Como escribió en su biografía ¡Tierra, tierra!, el escritor húngaro Sándor Márai (1900-1989) abandonó su país natal tras la implantación del comunismo en su país. Ernö Zeltner en su libro Sándor Márai: una vida en imágenes (Publicaciones Universidad de Valencia, 2005) describe las etapas de un exilio azaroso y dramático. Primero, Ginebra, después Nápoles, Nueva York, Salerno y los últimos años de su vida en San Diego (California), donde vivía también Janos, su hijo adoptivo, casado con una norteamericana. Máraí, escritor de éxito en el periodo de entreguerras (cuando publicó sus novelas más conocidas: El último encuentro, Divorcio en Buda, La mujer justa…), anota en su Diario, el último de los cinco que escribió en el exilio, los últimos años de su vida, los más tristes.
No son años fáciles. Por un lado, tantos años de duro exilio pasan factura. Márai no está dispuesto a regresar a su país si continúan las tropas rusas, a pesar de las continuas llamadas de importantes figuras de la política y de la literatura húngaras invitándole a regresar, y del deseo de publicar en Hungría todas sus obras, tras una larga prohibición. Márai no oculta la nostalgia que siente de su país (“Me gustaría ver otra vez mi país natal, mi hermosa y amada Hungría, aunque probablemente ya sea demasiado tarde”), pero no está dispuesto a hacer el juego a los comunistas, que ahora quieren dar a entender a la opinión pública internacional que han iniciado un proceso de apertura política, del que Márai desconfía.
Sus Diarios reflejan una situación familiar y personal complicada, atormentada. Márai y su mujer Lola son octogenarios, viven solos y están enfermos. Los Diarios hablan de los frecuentes problemas de salud y de la progresiva enfermedad de Lola, que le supone muchos cuidados y sacrificios. Lola muere en 1986; poco más de un año después, de manera inesperada, fallece su hijo Janos. Márai no quiere terminar sus días como su mujer Lola y decide comprar una pistola por si acaso. Aunque no piensa en el suicidio, lo ve como la mejor solución si las cosas se complican. Estas ideas son recurrentes en las anotaciones finales de su Diario. La última entrada es del 15 de enero de 1989 dice: “Estoy esperando el llamamiento a filas; no me doy prisa, pero tampoco quiero aplazar nada por culpa de mis dudas. Ha llegado la hora”. Márai falleció el 21 de febrero de un disparo en la cabeza. Tal y como dejó escrito en su testamento, sus cenizas fueron esparcidas por el mar, igual que las de su mujer.
El Diario muestra su cansancio vital. Márai se siente desbordado por los acontecimientos, a los que hay que sumar la sempiterna sensación de olvido y de soledad. Además, “muy de mayor he llegado a no creer en nada, aunque tampoco descarto nada”, lo que agrava su pesimismo existencial. Márai sigue en contacto con la vida política y cultura de Hungría, que mira con escepticismo.
También anota en estas páginas sus reflexiones sobre la vida en Norteamérica, sobre su trabajo literario. De vez en cuando le asaltan los recuerdos: “Hoy hace cuarenta años que se destruyó el yo que fui y cobró forma ese otro que soy en la actualidad. El mismo que ahora se desmorona”. Se siente un “espantapájaros, un cachivache destinado a los estantes de un museo”. Habla de sus lecturas (la mayoría, de autores húngaros), aunque también frecuenta asiduamente los clásicos: “Lectura por la noche: Cervantes, Don Quijote, la novela mas hermosa de la literatura mundial”. Pero los momentos de desolación se amontonan y Márai siente cada vez más cercana la llegada de la muerte.