El Acantilado. Barcelona (1999). 336 págs. 2.900 ptas. Traducción: Joaquín Verdaguer.
El libro que nos ocupa trata de poesía y no de teología. Así que cuando Stefan Zweig (Viena, 1881-1942) habla del «demonio» no se refiere al príncipe de los ángeles caídos. El equívoco, sin embargo, es sin duda intencionado, pues Zweig quiere poner de relieve el sentido «religioso» con que Hölderlin, Von Kleist y Nietzsche se consagraron a la creación literaria. Por otra parte, el título original es más sugerente que su traducción castellana. En alemán, al ser personal de la iconografía cristiana (diablo) se le llama Teufel, mientras que Dämon (demonio) es una figura reservada para las potencias malignas del mundo clásico. De hecho, fue Goethe -para algunos, el fundador del neopaganismo moderno- quien utilizó el término Dämon para designar «la fuerza que empuja a nuestro tranquilo ser» hacia la pasión creadora y destructiva.
Según Goethe, en el origen de toda actividad creadora hay siempre una raíz de ruptura con el mundo, de rebeldía, de éxtasis que conduce a la anulación de sí mismo. Las personas normales experimentamos ese vértigo alienante, como mucho, en algunos momentos señalados de nuestras vidas (pubertad, enamoramiento, crisis de los cuarenta…). Pero lo normal es que el instinto de supervivencia se ocupe de controlar las fuerzas del Dämon, y que la razón confine al espíritu desbocado en su nicho de ciudadano estándar. Con ello renunciamos, según la teoría romántica del arte, a la posibilidad de crear, de hacer poesía.
Stefan Zweig -un romántico tardío- intenta demostrar que algunos grandes creadores del siglo XIX vivieron voluntariamente poseídos por la angustia del Dämon. Sin decirlo explícitamente, Zweig recrea las vidas de Friedrich Hölderlin, Heinrich von Kleist y Friedrich Nietzsche con la intención de ilustrar estas ideas, convencido de que el espíritu creador lleva a la interrogación peligrosa, a la tensión volcánica, a la exaltación indomable y, finalmente, a la muerte fatal. Según Zweig, todo arte es demoniaco, ultraterrenal. Hay poetas cuya férrea voluntad consigue dominar este poder y se convierten en amos del demonio. Son los poetas burgueses, sociables, ricos y afamados (Goethe). Pero hay poetas más débiles y generosos, que no buscan la perfección, sino simplemente la inmensidad, y se convierten en siervos del demonio. Estos poetas se amotinan contra la realidad y el orden, y terminan por ser devorados, como Dionisos, por su propia jauría.
Después de todo lo dicho, se comprende que las biografías de Zweig sean más ideológicas que cronológicas. El lector no debe acercarse a ellas buscando sucesos, fechas, relatos y datos objetivos. Zweig realiza descaradamente una apología del tipo psicológico representado por sus personajes, que es el suyo propio. Ello confiere a la obra un carácter dramático: algo a caballo entre el ensayo psicológico y la teoría literaria, pero que se lee con la tensión de una tragedia griega.
Gabriel Vilallonga