La utilización de las tecnologías informáticas ha ido creciendo paulatinamente en casi todas las profesiones, pero el confinamiento ha ofrecido a muchos la oportunidad de experimentar posibilidades inéditas del trabajo desde casa. No se dispone todavía de información exhaustiva para calibrar las diversas facetas que inciden sobre este fenómeno; según los datos disponibles, presenta indudables ventajas, junto con no pocos inconvenientes.
Pero la realidad es muy compleja. Lo explicó Kevin Roose, al comienzo de la cuarentena, desde las páginas del New York Times: “Lo siento, pero trabajar desde casa está sobrevalorado”. Cuenta su experiencia de teletrabajar durante dos años: cómo comenzó con entusiasmo, con la alegría de comer en casa y el ahorro de los desplazamientos; pero sintió pronto el desánimo, sobre todo, por la falta de contacto humano con personas ajenas a la propia familia.
No se puede olvidar que hay personas muy sociables y, en cambio, otras disfrutan con una tarea en solitario. Y si todo el mundo tiene que adaptarse a un nuevo trabajo, cuando cambia de orientación o de empresa, también el teletrabajo exige acoplar muchos detalles, comenzando por las circunstancias personales y familiares, que distan de ser homogéneas. Desde luego, juega a favor del cambio el anhelo generalizado de una mayor flexibilidad laboral.
El confinamiento, banco de pruebas
En todo caso, los días de confinamiento han sido un buen banco de pruebas para calibrar las ventajas en productividad o eficiencia, y los posibles inconvenientes para la creatividad o la innovación, tan necesaria en los tiempos actuales. Se ha recordado que el famoso Steve Jobs era contrario al trabajo remoto: consideraba que las grandes ideas surgían en Apple de relaciones entre los empleados –incluso, de contactos fortuitos–, no de quien estaba sentado en casa frente a la pantalla de su ordenador.
Todo esto, sin contar los sistemas de gestión empresarial, que controlan informáticamente a qué dedican el tiempo los empleados que trabajan desde casa, o la diligencia en las respuestas a peticiones y mensajes. Algunas entidades –bancos, aseguradoras, consultas, despachos–, han pedido a su gente que instale esos programas en los ordenadores de casa, según contaba The Wall Street Journal: las ventajas –o inconvenientes– de los escritorios remotos están multiplicando los pedidos a las empresas que venden el correspondiente software.
De ordinario, cada uno tiene acceso a sus propios datos, y puede ver cómo fluctúan sus niveles de productividad. Cuando existe confianza, puede ser útil también para ayudar a los empleados a resolver problemas, algunos inéditos, consecuencia del confinamiento, por mucho que pueda parecer un spyware, como expresó algún crítico. En cualquier caso, esos programas dejan de rastrear la actividad cuando los empleados hacen una pausa o dan por terminada la jornada laboral: no interfieren en la vida privada.
Relaciones personales dentro de la empresa
Será preciso diseñar recursos para facilitar el contacto personal con los empleados a distancia: la empresa moderna es cada vez más cooperativa, con un sentido participativo de la jerarquización. Ciertamente, las frecuentes reuniones para tomar decisiones o, simplemente, intercambiar ideas sobre temas de conjunto, pueden celebrarse a través de videoconferencias, que irán ganando en calidad y serán menos frías. Pero no se pueden olvidar los chispazos de ingenio que surgen al cruzarse en el pasillo o a la hora del café.
En algunos casos, la rentabilidad del trabajo en casa ha determinado que los directivos se planteen cerrar oficinas, con el consiguiente ahorro. Pero, como señala The Economist, esas mejoras de productividad que permite el teletrabajo pueden fácilmente resultar sobrepasadas por los inconvenientes. “Algunos estudios indican que las ventajas de trabajar desde casa solo se materializan si los empleados pueden consultar a menudo con la oficina para resolver problemas”. Y con el teletrabajo, “planear proyectos nuevos es especialmente difícil”.
De otra parte, si aumenta el porcentaje de trabajadores online, los directivos deberán diseñar más programas como los que organizan actualmente, para fortalecer la motivación de todos y perfeccionar la cohesión y el trabajo en equipo: ese tipo de reunión en hoteles atractivos o en modestas casas rurales, que algunos, como el propio Kevin Roose, comparan con los clásicos retiros espirituales.
