Actualización: Henry Kissinger falleció el 29 -11-2023
Henry Kissinger cumple cien años el próximo 27 de mayo. En él parecen convivir diferentes facetas. Una es la de teórico de las relaciones internacionales. Y en un lugar destacado, está la del político, consejero de seguridad nacional en el primer mandato de Richard Nixon (1969-1973) y secretario de Estado en los sucesivos mandatos de Nixon y Gerald Ford (1973-1977).
Ese es el Kissinger más controvertido, asociado a diversos episodios de la Guerra Fría, como la intervención norteamericana en Camboya, los bombardeos sobre Vietnam del Norte como modo de presión para negociaciones, el apoyo a Pakistán en la guerra de secesión de Bangladesh, el derrocamiento de Salvador Allende…
En sus Memorias, Kissinger no elude referirse a estos sucesos, aunque no ofrezca demasiados detalles sobre ellos, si bien los asocia a la “credibilidad” de Estados Unidos como superpotencia.
Por otra parte, algunos estudiosos de su obra y personalidad relacionan el anticomunismo de Kisssinger con sus experiencias de infancia y adolescencia en la república de Weimar y la Alemania hitleriana, pues Heinz Alfred Kissinger, nacido en la localidad bávara de Fuerth, era de origen judío y llegó con su familia a Estados Unidos en 1938. Según las citadas percepciones, Kissinger habría estado obsesionado con la idea de evitar a cualquier precio la llegada de otro nazismo, asimilado durante la Guerra Fría al totalitarismo soviético y a sus potenciales aliados a lo largo del mundo. Pese a todo, este anticomunismo no fue incompatible con la distensión con la Unión Soviética de Brézhnev, materializada en las negociaciones SALT, o en el histórico viaje de Nixon a la China de Mao, que pretendía rentabilizar en beneficio de Washington la hostilidad entre las dos superpotencias comunistas.
El teórico
Hay, sin embargo, otro Kissinger, el teórico de las relaciones internacionales, prolífico en las últimas décadas en libros de historia y de relaciones internacionales, como el último publicado, Leadership (2022), ensayo sobre personalidades políticas del siglo XX, a las que trató personalmente y que considera, en mayor o menor medida, como modelos para las actuales generaciones.
El Kissinger teórico es el resultado de sus años como estudiante y profesor en la Universidad de Harvard en las décadas de 1950 y 1960. Quizás este sea el menos conocido, y está presente la biografía autorizada del historiador Niall Ferguson, docente de la misma universidad. Su libro, Kissinger, 1923-1968. The Idealist (Penguin Press, 2015) llama la atención, en primer lugar, por su título The Idealist, un calificativo que se da de bruces con la habitual clasificación del biografiado entre los más destacados representantes del realismo político en las relaciones internacionales.
La visión del mundo del joven Kissinger se fue forjando en Harvard de la mano de profesores como William Yandell Elliott, que supo intuir las cualidades académicas de alguien que no solo había ido a la universidad a adquirir un grado en ciencias políticas, sino, sobre todo, a ampliar sus conocimientos. Por eso, aquel alumno adquirió un mayor grado de intimidad con un profesor que construyó sus convicciones con lecturas de Platón, Shakespeare y la Biblia, y por eso su teoría política se centrara en la lucha entre el bien y el mal. La influencia de Elliott llevó a Kissinger a inclinarse por un pensamiento filosófico sustentado en Spinoza y Kant. Sin embargo, el futuro político estadounidense no pasaría a la historia como un representante del internacionalismo liberal o un promotor de las organizaciones internacionales en la construcción de la paz.
Su visión de la Historia
Henry Kissinger redactó una tesis doctoral sobre el significado de la historia en Spengler, Toynbee y Kant. Rechazó en ella los determinismos históricos de los dos primeros y se adscribió a una visión kantiana de las relaciones internacionales, en que la búsqueda de la paz perpetua es el objetivo último de la historia. Pero con el transcurso de los años, Kissinger confesó a Elliott que lo que le interesaba realmente era la práctica política de los Estados en las relaciones internacionales y que no quería centrarse en la filosofía de la historia, tal y como hacía su profesor.
