Es difícil hablar de Madre sin spoiler, así que solo daré un par de pistas inconexas. Rodrigo Sorogoyen dirigió un extraordinario corto, nominado a los Goya, que abordaba la tremenda angustia de una madre después de recibir la llamada de su hijo de siete años. El cineasta recoge ahora esta historia para contar qué pasó después.
Para quien conozca la filmografía de Sorogoyen, Madre conecta mucho más con Stockholm que con El Reino o Que Dios nos perdone. Estamos ante un drama psicológico centrado en un personaje sumergido en una espiral de angustia, culpa y atonía. Es una madre muerta, que ha dejado de vivir y que más que respirar, vegeta. Y en medio de este estado de parálisis emocional ocurre algo que rompe su falso equilibrio afectivo. Ese algo que ocurre es extraño. Una relación equívoca, que tiene un punto morboso. Una relación que pone al espectador en una situación profundamente incómoda (exactamente lo mismo que ocurría en Stockholm).
Se podría decir que el argumento escrito por Sorogoyen e Isabel Peña, cuyos guiones suelen ser ejemplares en su construcción, se torna ahora errático; pero es que la historia de Madre, que es la de una psique tremendamente dañada, no podría contarse de otra forma. Estamos ante una mente que se hace trampas a sí misma, que se zancadillea y engaña, que se entrega a la locura. La incomodidad del espectador, que ya estaba incómodo con la ambigua relación de los protagonistas, crece al observar desde fuera, y desde la distancia que da la pantalla, el proceso desintegrador y suicida de una mujer esencialmente buena.
Madre es una película prácticamente unipersonal que no se entendería sin la absorbente interpretación de Marta Nieto. Las escenas finales, que aportan la clave de la película –una clave que está en el propio título–, son complejísimas. En manos de otra actriz, y de otro director, estaríamos ante un thriller morboso más. En sus manos, se convierten en una dolorosa, extraña e interesante reflexión sobre la maternidad.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta