El profesor Aswath Damodaran ejerce la docencia en la especialidad de Finanzas en la New York University Stern School of Business, y varias veces ha sido nombrado “Profesor del Año” en su centro de estudios. En el portal EdSurge, Damodaran habla sobre su experiencia en el aula y sobre la necesidad de enseñar a los estudiantes a desentrañar los problemas para darles solución, y no simplemente buscar en Google cuál puede ser.
“Enseñar –dice– es un 95% de preparación y un 5% de inspiración. Para que una clase salga bien, tienes que prepararte para impartirla. La preparación tiene que convertirse en parte de la enseñanza. No puedes verla como el trabajo sucio que hay que hacer para que después puedas divertirte en el aula. Para mí, todo es parte del mismo proceso”.
La especialización puede en ocasiones llevar a la tribalización de la sociedad y hacerle un mal servicio
Según afirma, el ser un buen profesor es un objetivo que se logra mediante un proceso acumulativo en ascenso –“lo que ves en mis clases hoy son fórmulas elaboradas a partir de la primera clase que impartí en 1984”–. En su opinión, la capacidad de enseñar se va articulando con el tiempo, en el reexamen que hace el docente de lo que ha hecho, en el desechar las cosas que no funcionan y añadir las que sí.
“Es por eso que nunca aburre. Puedo enseñar el mismo tema durante 50 años (36 en mi caso), pero nunca será el mismo tema, porque se mantiene en cambio constante, al tiempo que las clases cambian, los participantes son diferentes. Cada vez que enseño es una experiencia distinta”.
La época de las respuestas fáciles
Damodaran tiene un nombre para la facilidad con que hoy se accede a las soluciones ante cualquier reto que se le presenta a la inteligencia. La denomina la “Maldición del Buscador de Google”, en virtud de la cual la persona, en vez de razonar por sí misma la respuesta, accede al conocido buscador, teclea su pregunta y encuentra que miles de personas ya la han dado.
“Es un fenómeno muy destructivo, porque implica que las personas no piensen por sí mismas. No piensan detenidamente en las cosas. El modo como se aprende a solucionar un problema es pensando en él y resolviéndolo uno mismo. Si dejas que alguien te dé la solución, puede que sea la correcta, pero tú no has averiguado cómo resolver el problema”.
Las respuestas, recuerda, vienen por medio de un proceso, y si este lo ha desarrollado otra persona, “entonces no es tu respuesta”. El estudiante –precisa– necesita preguntarse por los procesos a través de los cuales se llega a la solución. Eso es algo que exige tiempo, energía y esfuerzo, y era, hace tres décadas, el único camino para obtener el resultado correcto.
“El estudiante necesita preguntarse por los procesos a través de los cuales se llega a la solución. Y eso es algo que exige tiempo, energía y esfuerzo”
En la era de los buscadores digitales, sin embargo, se pierde la agilidad personal para resolver los problemas. “Si Einstein hubiera tenido el buscador de Google, ¿se le habría ocurrido la teoría de la relatividad? He podido ver a personas brillantes caer en la trampa de pensar: Si ya esto ha sido resuelto, ¿para qué me voy a molestar?. Yo les digo: Mirad, necesitáis molestaros, porque la respuesta dada puede que no sea la respuesta correcta”.
Nadie es infalible
Para Damodaran, es esencial que sus educandos vean cómo se desarrolla el proceso que deriva en la solución de una incógnita.
“A menudo los llevo a través de mi proceso de pensamiento para mostrarles cómo obtuve la respuesta, de manera que puedan ver que no es algo que le surja instantáneamente a nadie. Puedo ser un experto en valoración de empresas, pero aún tengo que pensar detenidamente las preguntas y plantear un proceso, y es esto lo que quiero que vean. Además, cuando doy una respuesta incorrecta, quiero que adviertan qué parte del proceso no funcionó. Así los estudiantes se dan cuenta de que nadie es infalible, y que nada le viene fácilmente a ninguna persona”.
Según el profesor, no importa a quién tengan los estudiantes al otro lado de la mesa: la pregunta debe ser siempre si la solución que ofrece es la correcta. En este sentido, lo saludable es no tomarlo todo como ya dado, en virtud simplemente del nombre o el título académico de esa persona.
Los renacentistas, un ejemplo
Respecto a la arraigada idea de la necesidad de especialización –“tú, de letras; yo, de ciencias”–, Damodaran ve en ello un problema serio.
“Estamos creando un mundo de especialistas; a cada uno de ellos se le ha dicho tempranamente en la vida que tiene que elegir. ¿Vas a tomar el camino de la literatura y la historia, o el de las matemáticas? Tiene que soportar presiones de todo tipo, y escoger un camino porque necesita sobrevivir, y tiene que pagar un préstamo universitario”.
“Al forzarlos a hacer esto –añade–, creo que se les está haciendo un flaco servicio a los chicos y a la sociedad, porque estamos creando personas unidimensionales. Y eso no está bien”.
“Enseñar es un 95% de preparación y un 5% de inspiración”
Mucho mejor les va, señala el profesor, a quienes tienen conocimientos de múltiples disciplinas. “Si alguna vez has estado en Florencia y has visto la cúpula de Brunelleschi, es impresionante. Fue levantada por un señor que no sabía nada de arquitectura, ciencia o construcción, pero aprendió por sí mismo lo suficiente de todo esto para construir la mayor cúpula exenta de la historia. Y no solo él: Leonardo da Vinci fue científico, artista e ingeniero. Hay una razón para que los hombres del Renacimiento tengan la reputación que tienen: se interesaron por muchas cosas”.
La especialización –sostiene Damodaran– puede en ocasiones llevar a la tribalización de la sociedad y hacerle un mal servicio. De ello precisamente ha hablado en su libro Narrative and Numbers: “Hemos creado dos tribus que no pueden hablarse la una a la otra. Lo que trato de mostrar en la obra es que necesitamos recuperar las dos partes de nuestro cerebro. No podemos ser únicamente del hemisferio derecho o del izquierdo. Sin embargo, todo el sistema conspira contra ello”.