Jorge Bustos: “La maduración consiste en cambiar”

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Jorge Bustos

Fotos: Santi G. Barros

 

Jorge Bustos (Madrid, 1982) es “un escritor metido a periodista” o, como dice Juan Soto Ivars, “un poeta que le alquila la pluma a los periódicos”.

Desde 2017 es el jefe de Opinión de El Mundo. Columnista. Reportero, cronista, entrevistador, multiusos de ocasión. Sus letras comparten un universo clásico de pensamiento y literatura absorbido desde niño con fruición y una mirada cada vez más antropológica y pantónica del querido presente imperfecto que vivimos.

Su primer escalón en el gremio fue Aceprensa. “Cuando tenía 18-19 años, me fichó Adolfo Torrecilla para hacer críticas de novela y, después, de ensayo. Le tengo mucho cariño a esta casa. Fue una buena escuela”.

Licenciado en Teoría de la Literatura. Filología clásica. Su romería de medios escritos: Estrenos 21, El Distrito, La Gaceta de los Negocios, Época, El Cultural, El Mundo, y colaboraciones en Zoom News, Jot Down, Nueva Revista… Multimedia: con Carlos Herrera en COPE desde 2015 y habitual en las tertulias de La Sexta y Telecinco.

Un “escritor metido a periodista” que mueve el balón con soltura. Su portería: la novela. “Igual fracaso estrepitosamente, pero quiero darme esa experiencia. Algunos escritores que respeto me han dicho que tengo un narrador dentro, así que espero que el periodismo me deje salir de la primera línea de fuego para explorar esa capacidad”.

Ideas y estilo. Pluma y background. Regateo. Ágil. Pulido. Chulapo. Sentencias, florituras y cada vez más sonrisas de conocimiento propio ante el espejo y ante las gradas. Fútbol y esgrima. Sujeto con verbo extenso y predicado creciente. Madridista. Justo entre la liga nueva y el cielo abierto de la final de la Champions en París, hablamos sobre el tiki-taka de las ideas contemporáneas muy cerca de Sabatini.

— Como jefe de Opinión de un periódico como El Mundo, ¿qué temas ves que te interesan, que predominan, que son novedosos, que te inspiran de la actualidad?

— Es evidente que vivimos una época de decadencia general, pero, si miramos bien, también de renacimiento en algunas áreas. Me gustaría no perderme en ninguno de estos dos enfoques. Si te digo la verdad, empieza a pesarme la jefatura de Opinión de El Mundo. Estoy muy agradecido y orgulloso, pero es un cargo coyuntural en mi trayectoria que jamás pedí y que considero una etapa cumplida, de alguna forma. Este puesto no me define. Es una etiqueta puramente efímera y pasajera. Yo soy un escritor metido a periodista. Soy un escritor de periódicos, y espero que cada vez más de libros. Y, quién sabe, quizá el día de mañana lo sea también de guiones. Sí me define El Mundo, porque es el periódico liberal que me ha acogido y me ha enriquecido mucho. Estoy muy feliz ahí. Es mi sitio. Pero los cargos solo gustan a los horteras y a los que no tienen ambición creativa, y yo no soy un sacerdote. Aspiro a ser un artista. Para que te atraiga un puesto directivo te debe enganchar el poder, y a mí lo que me gusta es la influencia. El poder me aburre, poque está lleno de mediocridad y de pasiones bajas.

“La influencia es que tu voz sea autorizada, porque te has ganado el derecho a ser escuchado”

— En este mundo de influencers muy volátiles, ¿qué influencia te atrae?

— La influencia consiste en desenmascarar la mentira y que la gente entienda que tus opiniones conllevan la lucidez suficiente como para darse cuenta de que estaban comprando relatos falsos sobre la actualidad. La influencia es que tu voz sea autorizada, porque te has ganado el derecho a ser escuchado. Con tus fallos y con tus días malos, se te reconoce una continuidad y una estabilidad en el valor de tu opinión. La mejor manera de demostrar que eres influyente es que los rivales te confiesen de forma discreta que te siguen e, incluso, que los “tuyos”, entre comillas, se cabreen porque no eres todo lo “suyo” que les gustaría.

— ¿Cuál es tu retrato impresionista de la sociedad española?

