Planeta. Barcelona (2001). 224 págs. 2.600 ptas.
De la abundante y polifacética obra de Francisco Umbral, destaca lo que él llama memorialismo, género en el que se inscribe el que quizá sea su mejor libro, Mortal y rosa (ver servicio 99/95), y también este nuevo título.
«Iba para poeta solitario y me he convertido, sin saber cómo, en prosista bien pagado, en dinero al portador, en cheque en blanco». Francisco Umbral, último Premio Cervantes, asiste escéptico «a la dulce conspiración a favor» de su persona. Con sus propias palabras, se aprecia en Umbral un cierto hartazgo de la ficción, de la realidad que le envuelve y que se dedica puntualmente a analizar en sus crónicas periodísticas. Por eso, en este último libro, decide plegarse sobre sí mismo y escribir sobre su intimidad. Ni él mismo sabe lo que está escribiendo (¿diario, memorias, confesiones?), pero tiene bien claro cuál es su objetivo estético: «Pillar al tiempo por sorpresa, cada día. Dar la intimidad del universo y el universalismo de un pájaro dormido a la vista peligrosa de un gato». Para Umbral, el memorialismo es «literatura en estado puro».
Siguiendo el ritmo de las estaciones, Umbral intensifica la vertiente autobiográfica, intimista y lírica, que aparece en toda su creación literaria. El tema del libro es su yo, el Umbral actual, un personaje agobiado por el éxito, de alguna manera nostálgico de sus sueños, desengañado de la política y de algunas de sus inquietudes sociales, empeñado en mantener encendida la llama de sus aventuras eróticas (uno de los recurrentes temas de este libro), pero consciente de que nada es lo que era, a pesar de que se aferra al presente como la única tabla de salvación: «Me resisto a la cuenta atrás o delante de los años, de los tiempos».
El principal acierto de la obra radica en el trabajo estilístico. El peso lírico es más evidente que en otros textos y se palpa también una pasión por la creación de imágenes, en las que Umbral da rienda suelta a su barroquismo lingüístico: «Más que ideas o verdades he vendido metáforas». A diferencia de otros libros, la anécdota desaparece, salvo algunas prescindibles referencias a sus amigos, en especial a sus reuniones con Cela. Entonces el memorialismo se transforma rápidamente en columna periodística, lo que tiene poco que ver con el tono general del libro, mucho más intimista.
Adolfo Torrecilla