáncer de estómago. Su salud fue empeorando, sin que disminuyera su ritmo de trabajo. Ante las peticiones que se le hacían para que descansara más, el papa reafirmó su deseo de mantener su plan de actividades en estos términos: “Aunque tuviera que morir por el camino. Bienaventurados los sacerdotes que mueren al pie del altar”. El libro revela una queja del papa en la última fase de su enfermedad, cuando estaba muy imposibilitado: “me da pena no decir misa”. Murió el 3 de junio de 1963.
Capovilla nos cuenta que Roncalli le dijo en una ocasión: “¡Tan solo podrás considerarte un hombre libre cuando pongas tu yo bajo tus pies!”. Juan XXIII, el papa bueno y misericordioso, fue también un papa de profunda oración, exigente en la disciplina y magnánimo en el afán apostólico.