Este fue el origen de una tesis de historia de las relaciones internacionales: A World Restored: Metternich, Castlereagh and the Problems of Peace 1812-1822. Toda una demostración de que la paz en la Europa post-napoleónica se alcanzaría por medio de los principios de legitimidad y equilibrio. El autor pretendía analizar en esta obra los puntos de vista de unos grandes estadistas del siglo XIX, algo que le resultaba más interesante que la filosofía política. La consecuencia fue que la postura de Kissinger se volvió decididamente antikantiana al considerar que la paz no llegará por obra del Derecho, sino por medio de una política de equilibrio, capaz de moderar las ambiciones de las grandes potencias.
El profesor e investigador de Harvard evolucionó hacia un realismo, que afirma que hay que negociar y en todas partes, por decirlo con expresiones de Metternich y Talleyrand, los grandes arquitectos de la Europa salida del Congreso de Viena. Los militares nunca servirán para construir la paz pues solo aspiran a la victoria. En cambio, toda negociación sirve para expresar que el poder es finito. Kissinger admiraba el período 1815-1914, un siglo en el que no hubo guerras generales en Europa, el tiempo de los congresos y de la balanza de poder, en el que el realismo aspiraba a la estabilidad, y no a una utópica paz perpetua.
Kissinger no ocultó su admiración por el cardenal Richelieu, precursor de un sistema de Estados orgullosos de su soberanía
En realidad, la Europa de los congresos fue la continuación del sistema de Westfalia (1648) que Napoleón quiso alterar con unas guerras en las que se combinaban los intereses franceses con los valores de la Revolución. Hasta entonces Westfalia había demostrado su capacidad de perdurar porque sus disposiciones eran procedimentales y no sustantivas. En cambio, el maximalismo de la Francia revolucionaria alteró el equilibrio existente en Europa. En su difundida obra Diplomacia (1996), Kissinger no ocultó su admiración por la política exterior del cardenal Richelieu, precursor de un sistema de Estados orgullosos de su soberanía, que consiguió poner fin al predominio en Europa del Imperio de los Habsburgo. Con todo, Diplomacia era un libro contra corriente, escrito cuando Estados Unidos, en plena bonanza económica y euforia política de la posguerra fría, quiso creer por un momento en el fin de la historia.
Poder y valores
En Orden mundial: Reflexiones sobre las naciones y el fin de la historia (2014) Kissinger subraya que el universalismo de corte kantiano ha demostrado sus límites. China y Rusia son dos potencias defensoras de los principios de Westfalia, centrados en la soberanía de los Estados y la no interferencia en sus asuntos internos. Es lo que ambos países entienden por legalidad internacional, pues estos principios figuran además en la Carta de las Naciones Unidas, aunque no son, ni mucho menos, los únicos. Se trata de una pura y dura política de poder, aunque no falten invocaciones al papel de la ONU en la sociedad internacional, tal y como viene haciendo China en los últimos tiempos.
Pese a todo, Kissinger, sin abandonar su credo westfaliano, ha subrayado recientemente que también es fundamental la difusión de valores como la democracia y el Estado de Derecho, rasgos distintivos del sistema político estadounidense. De ahí la necesidad de una legitimidad de valores compartida entre Estados Unidos y Europa, pues no basta con un mero sistema de equilibrio entre potencias. Por eso, Kissinger, en su discurso de aceptación del Prix Tocqueville en 2018, afirmó que “el destino de la democracia está vinculado en sentido amplio a las relaciones entre Europa y América”. Posteriormente, en unas declaraciones a Die Welt (25-04-2021) apostó decididamente por la relación trasatlántica, cuestionada por la Administración Trump, porque si esta relación se debilita, las consecuencias geopolíticas serán las de unos Estados Unidos asemejados a una “isla” separada por el Atlántico y el Pacífico, y de una Europa reducida a un mero apéndice de Asia.
