De ídolos y ejércitos: qué hay detrás del K-pop

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Qué hay detrás del K-pop

BTS recibiendo el premio Bonsang en los 31 Golden Disk Awards en Seúl, 2017 (CC AJEONG_JM)

El K-pop está por todas partes. Ya sea en la inauguración del pasado Mundial de fútbol en Qatar, donde cantó Jung Kook, miembro de la banda coreana BTS, o en algún hilo de Twitter, donde suele estar presente al menos una “fancam” que enfoca a alguna estrella del género. Los ídolos del K-pop figuran en casi todo el panorama cultural. Y su éxito no es casual.

Grupos musicales que cantan con un tono inmejorable melodías pegadizas y bailan con una coordinación perfecta coreografías propias de bailarines profesionales. En un escenario, sus integrantes parecen todo menos humanos. La “K” no es solo un apellido para la palabra “pop”, como bien podría ser el “latino” en el caso de la música popular que se hace en América Latina. Mientras el segundo se sigue refiriendo a una variante del pop convencional, la primera, no. La “K” transforma el significado de la palabra completamente.

Ya no se hace referencia a un género musical, sino a un producto cultural que trasciende a ritmos pegadizos: la pieza estrella de la llamada “Hallyu” u ola coreana, que ha llevado a este país a dominar el panorama global. Cine, televisión, cosmética, música y literatura… Desde los cuatro Oscars que ganó Parásitos, hasta las 14 nominaciones a los Emmy de El juego del calamar, pasando por el crecimiento indudable de la industria de belleza coreana. Corea del Sur ha reclamado un puesto en la mesa de quienes deciden cómo es y cómo se ve el mundo ahora, cautivando a personas a estudiar su idioma, a adoptar su estética e, incluso, a aprender de sus costumbres. El K-pop está en el corazón de todo esto.

Como ya dijo Park Geun-hye, expresidenta del país, “en el siglo XXI, la cultura es poder”. Solo el K-pop le genera a su economía aproximadamente 10.000 millones de dólares cada año. Sus estrellas han traspasado las fronteras de la cultura y llegado a los escenarios más importantes de la geopolítica. La banda BTS participó en la rueda de prensa de la Casa Blanca más vista en la historia de Estados Unidos, a la que se conectaron al menos doscientas mil personas, para discutir los crímenes de odio cometidos contra la población asiática. El mismo grupo ha dado dos discursos ante la Asamblea General de la ONU, para hablar sobre la esperanza y visión de los jóvenes para conseguir un mundo mejor.

Corea del Sur ha reclamado un puesto en la mesa de quienes deciden cómo es y cómo se ve el mundo ahora

Sin embargo, sería un error entender el fenómeno del K-pop y su éxito como resultado de una estrategia política. Es, ante todo, una industria. Según le explicó a Aceprensa Stella Soonsung Lee, quien ha trabajado en diferentes agencias discográficas del género, incluidas YG y SM Entertainment, “las agencias son muy independientes y se podría decir que el gobierno no está muy involucrado. Aunque hay organizaciones gubernamentales relacionadas con la cultura que organizan eventos internacionales, y los logros de los artistas son reconocidos y enfatizados por los mandatarios”.

Un fenómeno cultural, una macroestructura capitalista

Antes de los 90 no había K-pop, sino música popular coreana. Común, corriente y de toda la vida. Los jóvenes escuchaban el mismo tipo de melodías que les habían gustado a sus padres, y a los padres de ellos. Hasta que la banda Seo Taiji le añadió la “K”, en 1992, en un concurso de la televisión nacional. Obtuvieron una puntuación muy baja en el programa, pero inspiraron a los jóvenes a querer buscar una “música distinta”, como señala el crítico musical Kim Bong Hyon, en el documental La evolución del K-pop. La canción, una vez salió a la venta, se mantuvo 17 semanas como número 1 en los mercados de Corea del Sur. Fue la primera gran banda coreana, adaptaron diferentes géneros musicales como el rock, el pop, las baladas, el hip hop y el rap, para transformar la música popular en el país. Sus álbumes tocaron temáticas nuevas que apelaban más a los jóvenes de entonces.