— No creo que la sociedad española esté al margen de la occidental. No presenta rasgos particularmente específicos. Tenemos los problemas, los vicios y las inercias de cualquier sociedad democrática de principios del siglo XXI. Incluso en algunos aspectos estamos mejor que, por ejemplo, los campus americanos donde se ha impuesto la cultura de la cancelación. Aquí, por fortuna, pese al entusiasmo de algunos por censurar, tanto en la izquierda como en ciertos sectores de la derecha, hay una saludable anarquía, que casa con nuestra tradición mediterránea, y que nos ayuda a gozar, todavía, de amplias cotas de libertad, pese al Gobierno y algunas instancias de la sociedad civil, que se agrupa para perseguir a los herejes. Sí, convivimos históricamente con una cierta pulsión inquisitorial, pero no mucho más que en sociedades de tradición protestante. En realidad, el deseo de que el prójimo te obedezca y de ser el caudillo de tu vecino está en todos los seres humanos. Debe de ser algo muy profundo de nuestra naturaleza que arrastramos desde que éramos monos. El liberalismo es una sofisticación del pensamiento que nos lleva a la libertad, pero la libertad no es la tendencia natural, porque el hombre tiende a la servidumbre.

— La libertad es costosa.

— Hacerte responsable de tus decisiones es muy doloroso. Por eso un partido liberal no puede ganar nunca las elecciones, porque dice a la gente: “El responsable de tus fracasos no es el capitalismo, ni la inmigración, ni la Agenda 2030, ni el Foro de Davos, sino tú”. En una dictadura no puedes decir eso, porque se buscan chivos expiatorios, pero en una democracia, con sus fallos, porque seguramente hay mecanismos de redistribución y de igualdad que deben mejorar en la democracia española, hay un alto porcentaje de nuestras vidas que está en nuestras manos.

— Servidumbre, inquisición, chivos expiatorios… ¿Cómo ves la prensa?

— La prensa lleva siendo un chivo expiatorio desde el siglo XVIII. Desde que los periódicos tienen línea editorial y los periodistas cuentan con intereses legítimos ideológicos, defienden posturas encontradas y apoyan o critican fuerzas políticas cuando no son suficientemente afines, la prensa ha estado en el objetivo de quienes no entienden la libertad. ¿Qué ha cambiado ahora? Que Internet le ha dado a la gente la ilusión, que es una ficción, de que sus voces están igual de autorizadas para ejercer el periodismo. Oímos cómo se extiende ese mantra populista de “esto no lo verás en los medios” o “esto no se atreverán a contártelo, porque todos están comprados”. Es un truco muy barato de personas que, en realidad, aspiran a lo que hacen los medios tradicionales.

“La carrera del periodista la mantiene el público. Si te has ganado la confianza, tendrás una carrera larga”

Mi experiencia es que todo el que ha tenido éxito en un blog, en las redes sociales, o en YouTube, lo que persigue es encontrar asiento en un periódico, una radio o una televisión convencionales. Los medios tradicionales siguen siendo la referencia del periodismo, que también es un poder envidiado. El periodismo es talento, trabajo, formación, cultura, un poco de suerte, y que la gente te conceda autoridad. El periodista que llega de rebote no se mantiene, porque la carrera del periodista la mantiene el público. Si te has ganado la confianza, tendrás una carrera larga. Si no has acreditado tus virtudes para que tu palabra influya, durarás poco en el oficio.

Los atajos tienen las patas muy cortas. Irrumpir es fácil si te acredita el éxito en las redes, protagonizas un golpe de suerte, vendes teorías de la conspiración y azuzas fake news llamativas, pero consolidarse depende de otras cosas. Aquí no hay secretos. Si no dices la verdad, no tienes talento, no escribes y comunicas bien, caducarás pronto. El tiempo descubre la verdad de cada uno, tanto en el periodismo, como en todo. La perseverancia es el fruto del trabajo y la disciplina. Ahora la vista se nos va hacia la cultura del pelotazo, pero yo no creo en eso. Quien se autoproclama profeta en cualquier aspecto de la vida sin una verdad detrás, cae en el descrédito.

Sobre el Bustos que escribió Crónicas biliares, dices: “Tenía 25 años. Probablemente, si hubiera perseverado en ese corpus, sería un precursor de Vox. Pero luego crecí, maduré, viajé. Y, sobre todo, es que no me había tomado muy en serio mis ideas en ese libro. La vida te va llevando”. ¿Cómo se conjuga crecer, madurar, no tomarse en serio y dejarse llevar sin convertirse en un oportunista de ocasión?

— La idea es dejarse llevar por las verdades que la vida te va revelando, no por el contexto. Yo era un chaval muy libresco, muy ideologizado, muy poco vivido, e intentaba que este mundo enorme, complicado, mestizo, difícil y lleno de matices encajara en mi estantería mental de Ikea, cutre y cuadriculada. Tenemos dos opciones: pasarnos la vida pegando martillazos al mundo para que quepa en nuestras categorías o tirar la estantería, vivir, cuestionarlo todo, incluidos los dogmas y las herencias, pero no por rebelión, sino por afán de conocimiento. ¿Qué parte es verdad? ¿Con qué me quedo? Eso lo salvo. ¿Qué es mentira? ¿Qué me jibariza la cabeza y me oculta océanos enteros por descubrir? Pues eso, ¡fuera! La persona que tiene las mismas ideas desde los quince hasta los ochenta años es un tarugo, un zoquete, un anélido, un ser irrelevante, un molusco… Cambiar es compatible con resguardar nuestros principios, pero las ideologías son ataduras. Uno se va dando cuenta de eso cuando lee libros, viaja, se roza con gente distinta, tiene amigos de todo tipo… La maduración consiste en cambiar.