El sistema de Westfalia debería construirse a escala global, de tal manera que sea posible la coexistencia entre sistemas políticos diferentes
Esto es un ejemplo de cómo Kissinger cambia a menudo de opinión. Lo vemos en el conflicto de Ucrania. Era de los que cuestionaban la ampliación de la OTAN por el riesgo de una provocación a Rusia, aunque en unas recientes declaraciones a The Economist (17-05-2023), y dada la evolución de la guerra, apuesta por la adhesión de Kiev a la Alianza, algo que no goza de la unanimidad de los Estados miembros. En teoría, esa pertenencia implicaría una mayor seguridad para Ucrania y al mismo tiempo podría disuadirla de enfrentarse en solitario a Rusia.
En esta misma entrevista se muestra preocupado por el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y China. El desarrollo de la inteligencia artificial, impulsado por ambos países, supone un riesgo creciente de enfrentamiento. Kissinger no es de los que piensan que China persiga “la dominación mundial en el sentido hitleriano”, pero sí quiere desempeñar un papel global. Por tanto, Washington debe buscar una política de equilibrio y apostar por una diplomacia de la estabilidad antes de que sea demasiado tarde y el mundo viva en una situación similar a la anterior a la Primera Guerra Mundial.
Advertencias contra el intervencionismo
Kissinger no ha retomado sus posiciones “kantianas” de sus años de estudiante, las que aseguran que las democracias no se hacen la guerra entre ellas, pues en Orden mundial llamó a la prudencia de los gobernantes de su país: deberían de tener en cuenta, dijo, los rasgos específicos históricos y culturales de las distintas sociedades antes de lanzarse a cruzadas que promuevan cambios de regímenes políticos por medio de la diplomacia, el apoyo a las revoluciones o el uso de la fuerza. De este modo, Kissinger descalifica no solo a los neoconservadores sino también a los partidarios del intervencionismo liberal, que, pese a las diferencias ideológicas, adoptan posturas similares en política exterior.
Kissinger sigue apegado al sistema de Westfalia, reconoce que la competencia, sobre todo entre Estados Unidos y China, es una constante de la realidad internacional, aunque insiste en la coexistencia, lo que implica ir más allá de los meros intereses nacionales. Por eso, el sistema de Westfalia debería construirse a escala global, de tal manera que sea posible la coexistencia entre sistemas políticos diferentes, que respeten unas normas de convivencia básicas. De ahí que todo proceso de paz deba de entenderse como un modo de evitar los conflictos, y no tanto para alcanzar una paz definitiva, que para Kissinger es un concepto idealizado y que puede poner en riesgo la estabilidad. Esa paz puede ser un problema, y no una solución.
El diplomático Martin Indyk, exembajador en Israel y autor del libro Master of the Game: Henry Kissinger and the Art of Middle East Diplomacy (2021), cree que Kissinger tuvo la destreza de probar su teoría en el conflicto entre árabes e israelíes, cuando trabajó por la estabilidad en la región por medio de un proceso de paz entre Egipto e Israel, completado bajo la Administración Carter, aunque esto implicara dejar en un segundo plano la cuestión palestina. Toda una apuesta por la estabilidad, un ejemplo de la estrategia de Kissinger que, según Richard V. Allen, consejero de seguridad nacional de Reagan, prefería “administrar” la Guerra Fría, pero no consideraba la posibilidad de ganarla.
Cabría finalmente añadir que el sistema de Westfalia, admirado por Kissinger, no fue pensado para construir una paz de postulados filosóficos, sino una estabilidad que se alcanzaría por medio del equilibrio entre las grandes potencias, aunque el equilibrio sea, por esencia, inestable y cambiante. Es un ejemplo de tendencia de los responsables políticos de asimilar la estabilidad a la paz. Sin embargo, el orden westfaliano nunca puede garantizar una completa estabilidad. En palabras de un internacionalista clásico, Giorgio del Vecchio, “la conciencia humana no solo anhela la paz, sino también la justicia y la libertad, sin las cuales la paz no tiene verdadero valor”.
Un comentario
Buen artículo. Se echa de menos —siendo Aceprensa— una mención a su visión Malthusiana del mundo, puesta de manifiesto en el famoso informe Kissinger, cuyo terrible influjo persiste de modo tan acendrado en la época actual.