Tusquets. Barcelona (2005). 367 págs. 22 €. Traducción: Sara Barceló.
Timothy Garton Ash, profesor de historia en Oxford, politólogo y periodista, fue un cronista de las revoluciones de 1989 que llevaron a la caída del comunismo. Quince años después, en el nuevo escenario abierto abierto por los atentados del 11-S, el autor se pregunta qué resta de lo que en los años de la guerra fría se llamaba, un tanto pomposamente, el mundo libre. En aquel entonces «Occidente» y «mundo libre» eran términos equivalentes, pero hoy esto dista de ser así. Para empezar, se están configurando dos Occidentes, representados por Estados Unidos y la Unión Europea. Además, la crisis de Irak ha dañado seriamente la relación transatlántica y, pese a los discursos oficiales o a los recientes viajes de Bush a Europa, se vislumbra la idea de una Europa entendida como contrapeso frente a los americanos.
El autor mira al futuro inmediato en el que asistiremos al ascenso imparable de Asia, con potencias de la talla de la India, China o Japón, y considera urgente que americanos y europeos establezcan sólidas bases de cooperación estratégica. Esto supondrá una Europa fuerte en lo político, ya que de otro modo los americanos no la tendrán en cuenta como aliada y concentrarán sus intereses en las áreas del Pacífico y de Oriente Medio. Sería un error la aparición de un nacionalismo europeo entendido como la clásica afirmación frente Estados Unidos. De ahí surgiría una política de equilibrio en la que Europa intentaría compensar su raquitismo político por un entendimiento con Estados rivales de Washington, primando los intereses económicos frente a los valores democráticos que los europeos dicen profesar.
Para evitar este peligroso escenario, Garton Ash anima a Gran Bretaña a hacer el papel de mediador entre ambas orillas del Atlántico. Esto supondría que Londres se implicara más en los asuntos europeos, algo que Blair no ha terminado de conseguir ante la fuerza de una opinión pública y una prensa euroescépticas. Añade Garton Ash que no habría sido ésta la actitud del pragmático Churchill, y aboga por un mayor entendimiento de los británicos con el eje franco-alemán.
Sin negar las diferencias entre EE.UU. y Europa, Garton Ash subraya que esas diferencias son mínimas, en comparación con las que separan a ambos de otras áreas culturales. La conclusión es que la expansión mundial de los sistemas democráticos romperá los paradigmas de Huntington sobre el choque de civilizaciones, de tal modo que el futuro mapa de la libertad nos permitirá hablar de un «Postoccidente», cuando esos valores se vayan imponiendo. Americanos y europeos deberían trabajar juntos en esta tarea, sobre todo en el mundo árabe, en el flanco menos seguro del Viejo Continente.
Antonio R. Rubio