Pueblos Madrina: Si se rompen las farolas, es que hay vida

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Estar abocado a vivir en la calle por no tener dinero para pagar el alquiler es una perspectiva muy sombría para cualquiera, pero si se es un matrimonio con cuatro niños y se está en esa situación, la oscuridad es total.

Tamara Sánchez estaba en penumbras y vio el necesario haz de luz cuando acudió a la Fundación Madrina a recoger alimentos de donación. Allí tuvo noticia del programa Pueblos Madrina, con el que la citada ONG pone en contacto a familias con hijos que están en situación económica con ayuntamientos de lo que se ha dado en llamar la España “vaciada”: las primeras necesitan estabilidad, un sitio digno en el que estar, apoyo económico, cercanía afectiva…; los segundos precisan justamente familias, para volver a llenarse de vida, y Pueblos Madrina hace de enlace entre ambas partes y las asiste en lo necesario.

Tamara y su esposo solicitaron participar en el programa, y con sus cuatro hijos –uno de 16 meses y el resto de 6, 9 y 11 años– hoy residen en una casa perteneciente al ayuntamiento de La Torre, localidad de 230 habitantes a 30 kilómetros de Ávila, en Castilla y León. Llegaron hace casi dos meses y la acogida les ha sorprendido gratamente.

“Nos han tratado como reyes –dice ella a Aceprensa–. Los vecinos nos han ayudado en todo. Nos traen sábanas, mantas, comida. Incluso ahora, que he conseguido trabajo como ayudante de cocina en el hotel El Carrascal, siguen ayudándonos. Nos sentimos muy bien acogidos”.

La joven madre explica que tanto el alcalde como Fundación Madrina les apoyan con el pago del alquiler, que no llega a 200 euros, un precio generoso para una casa con cuatro habitaciones y un patio, que de inmediato les encantó. “Está regalada”, añade.

En cuanto a las infraestructuras de la comunidad, dice que cuenta con un centro de salud que presta servicio los martes y los jueves, y que, en caso de urgencia fuera de esos días, se les atiende en Muñana, un pueblo vecino. Sobre la escuela, asegura que la tiene a escasos metros, y que los niños se han acostumbrado enseguida: “Son pocos alumnos: con mis hijos son siete, por lo que los atienden mejor”. Según dice, dentro de poco vendrá otra familia con hijos, con lo que el recreo se animará aun más.

Con el vuelco radical que le ha dado la vida, a Tamara no le ha dado tiempo a echar de menos Madrid: “Estoy muy contenta. No extraño la ciudad. Pensé que me iba a acordar más, pero la verdad es que no. Aquí hay mucha paz. Es lo mejor que tiene”.

Un tanto, pues, para su familia. Y un tanto para un pequeño pueblo que, al abrir los brazos a los recién llegados, disipa el fantasma de su propia extinción.

Tener un empleo, la clave

Conrado Giménez, presidente de la Fundación Madrina, nos cuenta que en los 17 años de creado el programa de realojamiento en zonas rurales, han reubicado a unas 300 familias –incluidos más de 1.000 niños– en 300 pueblos. Y hay una lista de espera de otras 500.

Los trabajadores sociales de la Fundación viajan a localidades apartadas en las que la emigración casi ha borrado de la memoria sensorial cómo suena el llanto de un bebé. Allí contactan con las autoridades, les presentan un perfil de las familias candidatas, a las que se ha entrevistado previamente; ven cuáles son las posibilidades de vivienda y otras infraestructuras, se conversa con propietarios de casas que pudieran darse en alquiler; con los maestros de los colegios, en quienes tienen sus mejores aliados…

Tras la irrupción de la pandemia, la mitad de quienes aspiran a participar en el programa son familias españolas en situación crítica

“Una vez que se instala una familia –dice–, los pueblos se van llamando unos a otros, y te piden una, dos familias. Así estamos repoblando valles en Ávila, como el de Amblés o el del Corneja, pueblos de Toledo; Torrubia del Campo, en Cuenca… Son pueblos pequeños, de 400 habitantes, que prácticamente desaparecerían sin estas familias, porque cerraría la escuela y se irían todos los servicios… En el Berrocal, Ávila, adonde hemos llevado dos familias de ocho y tres niños, en lugar de cerrar el colegio se plantean abrir dos aulas. En La Torre, exactamente igual. Mientras nos llamen de esos sitios, fantástico, siempre que haya alguna propuesta del ayuntamiento de trabajo y solución habitacional. Porque si no hay empleo, esa familia se va”.

En cuanto al perfil de las aspirantes ha habido variaciones: antes de la pandemia, el 80% eran familias de trasfondo inmigrante y con niños (hasta 78 nacionalidades). El desastre económico sobrevenido en 2020 ha derivado en una lastimosa variedad: ahora la mitad son españolas, también con hijos, que lo mismo afrontaban una situación de desahucio, que estaban como okupas, o forzadas por las circunstancias a un insoportable hacinamiento, o endeudadas por el impago de alquiler, o en peligro de que los Servicios Sociales les retiraran a los hijos…

Una vez reubicadas, el nuevo entorno les devuelve la esperanza. “Al final salen adelante y están felices. No quieren volverse. Muchos que no veían futuro ahora se plantean tener más hijos. La gente del pueblo los visita, les lleva alimentos. Y para los niños es una alegría. Si antes había uno solo en el pueblo, pues ahora tiene amigos”.

