Ha habido reacciones indignadas contra la concesión del Nobel de Literatura al escritor austriaco Peter Handke, por su apoyo al régimen serbio de Milošević. Cosas semejantes se perdonaron a otros premiados, señala el comentarista Bret Stephens en The New York Times.
En los años noventa, durante las guerras de los Balcanes, Peter Handke defendió las acciones de Serbia, y en 2006 hizo un elogio de Slobodan Milošević, con ocasión de su muerte en La Haya, donde era procesado por crímenes de guerra y genocidio.
Por ese motivo, la concesión del Nobel de Literatura de 2019 a Handke (hecha a la vez que el de 2018 a Olga Tokarczuk) ha indignado a algunos. El PEN Club de EE.UU. se declaró “consternado” por que se hubiera galardonado a “un escritor que ha usado su voz para cuestionar la verdad histórica y apoyar públicamente a genocidas”. Por su parte, el novelista norteamericano de origen bosnio Aleksandar Hemon declaró que “la postura política de Hanke invalida sin remedio su literatura”.
Lo mismo habría que decir entonces, anota Stephens, de otros escritores premiados con el Nobel. También el dramaturgo británico Harold Pinter (Nobel de 2005) fue un defensor de Milošević. “Günter Grass (1999) se opuso a la reunificación de Alemania y pasó la mayor parte de su vida reprendiendo a sus compatriotas por no enfrentarse con su pasado nazi, para al final confesar que había sido miembro de las Waffen SS”. El portugués José Saramago (1998), durante su época de director del Diário de Notícias, hacía la vida imposible a los periodistas no adeptos al comunismo (cosa que no mencionó el PEN Club de EE.UU. en su encomio de Saramago cuando murió, en 2010, observa Stephens). Gabriel García Márquez (1982) era íntimo amigo del dictador cubano Fidel Castro. Jean-Paul Sartre (1964)elogió la “completa libertad de opinión” que, según él, reinaba en la Unión Soviética.
De ahí que Stephens se pregunte por qué ha sido tan viva la reacción en el caso de Handke. “Sin duda, en parte se debe a que Handke es considerado fascista (…), mientras que Pinter, Grass y los otros eran todos de izquierdas, y que fueran compañeros de viaje de tiranos se les podía fácilmente disculpar, al menos por parte de otros izquierdistas, interpretándolo como un exceso de idealismo”.
Pero también se debe a que “vivimos en una época que está perdiendo la capacidad de distinguir el arte de la ideología y a los artistas de la política”. Pues “se puede tener unos prejuicios mezquinos y a la vez ser un gran escritor”. Y “el que restringe su gusto literario a autores cuyas convicciones morales y políticas comparte, casi seguro no tiene gusto en absoluto”.