Nunca antes en la historia hubo mejor época que esta para ser perro. O gato, loro, conejo o iguana. Para serlo, tener dueño y vivir en casa, o sea, para ser mascota. De hecho, incluso la palabra dueño ha sido desplazada en muchísimos casos por un término con más candor afectivo: padre, o por uno que denota incluso sumisión ante el ser irracional: mayordomo, que es como prefieren llamarse a sí mismos, en Corea del Sur, los que cuidan de una mascota.
El trato a los animales de compañía ha variado mucho. Si hasta hace unas décadas al perro le bastaba con una alfombrilla sobre la que echarse, un cuenco con agua, otro con piltrafa o con pienso –cualquier pienso–, y una pelota o un muñeco de goma para entretenerse, hoy sus objetos, sus alimentos …
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