Aunque se han editado numerosos estudios sobre los campos de concentración nazis y soviéticos, nada más elocuente que los testimonios de quienes los sufrieron. Estos tres libros –ya clásicos– son una referencia obligada para quienes deseen obtener un conocimiento de primera mano de lo que supuso Auschwitz o el Gulag.
En 1986, Primo Levi explicaba en Los hundidos y los salvados que lo que le animó a escribir de nuevo sobre los campos de concentración fue la necesidad de advertir a las nuevas generaciones que aquello podía volver a suceder. Como el suyo, los testimonios de Solzhenitsyn y Ginzburg constituyen también un ejercicio contra el olvido. Pero no se trata de rememorar únicamente. Estos tres libros deben leerse más bien como una serie de ensayos sobre el hombre, escritos precisamente cuando los límites de lo inhumano fueron franqueados por los regímenes totalitarios.
¿Qué es lo que tienen en común el nazismo, el comunismo y el fascismo? Sobre todo, el recurso al terror. Pero también la sustitución del Estado de derecho por la arbitrariedad a la que muchos ciudadanos no pudieron sustraerse. En definitiva, todo ciudadano se convierte en una víctima potencial. Ginzburg es un buen ejemplo de ello. El vértigo es, de los tres libros que se presentan, el menos conocido en lengua castellana. Profesora de historia y de literatura en la Universidad de Kazán y miembro del PC, Ginzburg no pudo escapar a las purgas internas que emprendió Stalin tras el asesinato de Kirov. Aunque gozara de una buena posición dentro del partido –su marido, Pavel Aksonov, era un conocido miembro del Comité Central ejecutivo de la URSS–, fue acusada de trotskista y deportada a Siberia. A diferencia de Solzhenitsyn o Levi, el caso de Ginzburg revela la perplejidad de quines fueron condenados siendo verdaderos comunistas.
En estas páginas se suceden las persecuciones, las torturas, pero sobre todo las traiciones. No es extraño que ante tanta crueldad, las convicciones de Ginzburg desaparecieran al cabo del tiempo. En la primera parte de sus memorias, acepta sin reservas la doctrina oficial de Jrushchov: Stalin fue un error, una desviación del verdadero leninismo. Pero en El cielo de Siberia, la segunda parte de su relato, se desvanece su ideología. Allí ha entrado más estrechamente en contacto con el dolor y se hace más reflexiva y humana. Es conmovedor asistir a su desengaño político y a su búsqueda de la trascendencia.
Víctima de las leyes antisemitas de Mussolini, Primo Levi estuvo en Auschwitz de 1944 a 1945. Si esto es un hombre es la primera parte de esta trilogía y constituye uno de los relatos más famosos sobre la vida en un campo de exterminio nazi. Levi describe, con su mirada de químico, el día a día de los prisioneros, los rituales del miedo, las noches interminables y la angustia. Su escritura es precisa y en ocasiones distante; de hecho, es consciente de que todo recuerdo puede ser subjetivo. La Tregua, publicada en los años sesenta, recrea, con algo de licencia literaria, el año 1945, desde que es liberado por los rusos hasta que llega a su Turín natal.
Archipiélago Gulag es el relato más conocido sobre los campos de concentración soviéticos, y ahora Tusquets lo ofrece en versión íntegra.
¿Qué tuvieron que hacer estos hombres para sobrevivir? En los campos de concentración, el hombre era degradado hasta el límite y muchos morían o sucumbían a la desesperación y se suicidaban. Ginzburg, Levi, Solzhenitsyn –y muchos otros, como Viktor Frankl– salieron adelante gracias a fuerza de espíritu. Unos encontraron consuelo en la literatura o en la amistad, como Primo Levi, que recordaba a cada momento versos de la Divina Comedia. Los tres dan un ejemplo hermoso de que, por mucho que al hombre se le prive de lo necesario, puede siempre encontrar un reducto íntimo de libertad, que le conduce a la lucha por su superación y supervivencia.