“Recuerdo –añade Giménez– que un alcalde se enfadó porque los chavales, jugando, rompieron una farola. Le dije: ‘Pues, señor alcalde, es que el pueblo está vivo. ¡Antes no se rompía nada!’. Y los abuelos, contentos con ellos, te dicen que es como si les hubiera tocado la lotería. Si quienes veían morir a sus pueblos te comentan eso, es que los niños les dan 10, 20 años más de vida. Así que bienvenidos sean”.

Repoblar ¿quitando el autobús?

Podría pensarse que un programa de este corte cuenta, lógicamente, con el activo respaldo de las administraciones, toda vez que, en los medios, los políticos muestran una sensibilización creciente para con el fenómeno de la despoblación.

Pero el apoyo, en la concreta, se reduce a cero. Hay pueblos en los que la conexión a Internet ni está ni se le espera; otros en los que los niños agarran un portátil y se plantan junto al ayuntamiento, que es donde único hay Internet, para hacer los deberes, y otros en los que, más que la accesibilidad digital, la que está en la picota es la física.

Giménez habla de pobreza en el área del transporte, y cita el caso de Santa María del Berrocal, a una hora en carretera de la ciudad de Ávila, que ha visto cómo se eliminaba el autobús que enlazaba al pueblo con la capital provincial: “Lo ha quitado el Ministerio de Fomento. Te hablan mucho de repoblar el entorno rural, ¡y quitan autobuses!”.

“Cuando les llevas familias a las administraciones, piensan que les presentas, no una solución para estos pueblos, sino un problema”

Que las palabras no bastan para materializar todo el contenido que prometen, lo ha constatado incluso el diputado de Teruel Existe, Tomás Guitarte. El 25 de mayo, en la presentación de un documento que exigía la puesta en práctica de los compromisos con la España rural, el legislador, aliado del gobierno de PSOE-Unidas Podemos, lo admitió: “Hasta ahora nos hemos encontrado con bastantes declaraciones, poca concreción y mucha inercia para que las cosas sigan como estaban”. Por ello pidió que se pusieran manos a la obra de una buena vez para llevar el 5G y nuevas infraestructuras a las regiones más afectadas por el éxodo.

En un contexto en el que las provincias rurales no dejan de perder población a toda máquina –según un estudio de Funcas, en Teruel, Zamora, Palencia, Ávila y Cuenca se ha esfumado más de la mitad de sus residentes desde los años 60, y en Soria, dos tercios– no sobran mentes ni brazos, y toda iniciativa debería evaluarse rigurosamente. Las ha habido mejorables, como algunas que han traído familias directamente de otros países –de Europa del Este, del Magreb– y las han implantado en los pueblos sin mediación alguna, sin visitas de seguimiento. Pero las que se demuestran sostenibles e integradoras merecerían más atención. Y, dicho sea de paso, euros.

De momento, lo único que le ha llegado a la Fundación Madrina es… una videocámara. Se la han enviado de la Unión Europea, donde la idea ha gustado y quieren material para mostrarlo al Parlamento Europeo. Según Giménez, las Comunidades Autónomas “se han puesto las pilas, porque han olido dinero de la UE y han comenzado a hacer políticas, o al menos a comentar que las hay. Pero hasta ahora, nada, y no hemos tenido ningún concurso de diputación alguna. Solo palabras buenas, ninguna implicación. Las administraciones están muy atrás, especialmente los Servicios Sociales. Cuando les llevas familias, piensan que les presentas, no una solución para estos pueblos, sino un problema”.

Sin nada que perder, la Fundación toca todas las puertas. Incluso las del Palacio de la Moncloa, a cuyo inquilino acaban de enviar una carta. “Queremos que D. Pedro Sánchez nos reciba para explicarle el proyecto, y que nos incluya en las ayudas. Confiemos en que nos reciba, que podamos contarle y que nos tenga en cuenta, porque de momento, solo vivimos de la Providencia”.

O por la Reconquista, o por América, o…

E. Bandrés y V. Azón, autores del estudio de Funcas –La despoblación de la España interior–, señalan que, en el contexto europeo, varias provincias españolas están al nivel de algunas zonas de la península escandinava, Islandia, Rusia y el norte de Escocia en cuanto a densidad poblacional (entre 1 y 10 hab/km2). La diferencia, sin embargo, es que los territorios españoles no sufren de condiciones climatológicas tan adversas como las de los antes mencionados.

Los autores subrayan que, comparados los 93 hab/km2 de España con los 240 de Alemania o los 279 de Reino Unido, se le puede considerar un país poco habitado. La tendencia tendría su raíz en causas históricas remotas, como la inseguridad respecto a poblar determinadas zonas durante los siglos que duró la Reconquista, o el posterior éxodo hacia el Nuevo Mundo, y otras más recientes, como la migración rural hacia áreas industriales, a partir de la década de 1950.Las provincias que –señalan– quedarían abarcadas por la definición de “España vaciada” serían las que exhiben una tasa de crecimiento demográfico en descenso desde 1950 y que en 2019 tuvieron una densidad menor que el promedio nacional. Todas las de Castilla y León, las de Extremadura y Aragón, así como dos de Galicia, cuatro de Castilla-La Mancha, dos andaluzas y La Rioja entran en ese grupo.

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