Matilde Asensi es una de las escritoras españolas más leídas, con novelas de diferente factura (El Salón de Ámbar, Iacobus, El último Catón, Peregrinatio, Todo bajo el cielo), aunque todas en la órbita del best-seller, para lo bueno y lo malo. Venganza en Sevilla cuenta con la misma protagonista que la anterior, Tierra Firme, y tal y como acaba la novela, se anuncia una continuación de la serie. El personaje principal es la joven Catalina Solís, que se traviste en diferentes momentos de la novela en Martín Nevares.
Cuando se encuentra en el Caribe, en la Isla Margarita, recibe la noticia de que su padre adoptivo ha sido detenido. A la vez, la isla donde vive su madre, que regenta una mancebía, ha sido asaltada por los piratas. Catalina acude a ver a su madre y decide viajar hasta España para rescatar a su padre.
Cuando llega a Sevilla encuentra a su padre en la cárcel gravemente enfermo. Éste le hace jurar a Catalina (ahora Martín) que se vengue de los culpables de su inminente muerte. El padre fallece y Catalina se dedica en Sevilla a preparar la venganza contra los cinco miembros de la familia de los Curvo, que “se declaran a sí mismos penitentes, siervos de Dios y hombres honrados”. Pero estamos en la España del siglo XVII y las apariencias engañan. Tras la máscara de la respetabilidad, todos los miembros de la familia Curvo esconden miserias inconfesables que Catalina se encarga de descubrir para ejecutar su venganza. Gracias a su fortuna, Catalina ingresa en la alta sociedad sevillana, lo que le permite codearse con los Curvo. Con la ayuda de un pícaro, de sus fieles sirvientes Juanillo y Rodrigo, de la curandera Damiana y de otros personajes populares, Catalina/Martín tiene todo preparado para llevar a cabo lo que había prometido a su padre en el lecho de muerte.
La novela contiene un argumento que de tan sencillo y elemental acaba dando risa, pues desde que muere el padre de Catalina se vislumbra el esperado final, a pesar de los esfuerzos que hace la autora para disimular la falta de intriga. Los personajes son superficiales, tópicos, transparentes, lo mismo que la ambientación, acartonada y falsa. Para dar forma a su estilo, la autora incluye en el relato, como pedradas, términos de la época con los que quiere transformar su prosa más o menos eficaz en lenguaje de época: “ha menester”, “cimarrona”, “patache”, “nao”, “caterva”, “acaeció”, y así cada dos por tres.
Pero lo peor, sin embargo, no es esta simplificación y adulteración de los ingredientes novelescos sino la moralina políticamente correcta que la autora insufla a su relato. Primero con el personaje de Catalina, una mujer inteligente, hábil y perspicaz, que para conseguir sus objetivos no tiene más remedio que transformarse en hombre; y luego la obligatoria crítica a la religión, en este caso a propósito de los llamados congregados, asociación religiosa fundada por el jesuita padre León que emplea incluso la fuerza para acabar con la prostitución en los barrios de Sevilla (algunos de los miembros de los Curvos son “congregados”, pero frecuentan los prostíbulos en otros barrios de la ciudad). Para la autora, la religión es un recurso hipócrita que esconde los peores sentimientos, pues los que aparentan ser cristianos suelen ser los más viciosos. Por último está el estilo: simplón, sin matices, superficial y a fe que harto ridículo.