(Actualizado el 22-06-2020)
Los medios de comunicación siempre han llevado a gala su función de controlar al poder político. Los ciudadanos, se decía, podían estar tranquilos porque los periodistas vigilarían de forma implacable pero imparcial. Sin embargo, cuando los debates se polarizan y la sociedad se divide, las sospechas se vuelven hacia los supuestos “guardianes”, y los medios a su vez tienden a reforzar su inclinación ideológica.
Esta espiral de desconfianza y radicalización, propia de cualquier época convulsa, se ve reforzada actualmente por la irrupción de canales de comunicación no convencionales, como las redes sociales o los servicios de mensajería, que contribuyen a crear “burbujas de pensamiento” donde las voces subidas de tono resuenan más fuerte.
Esto es precisamente lo que parece estar pasando en los últimos años. El Reuters Institute y la Universidad de Oxford acaban de publicar su informe anual sobre el consumo de noticias en el mundo. El estudio abarca distintos aspectos, como el tipo de formatos informativos que ganan o pierden popularidad o los modelos de negocio periodístico que triunfan. Pero, quizás, el titular que deja la edición de este año es que los ciudadanos están perdiendo confianza en los medios, y especialmente los que se posicionan en los extremos del arco político.
Como puede verse en la edición nacional del informe, España no es una excepción a esta tendencia, más bien al contrario. Aquí, solo un 36% de los encuestados (personas que dicen consumir información de manera habitual) dice confiar en los medios de comunicación, dos puntos por debajo de la media. El desprestigio no solo se refiere a los medios de comunicación en general, o a aquellos de tendencias políticas opuestas: más de la mitad dice no fiarse siquiera de “los medios que leo”. Los jóvenes son más escépticos que los mayores. También los que se sitúan en la extrema izquierda o la extrema derecha, aunque curiosamente les siguen los que dicen no tener una postura política clara.
Además, desconfían más de la información que leen o escuchan quienes tienden a informarse en medios no tradicionales, entendiendo por tales la prensa escrita, la televisión o la radio, y especialmente quienes lo hacen sobre todo por medio de las redes sociales. Estas son el canal que genera menos confianza, seguidos de cerca por las marcas periodísticas nacidas en internet (nativas digitales, no como los sitios web de la prensa escrita). No obstante, estos cauces informativos son también los que más crecen en audiencia.
Otra aparente paradoja es que los colectivos que más recelan de la veracidad de las noticias publicadas son quienes menos importancia conceden a la existencia de periodismo independiente: jóvenes, personas con bajo nivel de estudios e ingresos, los que se sitúan en posiciones políticas de extremos y los que consultan información con menos frecuencia. La paradoja puede ser solo aparente, porque quizás indique no una minusvaloración de la imparcialidad per se, sino una sensación de hartazgo respecto al sesgo –real o percibido– de la prensa mayoritaria.
Sea como fuere, lo cierto es que es que en los últimos siete años el porcentaje de los que dicen informarse en “medios neutrales” ha caído en diez puntos porcentuales, del 58% al 48%. Cada vez hay más persona que prefieren consultar solo medios “afines”, especialmente en la derecha del espectro político.
Preocupación por la información falsa
España es uno de los países donde una mayor proporción de encuestados (65%) se muestra de acuerdo con la afirmación “en lo relativo a las noticias por Internet, me preocupa qué es cierto y qué es falso”. El porcentaje es significativamente superior entre las personas de 55 años o más, mientras que, por el contrario, uno de cada cinco jóvenes menores de 25 años dice no sentirse preocupado en absoluto por este asunto. Es cierto que la pregunta se refiere a la reacción que provocan las noticias falsas, no a su extensión. Es decir, podría suceder que los jóvenes sean tanto o más conscientes que los demás sobre la presencia de bulos, pero que no les inquiete.
En cuanto a las fuentes de donde proceden esos bulos o noticias manipuladas, la que causa mayor preocupación es “el gobierno o los políticos de mi país”, que citan la mitad de los encuestados, seguida de lejos de “los periodistas y medios informativos”, que solo menciona un 15%. La primera respuesta es más frecuente en los que se consideran de derechas, algo lógico teniendo en cuenta que el gobierno es de signo político contrario.
