Su nombre era el de todas las mujeres

Luis Alberto de Cuenca

GÉNERO

Renacimiento. Sevilla (2005). 207 págs. 10 €.

«Su nombre era el de todas las mujeres» añade una muesca más a la magnífica serie de antologías publicadas en los últimos años por Renacimiento. En este caso, el «leitmotiv» que anuncia el título no es otro que el amor como pasión poderosa, experiencia de plenitud y dardo doloroso a un tiempo. La antóloga, Lara Cantizani, ensaya en el prólogo una jocosa tipología del amor en la poesía luisalbertiana -amor cortés, cultural, doméstico, erótico, gastronómico, impreso, de madrigales, negro, oriental y terrorífico- con un trasfondo común bastante visible: el «amour fou» como rostro dadivoso de una fatalidad terrible, pero en cuyos avatares Cuenca elude todo tremendismo gracias a la ironía y el humor. El amor, ante todo, como algo que nos sucede.

«Su nombre…» comienza por consignar los inicios de Cuenca en la poética novísima, con un decantado esteticismo que alterna la torrencialidad whitmaniana del versículo con la concisión orientalista del «haiku», la interposición distante del personaje en el monólogo dramático con el culturalismo plural y fragmentario. Como botón de muestra, la catarata de imágenes de «Love’s Labour’’s Lost»: «Llegas y pasas liminar difusa toda de líquenes y esencias / fugaz es tu contorno enloquecido de alga vestida de gala / no importa qué azucenas o arrecifes o lagos maquillando tu rostro / un revólver helado resucita en tus labios el frescor primitivo».

Ni que decir tiene que ese culturalismo inicial se resuelve en un escapismo menos geográfico y más libresco, pero que desde su «haute culture» no desdeña la del «rock», el cine, el cómic o el «jazz», en un sincretismo que a la postre dará como fruto la marca de fábrica de la poesía de Cuenca: lo que sucede aquí a partir de los primeros ochenta es una reinvención de sí mismo a cargo del poeta, con un tinte experiencial. La cultura hecha carne: el poeta se reconoce «un tipo lleno de nombres propios», para quien la literatura sirve como leyenda que proyectar sobre los hechos en apariencia opacos de la vida: de fondo, la necesidad de los universos de la imaginación y la poesía, bien sea para crear mundos alternativos o para reencantar el de nuestra prosa cotidiana.

Así, claridad, coloquialismo, narratividad, un ocasional onirismo y una mayor aproximación entre el yo lírico y la persona del poeta caracterizan poemas como «eterno femenino»: «Me psicoanalizaban unas chicas / guapísimas, muy altas y muy fuertes, / con pinta de valquirias o amazonas. / Iban todas con gafas y con blusas / muy blancas, gentilmente descotadas, / y faldas negras, mínimas, de cuero, / y pelo recogido, y labios gordos / que decían comedme a cada instante». No hay otros mundos, pero están en éste.

Gabriel Insausti

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