Experto en la tradición jurídica clásica e investigador de los fundamentos filosófico-políticos del derecho de familia, el profesor Elio A. Gallego nos presenta una brillante monografía sobre la virtud y la política. Dos conceptos que suponen un reto para cualquier trabajo de erudición. El lector de nuestros días encontrará difícil asociar ambos. Al final de la lectura de este libro comprenderá el sentido clásico de la palabra “política”, entendida como la sabia organización de la ciudad.
Estas páginas recorren el trayecto que va desde la Grecia clásica hasta las funestas consecuencias de la Revolución francesa y sus sucesivas crisis: las llamadas “tres olas de la modernidad”, en palabras de Leo Strauss. Así vemos el vertiginoso proceso de deshumanización del hombre, que tan bien han sabido explicar autores para todos los públicos, como C.S. Lewis, en La abolición del hombre, y expertos académicos, como el Profesor Dalmacio Negro, en su reciente trabajo El mito del hombre nuevo.
Tres son los pilares —símbolos de lo político mismo— que nuestra tradición occidental nos ha legado: el carácter de lo singular, que se recoge en la institución de la Monarquía; la virtud de los sabios, que se representa en el Senado o Cámara Alta, y la aportación de las mayorías, para lo cual se instituyó el Congreso o Cámara Baja. Esta tradición enseñaba, por medio de ejemplos, el complejo carácter poliédrico de lo político. Los griegos, gracias a la esencia elemental de su pensamiento, no necesitaban grandes palabras para explicar la misma idea. Así, identificaban estas mismas instituciones con: el uno, los pocos y los muchos.
Saber aunar lo diverso, es decir, estos distintos grupos de personas, conduce al buen gobierno. El profesor Elio A. Gallego lo expone por medio de la historia, las distintas constituciones y los textos legales que han intentado recoger esa mezcla necesaria para que funcione la naturaleza social del hombre. Por eso nos explica cómo la constitución mixta no sólo es lo mejor de nuestra tradición, sino que conforma la característica de esencia de nuestro pensamiento político desde Aristóteles. Doctrina gracias a la cual Occidente —esa mezcla de razón, pasión y piedad— puede sentirse orgulloso del mayor de los frutos políticos: la libertad. Polibio, Tomás de Aquino, Montesquieu, los federalistas norteamericanos y Edmund Burke, entre otros, son buena muestra de ello.
Enfrente se encuentran aquellos que el autor llama “monismos políticos”. Estos sistemas se concretan en regímenes partidarios del carácter absoluto y único del poder; ya sea éste detentado por un rey, por una clase o por un pueblo. Lo determinante es que el poder lo tiene en exclusiva uno de los grupos. Dentro de esta segunda corriente destacan buenos ejemplos de los llamados hijos de la Ilustración —Rousseau, Marx, Hans Kelsen—, junto con los movimientos radicales, socialistas y nacionalistas, que han desplegado su macabra influencia liberticida a lo largo de los dos anteriores siglos.
La más actual enseñanza que este libro nos aporta reside en poder ver la desigual forma de representación en que ha degenerado nuestro sistema político, que ha dejado de incluir a los tres grupos humanos que integran toda sociedad. Los hechos han terminado contradiciendo el propio texto constitucional. Hemos derivado en la democracia de masas, que no es la democracia constitucional, sino lo que el filósofo Gustavo Bueno ha llamado nuestra “democracia realmente existente”. Un simple ejemplo sería suficiente para la comprensión universal de esta cuestión: ¿Nuestro Senado representa a grupos sociales distintos que el Congreso? ¿Responde el ejercicio de su actividad a las virtudes sociales necesarias? ¿Lo integran personas notables?
Sabiduría clásica y libertad política podría ser un manual de aprendizaje para todos los políticos a los que aterra la virtud.