En cambio, sorprende que quienes más recelan de los periodistas no sean los que se adhieren a posturas de extremos, como cabría esperar por su poca confianza general en los medios, sino los que se sitúan en el centro y centroizquierda. Sí son los de posiciones más radicales, tanto de derecha como de izquierda, quienes más se inquietan por la desinformación organizada por gobiernos extranjeros.
En otros países, los extremos políticos son más proclives a creer en conspiraciones. No obstante, aunque la izquierda no está exenta de este fenómeno, es más frecuente en la derecha. Por ejemplo, según varias encuestas citadas en un reciente artículo de The Economist, el porcentaje de votantes republicanos de Estados Unidos que creen que el Covid-19 fue creado deliberadamente es el doble que entre los demócratas. Algo parecido ocurre en Francia con los partidarios de Marine Le Pen, o en Holanda con los que votan al Partido por la Libertad, una formación populista de derechas.
Aparte de las teorías conspirativas, también es más frecuente en la derecha el recelo respecto a los medios de comunicación y el mundo académico. Esta desconfianza respecto a lo que se considera la “narrativa oficial” es una variante de la suspicacia contra una “élite” manipuladora, que la izquierda ve en las instituciones económicas y los votantes de derecha en el establishment cultural. Lo cierto, señala The Economist, es que estos últimos tienen razones para sospechar, puesto que efectivamente existe una mayoría de personas de izquierdas en este ámbito. Esta sobrerrepresentación tiene que ver en parte con una brecha educativa observada en muchos países: entre quienes tienen estudios de nivel superior, el porcentaje de votantes de izquierda es mayor que en la media de la sociedad.
Redes sociales: desconfianza, pero uso masivo
En lo que todos parecen estar de acuerdo es en que las redes sociales son el principal medio por el que se difunden los bulos, independientemente de quién sea su creador.
El artículo de The Economist menciona una investigación de la Universidad de Harvard que relaciona la creencia en que el Covid-19 ha sido creado a propósito con una mayor exposición a estas plataformas.
Además, la precaución respecto de las redes sociales no solo tiene que ver con la cantidad de desinformación, sino con su especial carácter dañino. Los encuestados para el Digital News Report atribuyen una mayor capacidad de manipulación a los bulos difundidos por Facebook, Twitter o Instagram, quizás por el carácter ambivalente de unas plataformas donde lo informativo se entremezcla con lo social.
Por ejemplo, la mayoría de los encuestados españoles permitiría anuncios de los partidos políticos en los medios tradicionales (televisión, prensa y radio), pero no en Facebook, Twitter o Instagram. Del mismo modo, aunque un 55% cree que los medios, ante unas declaraciones falsas de un político, deberían poner por delante el derecho a la información y publicarlas –aunque mejor si se aportan datos para desmentirlas–, no opinan igual cuando se trata de las redes sociales: casi siete de cada diez creen que estas deberían censurar este tipo de mensajes. Especialmente partidarios de esta censura corporativa son los que se declaran de izquierda, los mayores de 50 años y los que dicen tener menos interés en la política.
Paradójicamente, aunque las redes sociales son la fuente de noticias menos fiable para todos los encuestados, su uso informativo no ha dejado de crecer en los últimos años, y cuatro de cada diez jóvenes de 18 a 24 años las consideran su “principal fuente de información”, un porcentaje mayor que el que suman quienes escogen la televisión, la radio o los periódicos.
Todas las redes sociales son usadas para compartir o comentar contenido informativo. Sin embargo, no todas atraen al mismo público para este uso. Mientras que Facebook y WhatsApp no muestran un especial atractivo para una u otra postura política, YouTube e Instagram sí son muy empleadas por personas de extrema derecha y de extrema izquierda respectivamente. Twitter, aunque también amplifica las voces “ultras”, es tan utilizada por los de un extremo como por los del otro.