Rialp. Madrid (1998). 202 págs. 1.500 ptas.
«La Inquisición española es, a todas luces, una institución controvertida; lo fue entonces y lo sigue siendo ahora. Sin embargo, la perplejidad disminuye en cierta medida al conocer su historia y las circunstancias que determinaron su existencia». Con estas palabras, tomadas del inicio del capítulo «Tópicos y verdades sobre la Inquisición», resume Beatriz Comella la desazón y desconcierto que el tema de la Inquisición provoca en cualquiera -creyente o no- que se acerque a conocer este aspecto de nuestra historia. Por eso la autora se esfuerza en situar al lector en condiciones de comprender el momento histórico en el que la Inquisición se desarrolló. Y lo hace de dos maneras: describiendo primero en una breve síntesis -poco más de cien páginas- el nacimiento y desarrollo del tribunal, para posteriormente analizar con cierto detalle su estructura y actividad.
La Inquisición se documenta en España desde 1242, controlada por los obispos, pero no es hasta la época de las Reyes Católicos cuando su actividad toma consistencia. La causa principal de que los Reyes Católicos pasasen a controlar el tribunal fue la creciente tensión entre judíos, conversos y cristianos, que a fines del siglo XV provocaba ya crecientes altercados y desórdenes. Durante el reinado de Carlos V la Inquisición demostró escasa beligerancia, quizás por influencia de Erasmo y los humanistas. Es con Felipe II cuando endureció extraordinariamente su actuación, por temor sobre todo a los brotes de protestantismo, que en la Europa central y nórdica habían dividido ya a los cristianos en sangrientos conflictos. Con los Austrias menores su actuación fue progresivamente decayendo. Una vez contenida la marea protestante, la actividad del tribunal se limitó al control de los extranjeros reformistas, los judeoconversos de Portugal, el problema morisco y los escasísimos brotes de brujería en algunas zonas rurales del norte peninsular.
Con el cambio de dinastía, el Santo Oficio entra ya en una etapa agónica, y a partir de finales del XVIII la misma pervivencia de la Inquisición es puesta a menudo en entredicho, hasta que, suprimida primero por Napo-león y restaurada posteriormente por Fernando VII, fue definitivamente abolida en 1829 por el Papa Pío VIII.
Por lo que hace referencia al sistema procesal penal, al igual que la justicia ordinaria, la inquisitorial se basaba mucho en la costumbre y poco en la normativa, escasa y obsoleta. Ambos tribunales perseguían la confesión, denominada «la reina de las pruebas», y mantenían en secreto la identidad de los testigos de cargo. La tortura era admitida en ambas jurisdicciones con objeto de establecer la confesión, aunque sólo se acudía a ella como último recurso. Se utilizaban preferentemente sistemas que evitasen la mutilación o la muerte, pero dolorosos y crueles. Los últimos estudios constatan que hubo tortura en aproximadamente un 2% de los procedimientos inquisitoriales. ¿Y cuántos fueron los procedimientos? La leyenda, basada sobre todo en la obra del canónigo afrancesado J.A. Llorente, habla de 350.000 procedimientos, que culminaron en torno a 30.000 ejecuciones. La historiografía más reciente reduce sustancialmente estas cifras, dejando los procedimientos incoados por debajo de cien mil, de los que apenas el 2% concluían en ejecuciones.
Aun así, no cabe duda de que es un tremendo contrasentido, ya percibido por los más lúcidos de los contemporáneos de la Inquisición, el propósito de imponer por medios violentos las creencias religiosas. Resulta especialmente sugerente la parte final del libro, en la que la autora reflexiona sobre estos temas. Comella advierte que para comprender un hecho histórico no basta conocer sus datos, y que es necesario el esfuerzo intelectual por situar adecuadamente los acontecimientos, sin trasladar sensibilidades y mentalidades de una época a otra.
Hoy en día, con más de cinco mil estudios ya publicados, los expertos dan por zanjada la polémica, centrando sus esfuerzos en el análisis de la sociología, la hacienda y la jurisprudencia del Santo Oficio. La leyenda negra ha muerto para los historiadores, sobre todo a partir del Congreso Internacional celebrado en Cuenca en 1978. Pero los mitos todavía siguen circulando, y en este sentido la obra de Beatriz Comella resulta especialmente apreciable.
Antonio del Cano