Roose cita una frase de Laszlo Bock, director ejecutivo de Humu, una start-up de recursos humanos en Silicon Valley: “Hay un elemento de interacción social que es realmente importante”. Bock, antiguo responsable de recursos humanos en Google, dice que lo ideal, para la mayoría de la gente, es conseguir un equilibrio entre el trabajo de oficina y el trabajo a distancia. Concretamente, según su experiencia, bastaría día y medio por semana para estar integrado en la cultura de la empresa, y reservar algún tiempo más para algunas tareas más profundas.
Trabajo, familia, escuela
Estos días, los educadores experimentan también modos telemáticos de mantener la atención de los alumnos, de motivarles para el estudio y el aprendizaje; incluso, de pasar exámenes o pruebas… Aprenden mucho, sin duda, para cuando se recupere la normalidad y puedan aplicar recursos informáticos en su tarea ordinaria. Pero no parece que el teletrabajo sea una opción para ellos: la educación –mucho más que enseñanza– exige contacto personal, trato directo, confianza mutua. Algo semejante sucede en otras muchas profesiones, cada vez más necesarias, articuladas en torno al servicio o al cuidado.
Tras la baja por maternidad y paternidad, el teletrabajo puede ser, durante una temporada más o menos larga, un modo de conciliar responsabilidades familiares y laborales. Durante la pandemia, madres y padres han tenido que aprender a organizarse, pues trabajar desde casa supone interrupciones y distracciones que no se dan en el lugar de trabajo (aunque son comunes las derivadas de la excesiva y continua recepción de mensajes electrónicos de todo tipo, con pretensiones de urgencia). Muy distinto será cuando los hijos pasen el día en los centros de enseñanza, y la casa quede entera para los padres…, que también deberán aprender a organizarse para descansar, porque, casi sin darse cuenta, dedican más horas a la empresa que cuando acuden a su sede: el cansancio de estos días no es solo por el confinamiento, sino quizá por trabajar más horas que antes.
Como se intuye, no va a ser fácil reducir a unos pocos modelos la amplitud de posibilidades que se abren con el teletrabajo. Habrá que pensar, decidir y repensar, revisando las experiencias. Y estar dispuestos a rectificar, con esa flexibilidad laboral que se reivindicaba antes de la pandemia.
Deslocalización telemática: el telemigranteEl problema de la deslocalización se había planteado, desde finales de los años setenta del pasado siglo, como consecuencia de la llamada globalización. Se comprueba hoy con la realidad del indispensable material sanitario que ha dejado de fabricarse en muchos lugares de Occidente: ante la pandemia, ha sido preciso recurrir a China, con los problemas conocidos.Ahora, en la medida en que en los países emergentes los jóvenes se afianzan en conocimientos informáticos, surge la posibilidad de que trabajen para empresas occidentales, sin necesidad de abandonar su patria… Por ejemplo, hace ya tiempo, aparte de las actividades de atención de llamadas, algunas compañías aéreas europeas localizaban sus sistemas de control de vuelos en la India. Se trata de una deslocalización específica, para trabajadores cualificados, muy distinta de la actual: las multinacionales abaratan precios mediante la menor remuneración y las mínimas cargas sociales de trabajadores poco cualificados en países del Tercer Mundo. Se habla ya de una posible expansión de ese tipo de teletrabajo, consecuencia de la creación o consolidación de hábitos laborales, tras el periodo de confinamiento. Así lo entiende el Groupe d’Études Géopolitiques (GEG), un grupo de reflexión independiente fundado en la Escuela Normal Superior de París, con miembros en varias universidades francesas. Se llega a describir la aparición de la figura del telemigrante, concepto acuñado por Richard Baldwin, economista del Instituto Universitario de Estudios Internacionales de Ginebra: “Muchos autónomos competentes, en particular del sur, pueden competir con empleados cualificados del norte”. Algunos expertos, de la Universidad de Princeton, han calculado que entre el 35% y el 40% de los trabajos que requieren un título en Estados Unidos podrían verse afectados por la contratación de extranjeros que realizarían el trabajo sin moverse de su país. |