Paidós. Barcelona (2005). 156 págs. 10 €. Traducción: Vicente Gómez Ibáñez.
No sorprende que para un pensador liberal como el sociólogo Ralf Dahrendorf la libertad sea «la idea rectora de todo progreso humano». A qué debe aspirar una política de la libertad en este comienzo de siglo es el tema de estas seis conferencias, aquí reunidas en forma de libro, pronunciadas a finales de 2001 y comienzos de 2002 en Essen.
Con un enfoque a caballo entre la ciencia social y la política, Dahrendorf señala cómo afectan a la libertad los cambios en el mundo de la globalización, un mundo «desbocado», en el que se han desestabilizado todas las viejas relaciones. En las relaciones laborales, el trabajo asalariado y el capital ya no están indisolublemente unidos en la sociedad de la información, sino que el capital puede reproducirse sin el trabajo de muchos, que quedan al margen del mercado laboral.
La lucha de clases del pasado ha perdido también su base. Es cierto que en los últimos tiempos las rentas más bajas y las más altas evolucionan en sentido contrario, pero no hay un auténtico conflicto social. La exclusión social de la clase más baja (en torno a un 10% de la población) no representa una amenaza económica ni física, sino más bien una denuncia moral. En este punto Dahrendorf piensa que «las desigualdades son tolerables siempre y cuando no pongan a los ganadores en condiciones de impedir a los demás participar plenamente en la vida de la sociedad o, en el caso de la pobreza, siempre y cuando tales desigualdades no impidan a los hombres hacer uso de sus derechos como ciudadanos». Esto deja mucho margen para las diferencias de nivel de bienestar, pero exige definir un nivel básico para todos y evitar que el poder político vaya unido al poder económico.
El conflicto político en las democracias se ha visto afectado por la reducción de la militancia partidista, el predominio de una política ligada a temas concretos y por la elección en virtud de la popularidad del candidato más que por su ideología. Por encima de estos cambios, Dahrendorf señala dos condiciones para la democracia, que forman parte del núcleo más propio del orden liberal: la sociedad civil y el imperio de la ley. La sociedad civil, que une espontáneamente a los hombres en virtud de sus intereses y preferencias, es la tierra en que la democracia puede echar raíces, pues «una de las condiciones fundamentales para que la democracia funcione es que los ciudadanos no lo esperen todo de ella».
El mundo de la globalización movido por protagonistas transnacionales no puede ser gobernado por procedimientos democráticos, pues no hay forma de relevar a los que toman las decisiones ni existen mecanismos de control fiables, ni modos de integrar los intereses de los afectados. En cambio, Dahrendorf da algunas pistas para desarrollar el imperio de la ley en el ámbito internacional, desde la carta de Naciones Unidas hasta las reglas sobre el comercio y los movimientos de capitales y un incipiente derecho penal internacional.
Dahrendorf cifra el avance de las libertades en dos conceptos: oportunidades y ligaduras. Las oportunidades son posibilidades de elegir, lo cual exige que los ciudadanos tengan derechos de participación y una provisión de bienes y actividades entre las que poder optar. Pero las oportunidades han de estar acompañadas de ligaduras, vínculos profundos que operan como criterios de selección de las opciones y dan cohesión a la sociedad.
Aquí Dahrendorf advierte la debilidad de la posición postmoderna de la arbitrariedad de todas las opciones, el «anything goes». No es válido cualquier pluralismo. Se necesita crear vínculos sociales, a través de las leyes, de las empresas e industrias que crean un tejido social en una región, de las iniciativas espontáneas de la sociedad civil… La preocupación de Dahrendorf es «combatir eficazmente los elementos de anomia que acompañan a la modernización y a la globalización, sin poner en peligro la libertad. En cierto modo, este es el principal problema de las sociedades modernas». Llama la atención el paralelismo entre esta inquietud del sociólogo y las advertencias de Juan Pablo II en la «Veritatis splendor» sobre el peligro que representa «la alianza entre democracia y relativismo ético», que puede terminar en un «totalitarismo visible o encubierto». Por su parte, Dahrendorf señala que «de la anomia a la tiranía hay solo un paso».
Es cierto que, a la hora de buscar la inspiración para estos valores comunes, Dahrendorf se muestra muy parco. Menciona instituciones que podrían participar en la búsqueda y discusión de dichos valores (desde el Tribunal Constitucional a las Universidades y «think tanks», sin excluir a las Iglesias). Pero no va más allá. En cualquier caso, deja claro que no se puede dar la espalda a este importante problema.
Ignacio Aréchaga