En 2006, la editorial Encuentro publicó Un adolescente en la retaguardia, sobrecogedor testimonio sobre la Guerra Civil en el que el autor, con apenas 15 años, siendo colegial en el Monasterio de El Pueyo de Barbastro, fue testigo directo de cómo fueron apresados los monjes benedictinos por los anarquistas de la zona y en unas semanas asesinados. La misma suerte corrieron otros sacerdotes diocesanos de Barbastro, su obispo y un considerable número de escolapios y claretianos, algunos de los cuales compartieron su internamiento en Barbastro con los monjes benedictinos antes de su posterior ejecución. Un adolescente… contaba cómo el joven Plácido consiguió sobrevivir en territorio republicano hasta su regreso a Lumbier (Navarra), su pueblo natal, y reencontrarse con sus padres.
Iban a la muerte como una fiesta tiene bastante que ver con este libro, pues lo ha escrito el autor para ampliar la información que proporciona sobre aquellos hechos y que ha sido utilizada como documentación en la Causa de los Mártires de los monjes benedictinos de El Pueyo. Finalizada la guerra, ingresó en la orden benedictina y escribió un texto sobre sus recuerdos de aquellos sucesos que se han visto posteriormente ampliados por las tareas de investigación desarrolladas en torno a los monjes fallecidos y a la represión anarquista, que se cebó especialmente en Barbastro y en otras localidades de Aragón. El autor falleció en el Monasterio de Leyre en 2009, poco tiempo después de terminar este libro.
El texto mantiene en todo momento el mismo tono íntimo, sencillo, religioso del libro antes mencionado, aunque en este caso no tiene un exclusivo afán memorialístico. El autor comienza su narración proporcionando a los lectores información sobre la ciudad de Barbastro y sobre la historia del Monasterio de El Pueyo. Luego explica muy detalladamente lo que pasaba en el interior del monasterio desde mediados de julio de 1936, cuando se inició la guerra. Pocos días después, un grupo de milicianos detuvo a los monjes con la acusación de que el monasterio escondía un arsenal militar que sería utilizado por los militares del bando nacional. Los encerraron en un colegio de Barbastro, al lado del Ayuntamiento. Allí vivieron unos días muy intensos, asimilando el fin violento que intuían, pues durante su encierro se sucedieron los “paseos” nocturnos para fusilar a las personas que consideraban desafectas con el régimen republicano.
El autor pone el punto de mira de su relato en la actitud religiosa con la que los monjes aceptaron aquellos dramáticos hechos. En ningún momento recurre a la crítica política y en su relato sobresale la total ausencia de descalificaciones despectivas hacia los verdugos. Tampoco es su intención hacer un aséptico análisis sobre cómo se desarrollaron los hechos desde una perspectiva meramente histórica. Su deseo es personalizar aquellos hechos para hacerlos más humanos y testimoniar así la grandeza de espíritu cristiano de todos los monjes, siempre unidos en unos críticos momentos, rezando con intensidad durante los días de forzado internamiento, pegados a la Eucaristía y aceptando su martirio con una entereza y serenidad ejemplares.