Roca Editorial. Barcelona (2006). 381 págs. 18 €. Traducción: Isabel Ferrer y Carlos Milla.
E.L. Doctorow está considerado como uno de los grandes narradores norteamericanos de hoy. Destaca por la originalidad y viveza de su enfoque, y por el carácter totalizador de su literatura («Ragtime», «El libro de Danie»l), que abarca contexto histórico y personajes, siempre con sentido de profundidad.
En «La gran marcha», Doctorow hinca el diente a un período histórico fundamental en la historia de su país y de tremenda influencia para el resto: la Guerra de Secesión norteamericana. Está considerada la primera guerra contemporánea, en la que la industria militar supera al contingente humano, se utilizan por primera vez la ametralladora y las minas, el ferrocarril como vehículo de transporte de tropas, y la estrategia supera a la táctica. Los periódicos desempeñan un papel esencial, aparecen los primeros corresponsales de guerra y los ciudadanos tienen información e imágenes del campo de batalla antes incluso que los propios militares.
En este apasionante contexto sitúa Doctorow la acción, en el tercer año de contienda, 1864, cuando el general unionista Sherman avanza implacable hacia el mar, tras incendiar Atlanta, a través de Georgia, Carolina del Sur y Carolina del Norte, con el objetivo de partir en dos los territorios confederados y ahogar los suministros del ejército rebelde. En esta marcha devastadora irá liberando miles de esclavos que se unen a la retaguardia del ejército, formando una interminable caravana de criaturas desconcertadas con su recién adquirida condición de ciudadanos libres.
No hay un protagonista principal, ni un argumento único. La trama es la guerra, en la que Doctorow sumerge a los lectores desde la primera línea de forma magistral. Dentro de esa irracionalidad, aparecen los personajes, todos cargados de realidad: un médico obsesionado con la barbarie de la guerra, una esclava liberta blanca, un fotógrafo negro con salvoconducto del ejército unionista, dos soldados confederados que cambian de bando para salvar el pellejo, una enfermera hija de un juez de Georgia y, por supuesto, el general Sherman, un hombre neurótico y acomplejado, abrumado por el salvajismo de la guerra…
Con descripciones precisas, Doctorow introduce y desarrolla personajes, alimentando con este vaivén de voces narrativas el intenso ritmo de la acción. La novela es épica y a la vez reflexiva, pero sin consignas ni discursos hechos. A Doctorow le importa lo humano, sin juicios, venga de donde venga, del dolor de una madre por su hijo soldado muerto entre sus brazos, o del griterío enloquecido de un ejército saqueando una ciudad.
César Suárez