Gracias a la apuesta de El Acantilado por recuperar las obras de Stefan Zweig, llega hasta nosotros la versión íntegra de El mundo de ayer, uno de los textos memorialísticos más perspicaces del siglo XX, escrito desde el exilio brasileño y publicado póstumamente en 1944.
Arrancado de sus raíces, Stefan Zweig (Viena, 1881-Petrópolis, 1942) escribe desde la habitación de un hotel, sin libros, sin apuntes, ni cartas de amigos. Austriaco de origen judío, Zweig evoca con nostalgia la Viena que junto con París compartía la capitalidad espiritual de Europa en la que la cultura era sentida con orgullo colectivo.
Desde muy joven se dedicó a la literatura publicando artículos, reseñas y poemas en los periódicos de su ciudad natal. Tradujo a literatos que admiraba y viajó por Europa. Sus amigos figuran entre los intelectuales más relevantes de la época: Hoffmannsthal, Rilke, R. Strauss, Einstein, J. Roth, Toscanini, Gorki, Verhaeren, Joyce, Mann, Bartok, A. Berg, Freud, R. Rolland, etc., las semblanzas de algunos de los cuales son esbozadas en su obra Hombres y destinos.
Sus mejores logros literarios se sitúan entre los años 1925 y 1940: biografías (María Antonieta, Fouché), teatro, libros de memorias, relatos, novelas (La piedad peligrosa, Novela de ajedrez, Veinticuatro horas en la vida de una mujer).
El mundo de ayer repasa los avatares de su vida y de Europa desde los antecedentes de la Primera Guerra Mundial hasta septiembre de 1939. Testigo de la desaparición del Imperio austrohúngaro, el autor describe tanto el entusiasmo como las catástrofes de una guerra que troceó «el mundo de seguridad y de cordura en el que nos habían criado y educado y que habíamos adoptado como patria».
En la primera época, la anterior a la Primera Guerra, Zweig, a la vez que ensalza el esplendor cultural y artístico de su sociedad confiada y tranquila, critica sus convencionalismos y el tedioso sistema educativo de finales del siglo XIX. Entrevera apuntes sobre su pasión por el coleccionismo, la bibliofilia y el progreso técnico e intelectual paralelo al retroceso moral. Su existencia acabó plasmando esa «predilección por las naturalezas indómitas y de vida intensa» que encarnan muchos de sus personajes.
Un mundo desmoronado
Zweig -como Márai, Zilahy, Werfel, etc.- asistió al desmoronamiento del mundo irrecuperable de su infancia, a la regresión de las libertades y al surgimiento de sistemas que abocaron en una hecatombe mundial. Su neutralidad no le eximió del exilio, y de Zúrich regresó por patriotismo a Salzburgo en 1919 donde permaneció hasta 1934 -salvo estancias en Italia, Rusia e Inglaterra-, estableciéndose en este último país tras atisbar la tragedia que se cernía sobre Europa.
Los años comprendidos entre 1924 y 1933 supusieron un período de paz y éxito de sus libros, época en la que llegó a convertirse en el escritor más leído de su tiempo hasta ser fagocitado por el nazismo de una Austria anexionada al Tercer Reich. Al estallar la II Guerra Mundial, a raíz de la invasión de Checoslovaquia y la entrada de Gran Bretaña en la Guerra, se quemaron y denostaron sus obras, perdió la nacionalidad, la casa, sus bienes y fue condenado a vivir como extranjero. En 1940 el Zweig apátrida emigró a Estados Unidos, donde sufrió depresión y angustia. Descorazonado por la situación de una Europa tan distinta a la que él había soñado, dos años más tarde se suicidaba junto a su esposa en la brasileña ciudad de Petrópolis. «Su mundo, secuestrado por el totalitarismo y la barbarie, se había desvanecido para siempre, arrastrando en su caída a su propia alma» (R. Argullol).
En esta obra, en la que no se habla únicamente del destino de un hombre sino del destino de la humanidad, el autor deja constancia de su europeísmo y cosmopolitismo. Era un pacifista -juró no escribir una palabra que aprobara la guerra o desacreditara a otra nación- y creía en una paz duradera para Europa si triunfaban en ella los valores del espíritu y se superaban los odios nacionales.
Estigmatizado como antialemán a causa de su raza y su modo de pensar, la guerra supuso a su vez la reducción de lo que para este humanista era lo más importante del mundo: su derecho a la libertad individual.
Haciendo alarde de una prosa intensa, vibrante, directa y de una encomiable agudeza y talento psicológico, Stefan Zweig nos deleita con una crónica magistral del ambiente cultural de entreguerras.