No pasó mucho tiempo hasta que las compañías discográficas reconocieron el éxito de la fórmula de Seo Taiji y quisieron replicarla. Así, tal cual: replicarla. Bueno, y mejorarla. Cuatro años después del debut de Seo Taiji, la agencia SM Entertainment empezó a buscar chicos que pudieran ser las próximas estrellas del K-pop. Así fue que reclutaron a los miembros de H.O.T. Uno de ellos, Kangta, cuenta en el mismo documental que lo descubrieron caminando por un centro comercial de Seúl y le dieron una tarjeta para contactar.

En el proceso creativo, son las agencias las que tienen la palabra y, en última instancia, las que deciden qué es el K-pop

Al final, la agencia formó la banda y les enseñó a los chicos a perfeccionar sus voces, a bailar y a cautivar al público. Ellos solo debían traer su actitud y sus looks. Al momento de presentarse, sus espectáculos ya tenían una producción perfecta. Estaban excelentemente coordinados. Sus coreografías no interrumpían a la música, sino que la complementaban, sincronizándose sin error. SM no creó a estrellas del K-pop, al estilo de los miembros de Seo Taiji. SM creó ídolos.

Salidos de una fábrica, hacia un altar

Y no fue el único. La fórmula se adaptó rápidamente en toda la industria musical de Corea. Hasta el día de hoy, los estudios escogen a chicos y chicas de 10 a 12 años, a través de audiciones, para que vayan a escuelas especiales, donde les enseñan a bailar, cantar y, básicamente, ser famosos. Pasan la mayor parte de su día ensayando y, cuando ha pasado suficiente tiempo, algunos de ellos son elegidos para hacer su debut como ídolos, ya sea como miembro de un grupo, o como estrella que va por su cuenta.

Volvemos a lo mismo, no es un género musical, es una industria. Soonsung Lee enfatiza que sería un error centrarse únicamente en los performers para entender este fenómeno: “Además de los artistas mismos, es muy grande el esfuerzo que hacen todos los empleados de las agencias, estilistas, productores e ingenieros de música y bailarines. Hay mucha gente profesional trabajando día y noche para que un artista o un grupo este presente en la industria”.

Normalmente, los chicos firman contratos apenas empiezan este proceso, contratos a largo plazo que especifican que sus discográficas pueden controlar lo que comen, cómo actúan en público e incluso su vida romántica. Además, eligen qué música van a grabar y las coreografías que las acompañarán, según lo que creen que venderá más, como explican en una entrevista con el youtuber Antony Padilla algunos retirados de la industria. En el proceso creativo, son estas agencias las que tienen la palabra y, en última instancia, las que deciden qué es el K-pop.

Siguen cuidadosamente, paso a paso, lo que ya han hecho otras bandas que han conseguido éxito, borrando la identidad de algunos artistas y grupos, hasta que queden nebulosos bajo la etiqueta amplia de “K-pop”. Las mujeres suelen presentarse como “niña buena”, o “femme fatale”, así como ellos, por su parte, como o el “chico malo” o el “hombre sofisticado”.

Y así nació el K-pop como lo conocemos ahora, una industria que crea talento, para luego exportarlo y vender, junto con él, la marca Corea. Internados o “campos de entrenamiento”, construcción de talento y mucho –mucho– contenido. H.O.T. Kangta demostró que esta fórmula valía para conquistar escenarios internacionales al cantar junto con Michael Jackson en 1999. En 2012 PSY hizo historia con Gangnam style. Ahora, las chicas de BlackPink son titulares en Coachella, el festival de música más grande del mundo, los bailes de NCT 127 se pueden encontrar en cualquier hilo de Twitter, y BTS ha conquistado los rankings de Billboard.

