Planeta. Barcelona (2001). 544 págs. 3.200 ptas.
La trayectoria literaria de José Carlos Somoza (1959) se ha caracterizado por la creación de un universo literario basado en una desbocada imaginación, que suele estar al servicio de planteamientos muy metaliterarios. En los últimos años, ha publicado, entre otras, La ventana pintada (1999, premio Café Gijón), Cartas de un asesino insignificante (ver servicio 172/99), Dafne desvanecida (finalista del premio Nadal, ver servicio 42/00) y La caverna de las ideas (ver servicio 128/00).
En Clara y la penumbra (ganadora del premio Fernando Lara, de la editorial Planeta), Somoza se centra en los entresijos del arte contemporáneo. La trama transcurre en el año 2006, en una época en la que los experimentos más extravagantes de las vanguardias han dado forma a lo que Somoza llama arte hiperdramático y que no es otra cosa que la utilización de modelos humanos no como soportes pictóricos (lo que ya existe en el denominado body art), sino como auténticos lienzos. Sobre este tipo de arte y sus protagonistas gira el singular argumento de una novela que sirve, al mismo tiempo, para reflexionar sobre el valor del arte y de la vida humana.
Los lienzos no son tratados como personas sino como auténticas obras de arte, que alcanzan, algunas de ellas, precios multimillonarios. Formar parte de esta elite de modelos lleva consigo muchos sacrificios. La muerte de uno de estos lienzos en Viena da pie a una intriga de carácter internacional, que se dramatiza cuando el misterioso asesino mata a otros modelos. El itinerario de una modelo española, Clara, sirve al autor para profundizar en las características del arte hiperdramático y en las increíbles sofisticaciones que ponen de moda los circuitos internacionales.
Con esta novela, Somoza vuelve a demostrar la potencia de su fantasía. En el argumento, aceptando la peregrina premisa de la transformación del hombre en lienzo, todo es coherente, y está desarrollado con todo tipo de detalles. De alguna manera, la evolución del modelo humano de soporte a lienzo no es tan absurda, pues algo parecido está pasando en la actualidad en el mundo de la moda, cada vez más comercial y deshumanizado. La amoralidad del cuerpo, reducido a mero soporte estético, sin atisbos de ningún tipo de pudor y visto sólo desde una perspectiva material, se traslada también al contenido de la novela. La gran mayoría de los personajes apenas reflexionan sobre el sentido ético del arte y de sus acciones, y llevan un aséptico modo de vida al margen de la moral, también en el terreno sexual.
Somoza posee una desbordante capacidad fabuladora; sin embargo, en esta ocasión, para ganar en fluidez, hubiese necesitado de un mayor comedimiento. Muchas páginas, más de las necesarias (la novela es muy larga), son prescindibles digresiones sobre el mundo del arte hiperdramático.
El afán que tiene el autor de querer contar absolutamente todo ahoga por momentos el interés y la intriga, y transforma la narración en un deslumbrante espectáculo pirotécnico al que falta profundidad. Pues las reflexiones éticas y estéticas que el autor introduce sobre los límites y el sentido del arte contemporáneo no tienen la misma brillantez que la galería de efectos especiales que pone en juego con el fin de enganchar al lector.
Adolfo Torrecilla