¿Por qué nos gusta tanto Joseph Roth? ¿Por qué un autor olvidado, o semi desconocido, hace apenas dos o tres décadas, se ha convertido en un autor de culto? Quizás sólo sea posible aventurarlo. Hace veinte, treinta años, los aires setentayochistas encumbraron a unos escritores y a unas literaturas -la de marcado signo social, por ejemplo, o la más puramente existencialista- que sustituyeron a otras formas y otros modos más clásicos de narrar. Así, durante unos años, lo moderno era leer los experimentalismos franceses y lo antiguo seguir leyendo a los anglosajones o a los centroeuropeos. Gracias a Dios, las tornas cambiaron y el fondo clásico de la literatura volvió a ocupar su lugar. Hoy leemos a Joseph Roth como lo que es: un escritor central en el canon de la literatura del siglo XX, autor de novelas inolvidables como Hotel Savoy o La marcha Radetzky.
A caballo entre la desaparición del Imperio Austro-Húngaro y la llegada de la locura de los totalitarismos, Roth vivió la angustia del interregno con una lucidez y una perspicacia intelectual que hoy nos resultan asombrosos. Como periodista, denunció a los bolcheviques y criticó la gran falsedad de la Revolución Rusa. Como judío, supo leer el ascenso del nazismo y sus trágicas consecuencias y tildó el régimen de Hitler como de “una filial del infierno en la tierra.” Desarraigado y alcoholizado, como un eterno vagabundo errante, Roth incide con sus novelas en los grandes problemas de la modernidad: el devastador colapso de las coordenadas de un mundo, diríamos, anterior a la llegada de las ideologías, con sus valores aristocráticos y un determinado sentido del deber y de la caballerosidad.
La editorial Acantilado ofrece, en cuidada edición, una monumental recopilación de las cartas de Joseph Roth que no podemos sino tildar de imprescindible para los admiradores de este autor. Como si asistiéramos a un fascinante despliegue de voces, las cartas que se cruza Roth con Stefan Zweig o Heinrich Mann, por ejemplo, nos trazan el retrato humano y biográfico del gran escritor centroeuropeo: sus miedos, sus angustias, el amor a la patria, la urgente necesidad de dinero, su visión de otros escritores alemanes o austriacos, la necesidad de escapar -sueña con instalarse en las Baleares al igual que en aquellos años quiso hacer en Ibiza, Walter Benjamín- o su prodigiosa habilidad para interpretar el auténtico sentido de los movimientos políticos de su época. En una carta escrita a su amigo Stefan Zweig en febrero de 1933 leemos: “Sabrá usted que nos aproximamos a grandes catástrofes […]. Los bárbaros han conseguido gobernar”.
El lector contempla también su continua degradación física y psicológica. Así, en una carta a su amiga Blanche Gidon, escrita el 8 de mayo de 1936 leemos: “Estoy desconcertado, no sé por dónde tirar. Tengo el corazón vacío como un desierto y oscuro como una cueva”. Y en mayo del mismo año, le escribe a Zweig: “Estoy muy débil y apenas puedo andar. No es una enfermedad determinada. Cada día trae y produce nuevos síntomas. Cuando no vomito bilis y sangre, tengo los ojos inflamados, o se hinchan los pies. Palpitaciones, dolor en el corazón, migraña, escalofríos, caída de dientes”.
En 1939, Joseph Roth moriría en París destruido por el alcohol. Junto a sus novelas y sus crónicas periodísticas, estas cartas constituyen el enorme testimonio de un autor imprescindible.