“Mientras las estrellas encuentran problemas con sus limitaciones físicas o estrés mental, por su condición de humanos, los avatares virtuales están libres de ello” (Park Jieun, creadora de Eternity).

A medida que se ha abierto más a Occidente, el K-pop se ha tenido que repensar, en cierto sentido. Cada vez se utilizan más las letras en inglés (tanto BTS, como Black Pink y Twice, las bandas más conocidas del momento, tienen algunas canciones exclusivamente en inglés). Además, aunque los contratos y los campos de entrenamiento continúan funcionando, las discográficas han acordado hacer una reforma significativa de ellos, limitándolos y haciéndolos menos invasivos. Responde a un intento por proteger a sus estrellas, de las cuales varias se han quitado la vida en el momento más alto de su carrera. Se cree que el último en hacerlo fue Moonbin, miembro de la banda Astro, quien falleció el pasado 19 de abril.

Un ejército como fans

Se sigue controlando celosamente, sin embargo, la vida romántica de las estrellas… que son, en última instancia, novios de los fans. Siempre disponibles, siempre para ellos. Se mantiene también la ilusión de perfección que acompaña a los ídolos… Hasta ahora, a ninguno se le ha llegado a ver un poro en la piel o un pelo fuera de lugar. Cuanto menos humanos parezcan, mejor. En ese mundo, la humanidad de los artistas está en un segundo plano, al igual que su creatividad y expresión personal. Tan así es que en 2021 nació la banda de chicas Eternity, que tiene como integrantes a 11 avatares hiperreales creados con inteligencia artificial. Su debut I’m real (Soy real) sumó millones de vistas en internet. Park Jieun, quien está detrás de la banda, le comentó a la BBC que está convencida de que por ahí va el futuro del K-pop: “Mientras las estrellas encuentran problemas con sus limitaciones físicas o estrés mental, por su condición de humanos, los avatares virtuales están libres de ello”.

Hay una razón para que se busque esa perfección inhumana. La espina dorsal de ese mundo son los fans. Quienes están dispuestos a cambiar su aspecto para parecerse a los ídolos, aprender coreano e incluso interferir en asuntos de política exterior, llenando de “fancams” los comentarios de Twitter de Donald Trump o chatrooms de supremacistas blancos. Los fans de la banda BTS, por ejemplo, se hacen llamar a sí mismos “army” (ejército). Según su página oficial, el significado de su nombre tiene que ver con la unidad que hay entre ellos y el grupo, siempre juntos como los militares.

No es solo la supuesta perfección de los ídolos lo que hace que los fans desarrollen una lealtad extrema: también es la cantidad de contenido que produce la industria y cómo fomentan las relaciones parasociales. Sofía Velásquez, colombiana de 22 años, le contó a Aceprensa que le empezó a gustar el K-pop en parte porque vio que, a diferencia de los artistas y bandas occidentales, este le permitía sentirse cercana a sus estrellas: “Antes era fan de One Direction, pero de ellos solo podía ver las mismas cinco entrevistas, tres videos que producía la propia banda y los pocos que hacían las fans. Pero, con el K-pop, hay mucho contenido, de cada banda, de cada ídolo… videos de ellos comiendo, conversando, en un parque, haciendo su vida”. Ninguna industria cultural, se pudiera decir, inspira el nivel de fanatismo del K-pop, que incluye un sector de fans conocido como “sasaeng” (“acosadores”, en español). Son rechazados por el resto de la comunidad “K-popera” y se dedican a seguir, hackear y molestar a las estrellas en su vida privada.

No, el K-pop no es otro género de música. Tampoco es “solo” una pieza de la ola coreana o la estrategia de poder blando de Corea del Sur. El K-pop es todo un mundo, en el que las estrellas son producidas y vendidas a través de bailes espectaculares y ritmos pegadizos; que inspiran, más que cualquier otra celebridad, ese ideal del artista perfecto, inalcanzable e inhumano capaz de mover masas y merecer, por qué no, un espacio en la Casa Blanca y las Naciones Unidas.

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