Hacia el final del libro, a modo de conclusión, el autor incluye una cita de Hugh Ross Williamson, otro experto en Shakespeare: “Evidentemente, las pruebas del catolicismo de Shakespeare no son las mismas que las del catolicismo del cardenal Newman, pero sí suficientes para emitir un veredicto”. Joseph Pearce ha realizado un serio trabajo de investigación sobre los datos y las hipótesis a favor y en contra del catolicismo del gran dramaturgo inglés, cuestión acerca de la que se ha especulado bastante desde hace tiempo.
La conclusión es que no hay duda de que sus padres y sus maestros eran católicos ni de que tuvieron serios problemas por ello; algunos parientes de su madre padecieron la cárcel o la condena a muerte incluso. También parece probado que conoció a algunos jesuitas martirizados durante el periodo isabelino, que lo casó un sacerdote católico y que una de las personas que más lo atacaron, Sir Thomas Lucy, persiguió con tesón a los católicos de Stratford, donde nació el escritor. ¿Fue ésta una de las razones por las que se trasladó a Londres poco años después de su matrimonio?
También era católico uno de sus protectores y es un hecho que Shakespeare no figura en documentos en los que consta que otros amigos y conocidos suyos asistían a servicios religiosos anglicanos en Londres. Tampoco hay ningún poema suyo de elogio de la reina Isabel o de Jacobo I, grandes perseguidores de los católicos, cosa que sí hicieron bastante escritores contemporáneos de William. También hay pruebas de que su hija preferida, Susanna, se mantuvo fiel al catolicismo y sufrió represalias por esto. Además, resulta significativo que unos meses antes de regresar a Stratford para pasar los últimos años de su vida, Shakespeare adquiriera en Londres Blackfriars Gatehouse, un edificio que era lugar de reuniones clandestinas de católicos, en el que permitió que viviera su amigo William Reynolds, otro católico perseguido. Además, un escritor cercano en el tiempo dejó escrito que Shakespeare había muerto papista…
Estas conclusiones replantean el enfoque de algunas de sus obras, como sugiere Pearce con algunos ejemplos y de modo más detallado en el apéndice B del libro, en el que analiza El Rey Lear bajo esta perspectiva, aunque esto requerirá nuevos trabajos, como manifiesta en el prólogo. Especialmente acertado es el apéndice A, en el que Joseph Pearce esboza unas consideraciones muy lúcidas sobre la crítica literaria y en contra de quienes olvidan al autor y su contexto al analizar una obra, para tratar de arrimarlo a sus puntos de vista o a sus prejuicios ideológicos, hecho demasiado frecuente en el caso de Shakespeare. A todo esto, hay que añadir la abundante información sobre el periodo isabelino y la persecución, a veces atroz, que sufrieron los católicos.
Un libro muy interesante y que se lee casi como un relato policíaco.