A los numerosos ensayos que intentan explicar qué está pasando hoy en la enseñanza, especialmente en la escuela pública, hay que sumar también algunos libros que en clave de ficción abordan las mismas cuestiones. Es el caso de Mal de escuela, del francés Daniel Pennac, libro que se plantea cómo hay que recuperar a los malos estudiantes y en el que se mezcla el ensayo con la autobiografía. La clase es una novela que tiene también un valor documental. Su autor es un profesor, periodista y escritor (es la tercera novela que publica) que intenta describir el microcosmos escolar centrándose en la vida de un profesor de francés de un instituto de un barrio conflictivo de París, donde predominan los alumnos inmigrantes.
La novela, ambientada en 2001, se publicó en 2006 y sólo en Francia se han vendido más de 200.000 ejemplares. Una adaptación cinematográfica dirigida por Lauren Cantet y en la que el autor, François Bégaudeau, es el guionista y también actor principal, ha obtenido la Palma de Oro en el festival de Cannes 2008. La película como la novela está a medio camino entre la ficción y el documental. La película, titulada La clase, se acaba de estrenar en España.
La novela se desarrolla en un curso escolar. François es un experimentado profesor que lucha todos los días por enseñar a sus alumnos a manejar correctamente la lengua. No lo tiene fácil. La mayoría de sus alumnos son extranjeros y aunque lleven ya años en Francia el francés suele ser su segunda lengua. Además, por lo general no tienen interés por aprender y muchos de ellos se dedican, como juego, táctica o estrategia de rebeldía, a entorpecer el desarrollo normal de la clase. François debe dedicar muchas de sus energías a mantener el orden, a hacer partes por indisciplina, y a acompañar a los alumnos más díscolos a visitar al director.
También se describe el ambiente de la sala de profesores -los comentarios, las inquietudes, los problemas- y las decisiones que se toman en las reuniones de profesores y en el Consejo Escolar. Y las visitas de los padres, desbordados, incapaces de hacer nada, superados por las circunstancias, portadores casi siempre de tristes noticias familiares.
François Bégaudeau se limita, sobre todo, a narrar, a dejar constancia de lo que está pasando, sin apenas reflexiones. Su interés es anotar la vida misma. Y en sus intenciones estéticas tienen un papel muy especial los diálogos: vivos, instantáneos, reales… Estos diálogos muestran sobre todo las carencias idiomáticas de los alumnos, incapaces de saber en muchos casos de qué se está hablando si se les saca de su argot, y las continuas y agotadoras correcciones del profesor para que se expresen bien.
No se muestra en ningún momento una imagen idílica ni de los alumnos ni de los profesores, y esto es un acierto, pues a menudo, cuando se habla de la escuela, lo que se cuenta es cómo deberían ser las cosas y no cómo son en realidad. Conociendo la realidad se pueden elaborar propuestas didácticas más reales y más adaptadas al mundo de los alumnos. Ocultar esta realidad supone enrocarse en las mismas soluciones y en los mismos discursos, algo en lo que, por desgracia, son especialistas determinados partidos políticos y sindicatos, que prefieren que no se mueva nada antes que modificar un ápice sus presupuestos educativos.
La publicidad que ha hecho la editorial de este libro dice que se trata de “una visión positiva y diferente de la enseñanza pública”. Esta frase puede servir de equívoco reclamo, pues nada de esto hay en el libro. Lo que se cuenta sucede en otros muchos colegios, sean públicos o no, franceses o no (los problemas de civismo son más o menos similares); y no comparto que muestre “una visión positiva”, pues el retrato que se hace de los alumnos es deplorable (una y otra vez se dedican a frenar el posible entusiasmo de los profesores) y la descripción de la vida de los profesores (en este caso, especialmente del protagonista, un tanto desquiciado y cínico) muestra el hartazgo, el cansancio de una situación que no tiene visos de regenerarse.