Tusquets. Barcelona (2001). 328 págs. 2.500 ptas. Traducción: Mercedes Zorrilla.
El profesor Crick ha querido actualizar, en su quinta edición, su apasionado y a la vez flemático ensayo de 1960 en favor de la Política como ciencia, desprestigiada primero por la ola de los autoritarismos de la primera mitad del siglo XX -nazismo y comunismo en particular- y, posteriormente, por la demagogia impuesta por la cultura de masas. Bernard Crick, vieja gloria de la London School of Economics, se autodefine como un «socialista demócrata» y, sin embargo, la reedición de su clásico sobre la Política (un homenaje al maestro Aristóteles) es un ajuste de cuentas al concepto al uso tanto del socialismo como de la democracia. Para que no quepa duda de su opinión sobre la actual línea socialdemócrata de Tony Blair (Anthony Giddens incluido), Crick les otorga un simpático papirotazo ya desde los primeros capítulos, cuando se refiere a «esos místicos pragmáticos de la Tercera Vía».
El mercado debe ser regulado por la política -como arte del consenso posible- y por la razón moral. Los políticos podrán ser unos desgraciados en su vida personal, pero son necesarios para la vida en sociedad de los hombres libres. Si no, vendrán los salvapatrias dispuestos a proteger al pueblo de los políticos, para alzarse luego ellos con el poder total. Según Crick, la Política no es tanto el consenso en torno a unos principios, como la actividad de diálogo para lograr el consenso y el orden. No hay en el autor una referencia concreta a valores morales, pero sus citas de pensadores clásicos no dejan dudas sobre la dimensión espiritual de la libertad humana.
Abundan en esta obra oportunas referencias a clásicos que muchos pueden considerar conservadores. Con Edmund Burke, látigo de los racionalistas franceses, Bernard Crick recuerda que «hay que reformar para poder conservar», y que no cabe hablar de libertad sino de libertades concretas: «en la Inglaterra de 1760 había más libertad, es triste admitirlo, que en las democracias del pueblo de 1960». Crick aboga por un uso modesto de la política -«politizarlo todo para eliminar la Política fue el empeño del marxismo»- y advierte que «la libertad necesita ser defendida incluso de la democracia», entendida según el viejo sentido aristotélico de dictadura de la mayoría frente a la minoría.
Francisco de Andrés