Ralf Dahrendor ha reunido, bajo un título bastante sugestivo, artículos, conferencias e intervenciones que tienen en común la preocupación por los problemas sociales surgidos tras la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría. Los acontecimientos de nuestra época (desintegración de la URSS, la UE, los conflictos armados) se convierten en oportunidades para la reflexión del sociólogo. Para Dahrendorf, la cuestión principal es resolver el conflicto entre la estabilidad social y el liberalismo económico-político, teniendo en cuenta que, desde la perspectiva de la sociología conflictualista que practica, la heterogeneidad y diversidad constituyen el motor del progreso social.
Dahrendorf percibe que las sociedades capitalistas no son capaces de generar vínculos culturales, precisamente porque, con el fin de asegurar la libertad, construyen esferas antagónicas -público y privado- y favorecen la despolitización. Esta dinámica concluye en la anomia, en un cuerpo social abúlico, fácilmente manipulable, sin valores comunes. Lo que puede explicar, según Dahrendorf, la deriva fundamentalista no solo de las religiones, sino también de las convicciones políticas y del nacionalismo. Una perspectiva que constituye, por otra parte, casi un lugar común del pensamiento sociológico de comienzo de siglo, pero a la que Dahrendorf busca dar una solución que no sacrifique la idea de ciudadanía liberal.
Dahrendorf se define como un defensor del liberalismo, pero con algunos matices. Cree que hay que proponer medidas eficientes para la que denomina la subclase de los excluidos, pero al mismo tiempo advierte de las deficiencias de la intervención estatal. Se deja ver la influencia de uno de sus maestros, Karl Popper, sobre todo en su oposición a las propuestas idealistas de configuración de los cuerpos sociales, sin que ello le lleve a abstenerse de buscar mejoras. Por eso, tal vez lo que se puede concluir con su argumentación es la insuficiencia de una visión meramente descriptiva de la realidad social.
¿Pueden generarse nexos culturales en las sociedades capitalistas, altamente economizadas, sin caer en propuestas dogmáticas? Dahrendorf desconfía de las iniciativas públicas, porque con ellas se comienza a escurrir la sociedad por el plano inclinado que lleva al totalitarismo. No está de acuerdo ni con el institucionalismo moralizante de la izquierda, ni con las mezclas ambiguas de la Tercera Vía de Giddens. Arremete sin escrúpulos contra el comunitarismo: a su juicio, termina en la exaltación de la nación y de las particularidades culturales; afirmación, por otro lado, que se antoja simplista y generalizadora, ya que las posiciones de los comunitaristas respecto al nacionalismo son muy diversas entre sí.
Si no se puede recurrir a una “generación pública” de la cultura, entonces habrá que estimular a la sociedad civil para que ella misma, con sus propias iniciativas, favorezca la creación de lazos sociales que sostengan la solidaridad ciudadana, sin menoscabo de las especialidades culturales. Es lo que propone Dahrendorf: alude a la labor de los cuerpos intermedios, a la creación de asociaciones; pero no sugiere en concreto ninguna vía práctica.
La combinación de libertad, democracia fuerte y economía de mercado exige una sociedad madura y que conozca la competencia y límites de la política y del mercado. Una meta, sostiene Dahrendorf, difícil de alcanzar, pero que debe constituir el horizonte de la ciudadanía. Sólo de esa forma el curso de la globalización no terminará llevando a un individualismo vacío o a una nueva forma de colectivismo.