Ian Buruma,Avishai MargalitPenínsula. Barcelona (2005). 158 págs. 14 €. Traducción: Miguel Martínez-Lage.
El historiador holandés Ian Buruma, en colaboración con el profesor de filosofía Avishai Margalit, publica este ensayo sobre las doctrinas políticas y sociales que han influido en esta era de terrorismo global; un aspecto, el de las ideas, que algunos suelen dejar de lado para afirmar una visión -tan simplificada como inexacta- de una guerra entre Occidente y el Islam. Tampoco lo suelen valorar quienes adoptan la postura políticamente correcta de diálogo entre civilizaciones, como si éstas fueran un bloque compacto y genuino de tradiciones inalterado hasta el presente; y todavía cuidan menos el debate ideológico aquellos que ven exclusivamente en el terrorismo islamista una comprensible reacción ante la hegemonía americana o el capitalismo.
Como afirma Ian Buruma, de los suburbios de Río o Bangkok, afectados por la globalización, no suelen salir terroristas suicidas. Más bien, el odio procede de la visión artificiosa y deshumanizadora -imprescindible para matar indiscriminadamente- sembrada por algunas ideologías de Occidente que han influido en Oriente. Esto es lo que los autores llaman «occidentalismo».
El occidentalismo acusa a Occidente, y en particular a EE.UU., de ser una cultura mecánica, sin alma, decadente y corrompida. Así pues, la modernidad -entendida como racionalismo, individualismo o secularismo- se convierte en el enemigo a batir. Sin embargo, en el arsenal ideológico de Al Qaeda y otros grupos islamistas los autores detectan aportaciones de ideas occidentales, en particular las que florecieron en Alemania y Rusia durante el siglo XIX.
En tierras germánicas, la contraposición entre «héroes y mercaderes» alimentó a los jóvenes combatientes de 1914, en una imagen no muy diferente de la de los kamikazes japoneses de tres décadas después. Antes, los intelectuales eslavófilos rusos, deseosos de construir una Rusia ajena a Europa y cultivadores de un alma metafísica rusa, alimentaron el terrorismo de los nihilistas, caldo de cultivo ideológico de Lenin y Stalin. Alemanes y rusos coincidieron en que había que buscar lo auténtico, y esto sólo nacía de la poesía, la intuición o la fe ciega en el destino. Lo auténtico pasaba inexorablemente por la eliminación de los burgueses o cualquier representante de una sociedad de cobardes acomodaticios, entre los que también se contarían los judíos. El terrorismo islamista participa de ese mismo purismo de fervor religioso, pues no deja de proclamar que Occidente debe ser destruido.
«Occidentalismo» sondea las raíces ideológicas del resentimiento que ha florecido a lo largo del siglo XX en Japón, Irak, Irán, Pakistán y otros muchos lugares de Oriente Medio y Asia Oriental. Con todo, los autores previenen contra la tentación simplista de considerar la actual situación como un enfrentamiento entre Occidente y el Islam, pues muchas víctimas del terrorismo son musulmanes que defienden opciones reformistas y modernizadoras. El combate que ha de librarse es, más bien, contra los clichés antioccidentales, con toda su carga de irracionalismo, fideísmo y sentimentalismo.
Antonio R. Rubio