Este libro bien podría subtitularse “Lo que ha cambiado el mundo en 30 años”, los transcurridos desde la caída del muro de Berlín y de la proclamación del supuesto fin de la historia por Francis Fukuyama. Con el fin de la URSS, muchos creyeron que había empezado la era del internacionalismo liberal y que la cooperación internacional, una especie de paz por medio del comercio, iba a sustituir a la confrontación. Occidente creyó haber ganado la Guerra Fría sin disparar un solo tiro, y las sucesivas ampliaciones de la OTAN y la UE deberían completar su victoria.
Pero los acontecimientos que siguieron, tras los llamados felices noventa, no confirmaron estas suposiciones: el 11-S, la guerra de Irak, la crisis financiera, la guerra de Ucrania, el Brexit, la llegada de Trump…
Los autores de este libro, el búlgaro Ivan Krastev y el británico Stephen Holmes, han elegido para su análisis el mismo título de una novela de Kipling, en la que se narra la historia de un hombre que pierde progresivamente la vista a consecuencia de una herida de guerra. Quizás refleje una sensación de impotencia, pues las democracias liberales parecen resignarse ante el ascenso del populismo y del nacionalismo.
Krastev y Holmes abordan cuatro áreas geopolíticas: Europa del este, Rusia, EE.UU. y China. En el caso de la antigua Europa comunista, subrayan que esos países entraron muy pronto en la era de la imitación de la Europa democrático-liberal. Sin embargo, después no fueron aceptados por esa Europa que les animaba a renunciar a sus tradiciones históricas por un difuso cosmopolitismo. Por lo que se refiere a Rusia, explican que, durante el mandato de Yeltsin, surgió el espejismo de que pudiera convertirse en una democracia liberal. A juicio de los autores, sin embargo, los gobernantes falsificaron la democracia para consolidar su poder.
Los dos capítulos finales del libro se dedican a EE.UU. y China. Trump sería el resultado de considerar que la americanización del mundo es un mal negocio para los americanos. Solamente ha traído más competidores. Ha puesto en duda el excepcionalismo estadounidense que caracterizó la política exterior a lo largo del siglo XX. Su mentalidad es la de un gran empresario decidido a deshacerse de sus rivales comerciales. Respecto a China, nunca ha intentado imitar a Occidente, pese a que algunos creían que su capitalismo le llevaría a la democracia liberal. Pero su capitalismo de Estado está más interesado en exportar sus productos que en ofrecerse como una ideología. La estabilidad política y social es mucho más importante para que la democracia.
El libro realiza un interesante repaso, pero no pretende aportar soluciones concretas a la crisis del internacionalismo liberal. La era de la imitación ha finalizado y el liberalismo tendrá que buscar formas de inventarse a sí mismo y tener en cuenta las experiencias sufridas.