Salamandra. Barcelona (2004). 223 págs. 12,40 €. Traducción: Isabel Ferrer.
Ethan Canin (1960) es uno de los discípulos de Raymond Carver, el escritor que puso de moda el realismo sucio, nombre poco afortunado para una corriente literaria que presta especial atención a los problemas concretos de individuos anónimos y poco literarios. No consiste en mostrar sólo los aspectos más sórdidos de la sociedad, como así lo han traducido e imitado algunos escritores europeos y españoles. El realismo sucio norteamericano es más complejo y más ambicioso tanto en el tratamiento literario como en el mensaje que desea transmitir, bastante emparentado con la narrativa breve del ruso Antón Chéjov. Ethan Canin cuenta ya con una sólida trayectoria tanto de libros de relatos (El emperador del aire, El ladrón de palacio) como novelas (Blue River y De reyes y planetas). Al otro lado del mar mantiene la sintonía con el resto de sus obras, aunque Canin demuestra una mayor madurez literaria.
Al otro lado del mar cuenta la vida de August Kleinman, alemán de nacimiento y judío, que emigró con su madre a Estados Unidos poco tiempo antes de empezar la Segunda Guerra Mundial. Años después recibe la noticia de que su padre y su abuelo, que no quisieron abandonar el país, habían sido asesinados por los nazis. Su madre reconstruye su vida y August se educa asimilando los valores estadounidenses, aunque el pasado está siempre presente.
A los setenta y ocho años, August tiene mucho dinero; su mujer ha muerto hace poco; sus tres hijos ya se independizaron. Enrolado en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, en Japón vivió una durísima experiencia personal y militar; es uno de esos sucesos sobre el que el autor vuelve una y otra vez con el fin de encontrar la clave de su existencia, que quizá radique en la búsqueda del perdón. Este dramático hecho, el desperdigado repaso de su vida y la distante pero intensa relación que mantiene con uno de sus hijos que acaba de ser padre, forman el argumento de una novela que esquiva deliberadamente la narración cronológica. August recuerda cosas que enlazan con su situación presente y sobre las que vuelve a insistir más adelante, dejando siempre abierta la puerta a que la memoria amplíe los detalles y encuentre una explicación. Así es la estructura de la novela y así avanza el recuento de los hitos más importantes de una vida asediada por el judaísmo, del que August no quería saber nada como religión y sí como cultura.
El retrato que hace Canin de August es veraz, duro, significativo y simbólico de otras muchas personas que no tuvieron más remedio que aparcar sus costumbres y creencias para adaptarse a una nueva vida, radicalmente distinta. Canin escribe con aplomo, modelando bien la personalidad de August y describiendo, a la vez, un mundo real de referencias y valores, aunque el carácter seco del protagonista añade a esta novela una pátina de escepticismo vital.
Adolfo Torrecilla