El Acantilado. Barcelona (2003). 272 págs. 17 €. Traducción: Ana Sofía Pascual.
Muerto con tan sólo 38 años de edad, botánico de formación y especialista en la obra de Darwin, el danés Jens Peter Jacobsen (1847-1885) escribió una de las obras cumbres de la literatura nórdica, Niels Lyhne, de la que Stefan Zweig dijo que «fue el Werther de nuestra generación». Rilke, en Cartas a un joven poeta, revelaría que dos obras estarían siempre al alcance de su mano: «la Biblia y los libros del gran poeta danés J.P. Jacobsen».
Novela de personaje y de tesis a un tiempo, Niels Lyhne es el relato completo de la vida de un hombre -trasunto claro de Jacobsen- de sensibilidad fuertemente romántica, pero cuya ideología deviene positivista y atea ante el doloroso revés adolescente que supone la muerte de un ser amado. Desde entonces, se forja un modelo de vida propio y «auténtico»: un nihilismo que resulta en realidad «más exigente que el cristianismo». Este arrogante proyecto ideológico contradice desde el principio esa búsqueda poética de la felicidad que el espíritu artístico de Niels nunca podrá acallar, y esa contradicción vital, tensada hasta lo insoportable, será la causa de la cadena de desgracias que conforman su vida hasta el final.
Pero la verdadera tragedia que presenta la novela es la del orgulloso impenitente: como un precursor de la figura del existencialista, Niels cree sinceramente que él es el único que no está equivocado y que debe ser leal a la causa del ateísmo a pesar de que «es inmensamente prosaico, al fin y al cabo no es más que una humanidad desilusionada». Por ende, todos los personajes que lo rodean, las sucesivas mujeres de las que se enamora, ingresarán al contacto con él en un laberinto de angustias. A pesar de todo, el personaje de Niels Lyhne resulta admirable por la insobornabilidad con que su conciencia arrostra las devastadoras consecuencias de un nihilismo elegido.
Jacobsen fue admirado también por su estilo, por el cromatismo impresionista de sus páginas y el exaltado lirismo de sus descripciones. Al lector moderno acaso le resulten empalagosas, pero en ningún caso estereotipadas. Hay una cierta inconsistencia argumental -los episodios sirven, a veces de forma demasiado evidente, para desarrollar las ideas, y no existe una conexión muy justificada entre ellos-, pues lo que realmente interesa al autor no es construir una peripecia que capte la atención del lector; su objetivo es el dibujo esmerado de ambientes y caracteres y las pautas de un proceso interior que muestra cómo el crepúsculo de Dios conlleva el crepúsculo del artista y del individuo.
Jorge Bustos Táuler