Hay progresistas autoproclamados que son auténticas beatas del siglo XIX que persiguen el placer y la feminidad con un palo de escoba mientras sojuzgan la vida, y hay conservadores que votan partidos conservadores, que son auténticos vanguardistas del pensamiento. La vida te enseña que las etiquetas hay que enterrarlas. Los bandos me aburren, porque todo es más complejo y todo requiere mucho matiz. Con los años, aprendes que existen personas que profesan las mismas ideas políticas que yo, en teoría, que son deleznables, y rojos peligrosísimos que son maravillosas personas. La ideología es un timo.

— “La maduración consiste en cambiar”…

— De pequeño fui un fanático del dogma, pero ahora me muevo con alegría en la incertidumbre. Me gusta la herejía, el matiz, desconcertar al que te encasilla… Aprendes que hasta el relativismo tiene cosas estupendas, como la tolerancia, y creo que existen la verdad y la mentira, y los sexos, y la belleza… No se trata de ampararse en la equidistancia, sino de madurar una cierta sabiduría.

“Un católico inteligente y leído debe profundizar sobre la tradición que ha hecho Europa y España”

— De niño, dices, eras un dogmático. Ahora, destacas, eres un liberal ácrata. ¿En ese trayecto hay, también, una manera diferente de entender la religión?

— En mi formación, como en la de tantos jóvenes de familia conservadora, católica, practicante, quizá el acceso al pensamiento sobre la propia religión estaba demasiado mediatizado por las propias normas formales de la religión organizada. Un católico inteligente y leído tiene que reflexionar fuera de los devocionarios y de la piedad más popular. Debe profundizar sobre la tradición a la que pertenece, que es la que ha hecho Europa y España. Hay grandes escritores ateos con una capacidad de penetración en el fenómeno religioso mucho mayor que la de algunos católicos devotos que cumplen todas las reglas. A mí no me interesa la formalidad religiosa.

Yo no escribo para católicos. Yo escribo para que los que no son católicos redescubran la tradición a la que pertenecen, crean o no crean. Me interesa que se entienda que la tradición católica está contaminada, en el mejor sentido, de paganismo grecolatino, de judaísmo y de filosofía ilustrada… El cristianismo ha engendrado, también, su negación, cosa que no podemos decir de otras religiones, y eso es una riqueza. El valor intelectual, vital, moral o artístico de una religión también aflora gracias a sus contradictores. El catolicismo también son sus herejes, y Voltaire. ¿Por qué no hay un David Hume islámico? La grandeza de la tradición cristiana aglutina también a los discrepantes. Hasta en los iconoclastas existe un poso cultural compartido. No ver eso es reduccionista. Yo no podría ir feliz por la vida con unas anteojeras para que nadie me contamine de las ideas que invaden el mundo.

— Hay progresistas que consideran la religión como un retraso.

Es posible que así lo vean quienes consumen medios progresistas como alfalfa. Es probable que haya todavía gente ajena a la realidad del ser humano que considere que la religión es un atraso propio de un estadio evolutivo anterior a la Ilustración. ¡Son ellos los que se pierden la grandeza de una realidad a la que debe acercarse cualquier persona con una curiosidad intelectual! ¿Por qué en Sevilla salen bajo palio un comunista junto a un conservador de Vox? Pues preguntarse estas cosas con verdadera inquietud tiene mucho que ver con entender, de verdad, nuestra tradición y nuestra sociedad. El Evangelio desprende una fuerza particular cada vez que lo lee un ateo, un revolucionario o un capillita. Igual que leemos otros grandes textos clásicos, hay que leer la Biblia. Permanecer como si el hecho religioso fuera solo piedad, según los muy devotos, o solo carne de desprecio, según los arrogantes ilustrados contrarios, son dos formas de empobrecimiento del espíritu.

— Dices: “No podemos alentar la mentalidad de catacumba”.

— Es lo que le está pasando a mucha gente del espectro conservador. Como si el mundo se percibiera crecientemente hostil. Como si se asumiera de muchos católicos que su tiempo pasó y deben sobrevivir a la espera de un renacimiento en los próximos siglos. Yo me rebelo contra eso. Prefiero contaminarme de mundo y rescatar lo bueno y lo concomitante con las creencias personales, en vez de resignarme al “¡está todo tan mal!”. Hay personas que igual tienen nostalgia de una España nacionalcatólica que nunca existió, ni siquiera en la Edad Media. No ha habido nunca ni momentos dorados ni momentos pésimos para la fe. A poco que leamos Historia y tengamos un poco de imaginación, nos daremos cuenta de que no es cierto que la hegemonía cristiana se haya echado a perder. No estoy de acuerdo con eso.

