Hace apenas unos meses la editorial barcelonesa Acantilado nos ofrecía en modélica edición la correspondencia del gran escritor austrohúngaro Joseph Roth. En ella, el gran interlocutor de Roth era el escritor austriaco Stefan Zweig (1881-1942), íntimo amigo, confesor y, muy a menudo, mecenas del siempre atribulado autor de La Marcha Radetzky.
En esta ocasión Acantilado vuelve a repetir con Zweig ofreciéndonos la prolongada correspondencia que mantuvo con otro escritor del ámbito alemán, el laureado premio Nobel Hermann Hesse (1877-1962). La obra de Hesse ha logrado mantener su poder de seducción entre los adolescentes generación tras generación, quizás porque el novelista alemán lograba plasmar en sus novelas gran parte de la inquietud y de la desorientación existencial de nuestra época.
De entrada, no se me ocurren dos autores más dispares que el optimista e ingenuo Zweig y el aparentemente profundo y angustiado Hesse. Ahí donde a Zweig le embriaga la elegancia, el buen gusto, la arquitectura o las grandes figuras de la historia; Hesse no parece traspasar su propio ensimismamiento. Es probable que existan razones biográficas que expliquen estas diferencias. Culto y cosmopolita, el vienés; provinciano y sin grandes estudios, el bávaro. Pero la biografía nunca es suficiente para explicar las motivaciones del alma. Así, en una de las cartas fechada el 5 de febrero de 1903, Hesse escribe: “mi corazón jamás ha pertenecido a las personas, sino únicamente a la naturaleza y a los libros”. Carácter romántico, por tanto; libresco, sin duda; pero desconfiado, por naturaleza, y tendente a la depresión.
Al igual que sucedía en la correspondencia con Roth, Zweig se nos muestra como el mejor de los amigos y el más generoso de los corresponsales. Amable, atento, siempre deseoso de agradar y de aprender en diálogo con el otro. Hesse, en cambio, aparece más huraño, algo más distante. En el epílogo a esta edición, Volkers Michels nos cuenta que para el premio Nobel, Zweig “escribía en un mal alemán” y que incluso algunas de sus obras más señaladas, como Momentos estelares de la humanidad, eran para Hesse una “caricatura de poesía”. Uno podría hablar de falta de generosidad o incluso de doblez, pero quizás sea este aparente desprecio por la obra del vienés lo que explique este distanciamiento. De todos modos, este libro es un documento impagable sobre la amistad de dos grandes escritores en una de las épocas más oscuras de la historia.