Pre-Textos. Valencia (2000). 277 págs. 3.500 ptas. Selección, traducción y prólogo de Carlos Pujol.
Pierre de Ronsard (1524-1585) fue durante largos siglos olvidado en Francia, y en España, todavía hoy, para muchos lectores, es sólo el vago eco de un verso de Antonio Machado. En Ronsard muy pronto su elegancia se tomó por afectación, y el riguroso canon neoclásico de su país extremó la crítica hasta considerarlo ejemplo de lo que no debía ser la poesía francesa.
Pasó Ronsard toda su vida en la corte, ya como favorito de los reyes, ya despechado al ver cómo poetas más ineptos pero más jóvenes ocupaban su privilegiado puesto. En las guerras de religión que arrasaron Europa, el poeta tuvo que ver con amargura cómo el ideal humanístico declinaba y sus propias «esperanzas cortesanas» se perdían.
De entre los miles de versos que escribió Ronsard, muchos son lugares comunes mitológicos, poemas de encargo y de circunstancias para entretener o adular a los desocupados nobles de su tiempo (y esto ha contribuido a su postergamiento). Sin embargo, podemos espigar en su obra un colmado número de versos que bastan para hacerlo inolvidable. Con pluma algo más galante que la de Petrarca escribió Ronsard sobre todas las manifestaciones del amor, en cuidados metros italianos. En sus mejores momentos, Ronsard se aleja de las metafísicas amorosas comunes en su época para ser sorprendentemente cercano y concreto. La variedad con que trató al amor da indicios de su sabiduría: conoce el abandono y la esperanza, lamenta la fugacidad del tiempo y la belleza, insta a su amada a gozar de su juventud, e incluso la imagina ya vieja, recordando cómo en su mocedad la cortejaba su poeta… Ronsard consigue una imitatio viva de los versos horacianos, y a su fino paganismo añade una suave música propia, con una elegancia y una galantería que lo señalarán entre los poetas.
Con el paso de los años, los versos de Ronsard se vuelven más graves. Estos versos, muchos de ellos póstumos, alejados del despreocupado vitalismo de su juventud, resultan hondos y estremecedores. En estos poemas, un Ronsard cada vez más habitado de negras melancolías reflexiona sobre el hombre y su destino, sobre la muerte y la amargura de la vida.
Hay que agradecer a Carlos Pujol el trabajo de selección de unos poemas de Ronsard, que traducidos con ese justo medio entre fidelidad y traición al texto nos deja, finalmente y en español, la voz viva y honda de Ronsard cuatro siglos después de su muerte.
Pedro Antonio Urbina