Si de verdad nos creemos que los valores que contiene el Evangelio son universales y eternos, no se puede ir por la vida escondiéndose. Si un católico está convencido de su superioridad moral, porque considera que sus creencias animan la mejor versión de los seres humanos, ¿qué miedo puede tenerle al mundo? El mundo es mío. El mundo no me está agrediendo constantemente, ni yo soy el último mohicano de una raza que se va a extinguir. ¡Yo soy el primer mohicano de la raza que va a venir! ¡Eso es lo que hay que defender!

Dicho esto: que nadie piense que yo me siento modelo de nada porque tenga una cierta sensibilidad hacia las cosas de la fe, por mi familia o por mi pasado. Tengo un gran cariño hacia mi tradición cristiana, que se trasparenta en mis textos, y reivindico esa columna vertebral de Occidente. Soy un liberal, pero no rebotado o descastado con lo que he aprendido. Al revés.

— En este viaje hasta el borde de los cuarenta, te has ido puliendo. Seguramente ahora eres más misericordioso en tus juicios sobre los hombres, porque, probablemente, también lo eres más contigo mismo.

— La intolerancia es patrimonio de la juventud, para lo bueno y para lo malo. La juventud es, a la vez, admirable y detestable. Es admirable, porque lleva a la generosidad, a la entrega, a la abnegación, a la fe en unos ideales, en unos límites de belleza y sacrificio que los poetas han cantado durante siglos. Y es intolerante, porque estas son mis ideas, aquellas son las tuyas, tú eres mi enemigo, y voy a por ti.

Yo antes era una especie de fanático de muchas cosas, y ahora tengo curiosidad por todos los frentes. Vas creciendo, vas leyendo, te vas rozando con mucha gente variada, y tus puntos de vista dogmáticos se van matizando. El dogmatismo es el estado habitual del joven. Si nos quedamos ahí, nos malogramos. Lo normal es madurar hacia el mestizaje. Yo estuve obsesionado con ser absolutamente ortodoxo y, gracias a Dios, he ido mejorando, más allá de que a mis adversarios les pareceré un radical ortodoxo fascista puro, y tampoco se puede entrar al juego de la caricatura.

— ¿Qué ancla es una formación humanística sólida y por qué han sido para ti un salvavidas la literatura y el pensamiento?

— La literatura es el ámbito de la libertad y te da ventajas sobre la vida. Te permite ampliar experiencias y aprender de más personas. Cien años de vida por cinco mil novelas buenas representan una profundidad muy potente para cualquier biografía. Hay personas que se dan cuenta de sus errores a los cincuenta años, que, si hubieran leído más, podrían haberlos descubierto a los treinta. La literatura también tiene una finalidad práctica, aunque es, sobre todo, el placer del conocimiento. La primera frase de la Metafísica de Aristóteles dice: “Todos los hombres desean, por naturaleza, el saber”. Saber es un deseo, un placer, y los tratados de Matemáticas, de ciencias o de Derecho Administrativo no satisfacen esos anhelos. Hay una forma de conocimiento que tiene que ver con la poesía y con la representación que solo da la literatura.

— ¿La crisis de bajas en Netflix puede ser un primer síntoma notorio de hartazgo contra las ideas políticamente correctas prefabricadas e impuestas?

— Sí. Cuando creas contenido con el mismo troquel, la gente se acaba cansando del esquematismo ideológico, artístico, narrativo… porque no es tonta. Cuando la cultura se autoimpone un código rígido de contenidos, los usuarios acaban buscando otros canales más auténticos y más libres. Este portazo a Netflix es esperanzador, y no porque yo tenga nada contra ellos, sino porque es un recordatorio a los productores y a quienes están detrás de esa industria de la ficción, que no es un lujo, sino una necesidad, de que pervertir el relato es una muestra de que uno se ha confiado más de la cuenta. Al final, todos demandamos emociones auténticas.

— Y entre crecimiento, madurez, viajes, más libros, más lecturas, mestizajes, tradición y un mundo amigo, ¿qué deseas que no cambie nunca de ti?

— Me gustaría que la gente que me conoce tenga motivos para conservar una buena opinión sobre mí. Me conformaría con una cierta credencial de moralidad. Que se me vea como alguien que, más allá de la afinidad con mis textos, se comportó medianamente bien, en el sentido de ser duro con el fuerte y amigo o compañero del débil.

Álvaro Sánchez León
@asanleo

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