Tras el seudónimo de Yasmina Khadra está el excomandante del ejército argelino Mohamed Moulessehoul (Kednasa, 1955), que al principio tuvo que esconder su auténtico nombre para no levantar sospechas en su país. Hoy en día vive en París. Por ello, como conocedor de las culturas musulmana y occidental, Khadra se convierte en un observador de excepción para contrastar ambas culturas y observar dónde están los fallos de cada una y sus puntos de desencuentro, como hizo en una de sus novelas más famosas, El atentado (ver Aceprensa 5/07).
En Las sirenas de Bagdad, Khadra presenta la historia de un joven iraquí cuyo único objetivo es vivir tranquilo en medio de una guerra espeluznante. Sin embargo, su sencilla vida se verá truncada por la violencia de la guerra y decidirá tomar parte en ese cruento sinsentido.
Khadra muestra en esta novela el lado iraquí de la trágica guerra que lleva años desolando el país. No lo hace de modo complaciente con occidentales o árabes, sino que señala los errores de cada uno de ellos. Sin embargo, sí se adivina cierto maniqueísmo que tiende a caricaturizar al occidental (en este caso, encarnado en unos salvajes soldados ocupantes).
Pero el punto más débil de Las sirenas de Bagdad es el ritmo lento de sus páginas, su tardanza en llegar al desarrollo de la historia. Ciertamente, algunas de esas páginas son necesarias, pues Khadra lleva a cabo por momentos una poética descripción de las costumbres de las aldeas del Iraq profundo o de los horrores de la Bagdad aniquilada; pero muchos de los sucesos, por su obviedad, son innecesarios.
A pesar de ello, la novela mejora en la parte final, cuando el escritor argelino se centra en el punto al que quería llegar y lo despliega con elegancia y ahora sin maniqueísmos, presentando las dos caras de la moneda. De esta manera, el final es una interesante reflexión sobre las consecuencias del dramático “choque de civilizaciones”.