Para tener credibilidad, la oposición a Lula debe repudiar las protestas violentas

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São Paulo.— Brasil necesita una verdadera oposición política al gobierno de Lula. Una oposición que haga frente a los intentos del presidente del PT (Partido de los Trabajadores) de aprobar medidas que perjudican a la economía, que echan leña al fuego de la inflación, que revierten la modernización de las leyes laborales y de la Seguridad Social, que impiden los necesarios procesos de privatización, que dificultan el emprendimiento y que coartan la libertad de expresión.

Esta oposición se verá principalmente en el Poder Legislativo, pero también serán esenciales las acciones de la prensa y de gobernadores de derecha como Tarcísio de Freitas, en São Paulo, y Romeu Zema, en Minas Gerais. Pero para existir de verdad y tener credibilidad, esta oposición a Lula necesita empezar a posicionarse con fuerza contra las intenciones golpistas, contra los alborotos, contra los sabotajes, contra las amenazas terroristas y contra las protestas violentas que se levantan en nombre de la derecha en el país.

Si la derecha responsable, que realmente quiere el bien de la nación, guarda silencio ante actos de vandalismo como los ocurridos el domingo (8 de enero) en Brasilia, hundirá cualquier posibilidad de hacer una oposición fuerte y eficaz a Lula.

Hemos pasado los dos últimos meses, desde el final de la segunda vuelta de las elecciones, oyendo decir a falsos defensores de la democracia que los manifestantes que bloquearon carreteras y acamparon frente a cuarteles eran absolutamente pacíficos, incapaces de cometer actos de violencia o vandalismo en nombre de su causa (la de impedir la investidura de Lula).

Incluso cuando esos mismos manifestantes tomaron las calles de la capital en una noche de furia, el día de la proclamación de Lula por parte del TSE (Tribunal Superior Electoral), quemando coches y autobuses y destruyendo bienes públicos, los falsos paladines de la libertad siguieron persistiendo en sus tesis. Incluso inventaron la excusa poco convincente de que había infiltrados entre los manifestantes. Una afirmación que algunos intentaron sostener incluso cuando un militante de Bolsonaro intentó hacer estallar un camión cisterna en Nochebuena, con la intención de sembrar el caos y forzar a las Fuerzas Armadas a una “intervención federal”.

Es imposible seguir sosteniendo esta narrativa de pacifismo. Este domingo, tras la llegada de decenas de autobuses con militantes bolsonaristas a Brasilia, los manifestantes invadieron y depredaron, a plena luz del día y ante las cámaras, edificios públicos y símbolos nacionales como el Supremo Tribunal Federal, el Congreso Nacional y el Palacio de Planalto.

En violentas protestas, rompieron cristales, sillas, paneles del techo, puertas, equipos de filmación y otros objetos que habrá que reponer con dinero público, es decir, con los impuestos de los que trabajan.

Estas manifestaciones violentas tendrán el efecto contrario al esperado por los extremistas: en lugar de fortalecer a la derecha, la debilitarán; en lugar de incitar a los militares a destituir a Lula de la presidencia, han dado motivos para que el nuevo gobierno decrete la intervención federal en el Distrito Federal (DF) –porque la incapacidad de la policía para impedir los actos vandálicos se atribuye al cuerpo inerte del gobierno del DF, cuyo secretario de Seguridad era el exministro de Justicia de Jair Bolsonaro, Anderson Torres, que fue inmediatamente exonerado–, y en lugar de deslegitimar a Lula como presidente, le harán más popular, porque darán la razón a las acusaciones de golpismo que se hicieron al grupo político de Bolsonaro y a sus partidarios durante la campaña.

En otras palabras, las protestas violentas, con destrucción de bienes públicos acompañada de cánticos golpistas, son un tiro en el pie. Acabarán fortaleciendo a Lula y dificultando el trabajo de la necesaria oposición política a él.

Es necesario que los representantes de la derecha responsable alcen cuanto antes su voz contra este atropello. Por su propio bien y por el de Brasil.

© 2022 Gazeta do Povo. Publicado con permiso. Original en portugués.

Un comentario

  1. Lamentable el articulo Diogo Schelp. Sugiro a Aceprensa que oiga otros. Con poca perspicacia no percibe que, si hubo «patriotas exaltados», los actos violentos fueron de encapuchados, típicos petistas de los Black Block. Ni una palabra sobre la disparidad de tratamiento de esos vandalos (tratados como terroristas y presos) con los petistas que destruyeron el ministério hace 5 años (elogiados por el actual ministro de Justicia); ni una palabra sobre la inepcia de la Casa Civil que sabia de los ataques desde el viernes, informados por el Gabinete de Segurança Institucional (GSI); ni una palabra sobre la sospechosa dispensa, por el nuevo jefe del Ejército, de los guardas del Palácio del Planalto el viernes… El Capitolio – con toda su falsedad – se repite! A Diogo le falta perspicácia o imparcialidad. Dos cosas fatales para un periodista.

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