No se saben muy bien las razones, pero después de su publicación en 1998 (ver Aceprensa 9-09-1998), no se había editado de nuevo El libro negro del comunismo, pese a que su casi desaparición de las librerías parecía reclamar una pronta reedición. El libro, que apareció en Francia en 1997, fue en su momento un acontecimiento editorial. Repárese en lo que esto suponía para un país que se había caracterizado por su cohorte de intelectuales politizados que, al estilo de Sartre, no se avergonzaban de su compromiso con el comunismo y se mostraban reacios a admitir la crueldad de su proyecto político.
Era la primera vez que se ofrecía un repaso histórico exhaustivo de los crímenes perpetrados en nombre de la ideología comunista. Los autores, algunos de ellos antiguos militantes, eran ya prestigiosos historiadores del comunismo y aprovecharon la apertura de numerosos archivos y registros tras la caída del bloque soviético en 1989. En un volumen de casi mil páginas vertieron el trabajo de muchos años de investigación que, en cualquier caso, todavía ha de ser considerada provisional en la medida en que se sospecha que queda aún mucho que conocer.
Sea como fuere, en El libro negro del comunismo este sistema político pasó a sentarse en el banquillo de los acusados. Y no salió bien parado, precisamente. En algunos casos, los crímenes ya eran conocidos, pero se intentaba ofrecer una pista sobre las cifras; en otros, salieron a la luz por primera vez; en todos, el lector no deja de asombrarse de una barbarie enfermiza que no puede explicarse sólo como un hecho accidental de la ideología comunista. No puede ser casual que el comunismo siempre haya aparecido con el mismo rostro de inhumanidad, ya sea el de Lenin, Stalin, Mao o Castro.
Y aunque lo más importante no son las cifras -no se pueden comparar el número de víctimas de las ideologías, se sostiene con frecuencia-, son enormemente elocuentes las decenas de millones de personas que murieron en la antigua URSS y en China y los que fueron machacados en países más pequeños, pero no menos crueles, como Corea, Camboya o Cuba. Es esta la radiografía de un terror ideológico que se extiende desde el Gulag hasta la experiencia comunista en Nicaragua o las acciones armadas de Sendero Luminoso en Perú.
Se omiten en estas páginas las reflexiones filosóficas, las políticas y las éticas, aunque en el epílogo los autores, tímidamente, se preguntan por las causas de la barbarie. Se ensaya una respuesta: para una política fundada en la violencia, el enemigo político acaba siendo un criminal y el criminal tiene que ser excluido o exterminado. Es la vieja lógica del odio que justifica el medio en atención a un fin utópico. Lo triste es que en algunos lugares del mundo se siga pensado así, mientras en otros se luce hasta con un punto pretencioso rojas camisetas del Ché.