Siruela. Madrid (1999). 599 págs. 2.950 ptas.
Andrés Ibáñez, escritor y crítico literario, alcanzó notoriedad en 1995 con su novela La música del mundo, galardonada con el premio «El Ojo Crítico». En un momento en que la literatura, de la mano de los mercantilizados José Ángel Mañas y Ray Loriga, se entusiasmaba con la visión arrabalera de los conflictos juveniles, Andrés Ibáñez (1961) ofrecía una alternativa erudita, que fue alabada, quizá en exceso. Los rasgos que se apuntaban en La música del mundo se multiplican en El mundo en la era de Varick.
Su argumento plantea la idea de que, además de este mundo, existen otros mundos a los que se puede tener acceso. La metáfora de Varick, que funciona como un misterioso y metafísico dios, sirve al autor para plantear la conexión entre estos mundos posibles. Ambientada en Nueva York, Ibáñez coquetea con new age y esoterismos varios hasta concebir una rara y desconcertante parábola de la existencia. En una entrevista publicada en ABC (16-X-99), del que es crítico literario, decía: «Siempre escribo a partir de imágenes, de visiones. No me pregunto qué significan porque sé que al final significarán algo. Son imágenes que van formando un mundo que yo veo como completo en todos sus detalles. Nunca he sabido inventar ni contar historias. Soy un inventor de mundos». Estas palabras explican bastantes cosas: que en esta novela no se puede encontrar una historia lógica -ya que ni el autor la conoce- y que lo que Ibáñez ha intentado es inventar el misterio, aunque no sepa de qué misterio se trata. Abusando de una agobiante ambigüedad narrativa, Ibáñez, con una desatada verborrea estilística, construye un argumento inverosímil basado, además, en un estilo pretenciosamente erudito. Y todo ello en casi seiscientas páginas.
Adolfo Torrecilla