No parece habitual tomar un volumen de relatos de 800 páginas y leerlo de un tirón como si fuera una novela. Cuando esto sucede sin esfuerzo y con indeclinable placer, sabemos que estamos ante un grande de verdad. Incomprensiblemente ausente de cánones y librerías, el periodista y narrador británico Hector Hugh Munro (1870-1916), por seudónimo Saki, merece un puesto de honor en la tradición de grandes ironistas de la literatura inglesa, de Sterne a Wilde y Chesterton, autores estos últimos con quienes guarda notables semejanzas: temperamentales con el primero y estilísticas con el segundo.
Saki fue un hombre inclasificable: nació en una ciudad del golfo de Bengala, en plena época imperial; profesó siempre una ideología conservadora que defendió con demoledora ironía; dandy, misógino y homosexual, sin demasiados alardes ni tampoco ocultamientos; honesto patriota y fustigador de la falaz política de apaciguamiento abanderada por periodistas y políticos; murió de un disparo en la cabeza en el frente durante la ofensiva del Somme, tras alistarse voluntariamente como soldado a pesar de haber sido eximido del servicio; y, ante todo, como aquí importa señalar, uno de los mejores cuentistas de la literatura moderna.
Aun con la obvia variedad propia de toda antología, los cuentos de Saki mantienen unas constantes estructurales y temáticas que modelan un estilo inconfundible desde las primeras páginas. Suelen estructurarse en torno a una escena de corte teatral, en donde los diálogos y las descripciones psicológicas juegan el papel fundamental: conversaciones en salones de mansiones londinenses o coloniales, fiestas o clubes de bridge. Aristócratas de afilado ingenio y pícaros arribistas alternan golpes dialécticos, abrumando al lector-espectador que asiste a un despliegue sintáctico y verbal deslumbrante.
Los vicios de clase -la hipocresía, la avaricia, las maniobras del gorrón o del charlatán- son satirizados sin piedad, con el efecto multiplicador que se logra envolviendo la carga vitriólica en elegantes capas de referencias indirectas y elaboradas perífrasis y comparaciones. Se trata, pues, de una literatura que toma a los lectores por inteligentes, competentes para disfrutar tanto de una trama de enredo endiablada como de un incisivo dibujo psicológico y social, una erudición pintoresca y exótica o una prosa de gran riqueza expresiva.
Cabe criticar al autor su irredento cinismo, aunque el dandy frívolo Saki demostró tener convicciones cuando se convirtió en el heroico cabo Munro. En todo caso, Saki es un refinado humorista, un orfebre del lujo literario y un despiadado cirujano de costumbres y clases. Nunca resulta hiriente. Y nunca, nunca aburre.